4 DE ABRIL
Lucas
24,13-35
13Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea
llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; 14iban
conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. 15Mientras
conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con
ellos. 16Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. 17El
les dijo: ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Ellos se
detuvieron con aire entristecido.
18Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí
estos días?
19Él les dijo: ¿Qué? Ellos le contestaron: Lo de Jesús el
Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante
todo el pueblo; 20cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros
jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. 21Nosotros
esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en
el tercer día desde que esto sucedió.
22Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han
sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, 23y no
habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una
aparición de ángeles, que dicen que está vivo. 24Algunos de los
nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las
mujeres; pero a él no lo vieron.
25Entonces él les dijo: ¡Qué necios y torpes sois para
creer lo que dijeron los profetas! 26¿No era necesario que el Mesías
padeciera esto y entrara así en su gloria? 27Y, comenzando por
Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él
en todas las Escrituras.
28Llegaron cerca de la aldea adónde iban y él simuló que
iba a seguir caminando; 29pero ellos lo apremiaron, diciendo:
Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída. Y entró para
quedarse con ellos. 30Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
31A ellos se les abrieron los ojos
y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. 32Y se dijeron
el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y
nos explicaba las Escrituras? 33Y, levantándose en aquel momento, se
volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus
compañeros, 34que estaban diciendo: Era verdad, ha resucitado el
Señor y se ha aparecido a Simón. 35Y ellos contaron lo que les había
pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
COMENTARIO
Aparecen dos
hombres con aire entristecido que se alejan del sitio donde está la luz, donde
ha amanecido. Ellos van camino del atardecer. Dos hombres van camino de la
tiniebla, con el semblante triste. Cuando el discípulo/ser humano no va a la
Palabra, la Palabra viene a él y le llena de luz y des-anda el camino. En la
nueva creación, en el mundo de la resurrección, no hay tiempo, todo sucede aquel mismo día, que se prolonga para
siempre. Es el primer día, el único día, el día eterno.
Es curioso el
nombre de la aldea a la que se dirigen Emaús,
que quiere decir “pueblo repulsivo, feo, horroroso”. Todo el que abandona el lugar de la entrega, Jerusalén, porque no la entienden y han quedado frustrados en sus
expectativas, comienza una cuesta abajo hacia un “pueblo horrible”.
Aquellos caminantes
no creen que la salvación y la vida puedan venir por el camino de la entrega
total hasta la muerte. La muerte del que creían su Salvador les resulta
repulsivo. Les pasa a ellos y nos pasa a todos. Lucas está narrando su historia
y la nuestra en tantos momentos de la vida. Expresa, gracias a un lenguaje
simbólico-universal, la realidad por la que todos pasamos muchas veces en el
camino de la vida. Nos muestra el modo con que podemos remontar el vuelo y
tener otra visión, gracias al encuentro con el resucitado.
Su palabra no es
armónica, no les calienta el corazón, sino que lo enfría. Discuten porque no lo
tienen claro, y no lo tienen claro porque no “ven” y ¡eso que es de día! En
cambio, después de cenar, en plena noche física, “ven” perfectamente y se
vuelven a Jerusalén.
Van tan ciegos por dentro que no reconocen al Resucitado y eso que se
pone a caminar con ellos.
Jesús está en todos
los caminos del ser humano, también en los de la desilusión y la desesperanza.
Pero sus ojos no eran capaces de
reconocerlo, eran incapaces de situarse a la altura de la Resurrección. Se
requiere que Dios mismo intervenga, desde dentro, con su palabra y, desde
fuera, con los signos (Eucaristía). De otro modo, se requiere, por una parte,
el acercamiento de Dios, está asegurado, y, por otra, que el ser humano tenga
ganas de ser iluminado y se deje iluminar
Jesús comienza
preguntando, mostrando interés por la situación del otro. No es una pregunta
interesada, sino adecuada, dando la oportunidad para que el otro se exprese,
manifieste su estado, su situación, sus emociones.
Apenas les
interroga Jesús/Palabra, ellos se detienen. Se acaba el deterioro, la cuesta
abajo, la des-armonía. Todavía tienen el aire
entristecido. Se les pasará cuando vomiten el veneno de la frustración y la
desesperanza; cuando se dejen calentar el corazón acogiendo la nueva visión de
todo lo que trae la palabra. No basta con echar lo malo, sino que también hay
que llenarse de lo bueno. Fruto de esta palabra, que calienta, ilumina y arde por dentro, nace el reconocimiento
de necesitar luz. La noche se vuelve día.
