MARTES
Juan 6,30-35
30Le
replicaron: ¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu
obra? 31Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está
escrito: Pan del cielo les dio a comer. 32Jesús les replicó: En
verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que
es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. 33Porque el pan
de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. 34Entonces le
dijeron: Señor, danos siempre de este pan.
35Jesús les contestó: Yo soy el
pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá
sed jamás.
COMENTARIO
30Le
replicaron: ¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu
obra? 31Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está
escrito: Pan del cielo les dio a comer.
No se esperaban esto. Estaban
dispuestos a manifestar su adhesión a Dios, de la manera que él pidiese. Habían
visto en Jesús "el Profeta" (6,14). Y un profeta es instrumento de
Dios y reclama fidelidad a Dios, no adhesión a su propia persona.
Ahora la multitud comprende que
Jesús se declara Mesías y, para darle la adhesión, exigen un prodigio como los
del antiguo éxodo, semejante al del maná, el llamado pan del cielo (Neh
9,15; Éx 16,15; Nm 11,7-8; Sal 78,24). Oponen los prodigios de Moisés a la
falta de espectacularidad de la obra de Jesús. Exigen lo portentoso, lo que
deslumbra sin comprometer, en vez de lo personal, cotidiano, profundo y de
eficacia permanente.
Hablan de "sus padres",
cuando Jesús les ha hablado de "el Padre" (v. 27); siguen apegados a
su linaje y se refugian en el pasado. Jesús, en cambio, tiene una perspectiva
universal: mientras que "sus padres" son los de Israel; "el
Padre" lo es de la humanidad entera.
32Jesús
les replicó: En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del
cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. 33Porque
el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.
La respuesta de Jesús es tajante:
el maná no era pan del cielo; es además cosa del pasado. El pan de Dios es cosa
del presente y consiste en una comunicación incesante de vida que él hace al
mundo. Como el maná llovía de lo alto, este pan baja del cielo, pero sin cesar;
y no se limita a dar vida a un pueblo; da vida a toda la humanidad.
Como se ha visto en el episodio
precedente, el pan expresa el amor de Dios creador; el pan del cielo es una
manifestación de ese amor superior a la del pan material.
34Entonces
le dijeron: Señor, danos siempre de este pan.
La multitud manifiesta su deseo
de ese pan. Llaman a Jesús "Señor", creen en sus palabras, adivinan
que puede satisfacer todos sus anhelos. Con respeto le piden su pan, pero no se
comprometen al trabajo; no acaban de darle su adhesión. Siguen en su actitud
pasiva, dependiente; quieren recibir el pan sin propio esfuerzo (danos
siempre pan de ése), encontrar la solución sin su colaboración personal.
35Jesús les contestó: Yo soy el
pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá
sed jamás.
Jesús se había presentado como
dador de pan; ahora se identifica él mismo con el pan (Yo soy el pan de la
vida). Él es el don continuo del amor del Padre a la humanidad.
Comer ese pan significa dar la
adhesión a Jesús, asimilarse a él; es la misma actividad formulada antes en
términos de trabajo (vv. 27.29). La unión a él comunica a los hombres la vida
de Dios. Él es el alimento que Dios ofrece a los hombres, con el que se obtiene
la calidad de vida que los encamina a su plenitud.
La Ley dejaba una continua
insatisfacción, por proponer un modelo y exigir una fidelidad inalcanzables
(Eclo 24,21: "el que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más
sed"; cf. Jn 4,13a-14). Por el contrario, la adhesión a Jesús satisface
toda necesidad y toda aspiración del hombre (el que me come nunca pasará
hambre, el que me da su adhesión nunca pasará sed), porque no lo centra en
la búsqueda de su propia perfección, sino en el don de sí mismo. Mientras la
perfección tiene una meta tan ilusoria y tan lejana como el ideal que cada uno
se fabrique, el don de sí mismo es concreto e inmediato y sus metas se van
alcanzando con la práctica de cada día, pudiendo llegar al extremo, como en el
caso de Jesús. Con la búsqueda de la perfección el hombre va edificando su
propio pedestal; con la adhesión a Jesús, se pone al servicio de los demás y
crea la igualdad en el amor.
Han tenido delante a Jesús, pero
no descubren el sentido de su acción ni la calidad de su persona; en el hombre
no ven al Hijo. Desean el pan, pero no dan el paso, no se acercan a él. Quieren
un don suyo, pero no el de su persona; se mantienen a distancia. Pretenden
separar el don del amor que contiene, haciéndole perder su sentido. Quieren
recibir, pero se niegan a amar.
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