MIÉRCOLES
25 DE ENERO, FIESTA, CONVERSIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO
Marcos 16,15-20
15Y
les dijo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. 16El
que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. 17A
los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre,
hablarán lenguas nuevas, 18cogerán serpientes en sus manos y, si
beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y
quedarán sanos.
19Después
de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de
Dios. 20Ellos se fueron a predicar por todas partes y el Señor
cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
COMENTARIO
Jesús
se despide de los discípulos definitivamente con un encargo: Id por el mundo entero a proclamar El
evangelio por todas partes. De ahora en adelante no deberán limitarse al
pueblo judío, pues el mensaje de Jesús es universalista y mira a la humanidad
entera. Ya no hay un pueblo elegido, sino que es toda la humanidad la elegida y
destinada a experimentar la salvación de Dios. Además no habrá lugar donde no
se deba anunciar este mensaje de resurrección y vida de Jesús: hay que
proclamarlo a toda la creación.
Ningún rincón de la tierra, ningún país, ningún grupo de personas estará
excluido en principio del reino, pues Jesús ha venido para que no haya
excluidos del pueblo ni pueblos excluidos.
Seremos
sus discípulos quienes anunciemos que hay que cambiar de mente -convertirse- y
sumergir en las aguas de la muerte nuestra vida de pecado -bautizarse- para
llegar a la orilla de una comunidad donde todos entienden a Dios como Padre y
se consideran hermanos unos de otros, o lo que es igual, libres para amar,
iguales sin perder la propia identidad, siempre abiertos y dispuestos a acoger
al otro, aunque no sea de los nuestros, y solidarios.
Para
ello contamos con la ayuda de Jesús, cuyos signos de poder nos acompañarán:
-
podremos arrojar los
demonios de las falsas ideologías que no conducen a la felicidad,
-
seremos capaces de
comunicar el mensaje de amor a todos, hablando lenguas nuevas,
-
el maligno no tendrá
poder sobre nosotros -ni las serpientes ni el veneno nos harán daño- y
pasaremos por la vida remediando tanto dolor humano.
Este es
el legado que nos dejó Jesús antes de irse con Dios, con un Dios que, desde que
Jesús se bautizó en el Jordán, no habita ya en lo alto del cielo sino que anida
en lo profundo del ser humano, convertido desde el bautismo de Jesús en el nido
y templo de un Dios, antes llamado altísimo,
pero a quien Jesús nos enseñó a llamar Padre
con lo que evoca esta palabra de entrega, amor y comunicación de vida.
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