Apenas resuena la
palabra, se detienen. El texto ya no habla que volvieran a dar más pasos hacia
el “pueblo horrible, feo, repulsivo”. Por cierto, también el nombre del pueblo
desaparece. Nunca más en todo el relato vuelve a aparecer Emaús, pierde su
nombre y se convierte en el pueblo/la
aldea. Cualquier pueblo y el camino que lleva a Jesús se convierten en
sitio donde podemos encontrarnos con el Resucitado.
Como sucede en todo
el evangelio, en toda la Biblia, los nombres tienen su importancia. Cleofás viene de “klaio-pas” que quiere
decir “el totalmente cerrado”, “el que se desmorona”. El nombre indica el ser
de la persona. Uno de ellos se llama “desmoronado, hundido” por todo lo
sucedido; todo su montaje, sus expectativas, sus deseos y esperanzas se han
venido abajo con la muerte en la cruz del Maestro. Y esto le sucede por estar
“totalmente cerrado” a comprender y aceptar que el camino de la Vida es el
camino de la entrega. Pues, el “totalmente cerrado”, ciego e ignorante Cleofás
está sorprendido de la ignorancia y ceguera del forastero. ¡Qué ironía! Está
tan ciego que quiere informar a Jesús sobre Jesús. Mayor ceguera y cerrazón es
imposible. No se da cuenta que el forastero lo sabe todo y él, que cree saberlo
todo, no sabe nada. No se acuerda de las palabras de Jesús, no resuenan en él
porque no les ha dejado sitio. Solo resuenan sus palabras desesperanzadas, por
eso Jesús le deja que las escupa todas. Si recordase sus palabras se daría
cuenta que cuando dos o más se reúnen en
mi nombre, y estos están hablando de él, allí estoy yo en medio de ellos. Luego, el que acaba de aparecer en
la conversación no es un forastero, ¡es Jesús!
¿Y el otro quién
era? Cuando en los evangelios aparece un personaje anónimo es para que el
lector ponga su nombre, se ponga en su lugar, se personifique. No hay que
olvidar que estamos en una catequesis, no es un relato histórico.
¿Qué es lo que os
hace discutir, lo que no entendéis? Y en su respuesta va a quedar claro qué es
lo que no logran conciliar: por un lado, el Mesías esperado, que salvaría con
poder al pueblo; por otro, el Mesías entregado, que ha muerto en la cruz,
rechazado por Dios.
Estamos en el
tercer día desde que esto sucedió. Hemos esperado tres días y nada ha sucedido.
Llevar tres días muerto, para los judíos, significaba la muerte definitiva. Lo
que ellos consideran muerte, derrota definitiva, no es tal. No se han enterado
que el tercer día, la definitividad de la muerte, su triunfo, no ha llegado.
Estamos en el primer día, en la nueva creación, en la creación definitiva. El
día de la muerte física es el primer día de la vida definitiva, plena.
La muerte,
cualquier muerte, todas las muertes, no tienen nada de definitivo. Realmente lo
que llamamos muerte física es el primer día de la nueva creación, porque es el
día de la resurrección, el día en que Dios crea el cuerpo espiritual.
Por otro lado,
vemos en esta narración como se puede tener toda la información sobre la Pascua
y no creer. Una cosa es tener información y otra prestar adhesión. Y por otro,
la adhesión requiere un proceso, más o menos, lento al que uno por cerrazón o
pereza, o por cualquier otra causa, se niega a comenzar. ¿No era más lógico
andar 100/200 metros hasta el sepulcro e iniciar el proceso de iluminación y
encuentro, que no irse a 11 o 30 km, y seguir entristecidos? Era lo lógico,
pero los hombres, a veces, tomamos el rodeo más ilógico y el camino más largo.
Pero Él no abandona.
Los caminantes
hablan que otros habían visto,
indicando que se trata de una visión interior, espiritual, y de una presencia y
experiencia continua. En la medida que Dios por medio de sus
ángeles/mensajeros, símbolos de la Palabra de Dios, ilumina la búsqueda y “hace
ver” que él está vivo, entonces, resulta que su ser, su persona, su cuerpo, no
está en el sepulcro. Por tanto, todos los sepulcros están vacíos, no hay más
que “sarx”/carne.
Entre las mujeres
que han visto y estos dos que ni siquiera se han molestado en ir a “ver” al
sepulcro, están algunos de los nuestros
que han iniciado el proceso, se han puesto en camino ante el mensaje de las
mujeres, pero todavía no han llegado a la visión, no lo vieron. Así se describe los diversos momentos del proceso de
encuentro con el Resucitado en diferentes miembros de la comunidad. Aunque al
final todos llegan al encuentro, las mujeres ya han llegado, lo han visto, los de Emaús van a “ver, se
les va abrir los ojos. Cuando vuelvan
a Jerusalén se van a encontrar con que los Once y los demás, ya han visto.
El reproche de
Jesús es inmediato, necios y torpes.
Caminan sin luz en la cabeza y con un corazón lento. Ahora, las cosas van
quedando un poquito más claras. No reconocer a Jesús no es una deficiencia de
la vista, de los ojos de la cara, sino una enajenación de la inteligencia. No
es con los ojos de la cara como se ve o como hay que aspirar a verlo, sino con
los de dentro, con la visión profunda, con “los ojos de la fe”, con la
“inteligencia de la fe”. Esa es la verdadera inteligencia, accesible a todos y,
muchas veces, lo logran los más sencillos.
En el centro de
esta escena, se encuentra la Escritura iluminándolos, creer lo que anunciaron los profetas. En el centro está la Sagrada
Escritura, es decir, el Resucitado, la Palabra viva que hace mención a los
profetas, resumen de la Escritura, dando una nueva Luz. Se centra en la dificultad que los discípulos
de todos los tiempos tenemos, ¿no era
necesario que el Mesías padeciera esto y entrar así en su gloria?”. Nos es
muy difícil conciliar que a la gloria se llegue por el fracaso, a la vida plena
se llegue por la muerte física, la plenitud es consecuencia de la entrega.
Como los de Emaús,
no sabemos conciliar esto y nos es muy difícil de comprender. Nuestra
naturaleza, el corazón nos inclina a pensar y buscar exactamente lo contrario.
Por eso creyendo que somos sabios, en realidad somos unos necios, como Cleofás.
Por naturaleza, somos torpes y lentos de corazón, queremos guardarnos en vez de
entregarnos. Sin embargo, lo real y natural, lo humano, es lo contrario. Lo
inteligente es entregarse y hacerlo con rapidez de corazón, acostumbrando
nuestra naturaleza e interioridad a eso.
La Escritura
requiere discernimiento y desarrollo de sentido, es texto vivo, no letra
muerta. Es texto simbólico para que sea universal. Es catequesis que ilumina mi
vida. Es teología que ilumina nuestra fe. La Escritura no se resume jamás, ni
principalmente, en su sentido obvio y literal. Es un diamante con infinitos
sentidos según sea el lector, el momento de su vida, las circunstancias
concretas, el período de la historia en el que viva, etc.
Es el sentido y la
explicación de la Palabra la que prepara el terreno para la manifestación del
Resucitado. Así, mientras cae la tarde, mientras viene la tiniebla, la Sagrada
Escritura empieza a iluminarlo todo. En la nueva Jerusalén ya no habrá noche con
el Resucitado, con su resurrección comienza la nueva creación. Para el que se
ha encontrado con el Resucitado siempre es de día, siempre hay luz,
comprensión, fe.
El contacto con la
Palabra les ha caldeado, les ha disuelto la amargura, la desesperanza y la
cerrazón. Ahora, van a invitar a Jesús, se abren. Y entonces, desaparece el
nombre del pueblo. Ya no se menciona, no hay “pueblo feo”, no hay destino
horroroso cuando comienzan a descubrir que Él va con ellos. No hay una
identificación clara, pero el corazón
comienza a arder.
Los peregrinos apremian, insisten. No es conveniente
seguir el camino de noche. La insistencia no es por Él, sino por ellos. El
compañero de camino ha dado luz, pero quieren más. Les ha abierto un camino que
plenifica, llena de sentido. Están en línea y coinciden plenamente con ese
forastero al que curiosamente ni le preguntan el nombre, ni quien es, ni de
dónde viene, ni a dónde va, cosa bastante inexplicable si el texto se entiende
en sentido literal.
Para que la
invitación sea válida y merezca tal nombre, en los usos orientales, ha de ser
propiedad del que invita, van a su casa, no hay ninguna posada como la
tradición nos ha canonizado a lo largo de la historia. Ya no vale que el
compañero camine con ellos, quieren que entre en su casa, en ellos, y eso se
cumplirá plenamente cuando en la fracción del pan lo “comulguen”. En ese
momento será cuando desaparecerá,
deja de ser visible el pan. Y ya no saldrá de allí más que dentro de ellos. El
proceso es descubrirlo junto a nosotros, invitarlo a entrar en casa, salir de
casa con él dentro.
Sentado
a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba
dando.Que se trata de la Eucaristía es elemental, por el
paralelo con la multiplicación de los panes (Lc 9, 12-17). En ambos relatos el día va de caída, Jesús realiza los
mismos gestos: tomó pan, dio gracias,
partió, dio. Y por el paralelo con la última cena (Lc 22, 7-13): allí,
comenzaba la hora; aquí, llega a
plenitud; allí, serán solo los Doce; aquí, son los de fuera; allí, seguían sin
entender; aquí se les abren los ojos.
Una vez expulsada
la amargura y llenos de la Palabra explicada, los que iban de camino comprenden
el signo, la entrega. Lo que al principio parecía absurdo, horroroso,
repugnante, ahora se dan cuenta que en el reverso de la entrega está la vida
plena, la Resurrección.
Los ojos que se les
abren, evidentemente, no son los de la cara. Esos han estado permanentemente
abiertos, nadie ha dicho que fueran ciegos. Que se trata de un conocimiento
interno y no de oftalmología externa, nos lo demuestra el verbo que viene lo reconocieron, lo entendieron, cayeron
en la cuenta.
Cuando no le ven
espiritualmente, Él está y camina con ellos. Cuando le descubren desde la fe,
desaparece, ya no está junto a ellos sino dentro de ellos. Cuando no le
percibimos, él está andando junto a nosotros. Cuando le percibimos y
experimentamos con nosotros, sabemos que su compañía es espiritual, no se ve.
El Resucitado
desparece exactamente cuándo “lo comulgan”. Se traslada al pan partido, dentro
de nosotros y deja de ser visible. La presencia del Resucitado no es, ni fue,
ni podemos esperar que sea, una aparición externa física, fuera de nosotros. Se
trata de una presencia interna, espiritual, de fe, interna. De aquí la simultaneidad
entre reconocimiento y desaparición. Al reconocer al Resucitado, interior y espiritualmente, entonces desaparece toda expectativa que
esperábamos de lo externo. A su vez, quien espera lo externo tardará mucho más
en descubrirlo de verdad porque en lo externo ni está ni puede estar. No se
accede al Resucitado sin la renuncia a verlo y tocarlo en su materialidad corpórea,
que no su Cuerpo Resucitado, transformado, espiritual.
Del aire
entristecido, al corazón ardiente.
Este es el cambio que vive el discípulo que experimenta a Cristo resucitado.
Cuando, por el camino de la vida, la Palabra ilumina el sentido de la entrega,
o descubrimos que entrega y gloria van juntas, o que el totalmente
entregado/crucificado, vive glorioso, en plenitud de vida y resucitado,
entonces, solo entonces, el corazón queda liberado y ardiendo.
Levantándose, es decir,
resucitando. El contacto con el Resucitado, los resucita. El verbo que pone
Lucas es el verbo utilizado para describir al resucitado. El resucitado que
acaba de desaparecer porque le han “comulgado” los convierte a ellos en
testigos y portadores del Resucitado. Cristo resucitado y acogido es fuente de
resurrección, de testimonio y de misión.
Ahora, han
comprendido que no hay contradicción entre entrega total y recibir la gloria.
Más aún, que el camino para llegar a la plenitud es la entrega. La única manera
de no morir es entregarse. Por eso, cuando no tienen miedo a nada, ni a la
noche/tiniebla, suben a Jerusalén. Solo se entrega totalmente quien descubre
que la vida es indestructible, quien se encuentra con el Resucitado.
Se volvieron/regresaron a
Jerusalén. Es el verbo de la conversión en Lucas. Regresan a la comunidad,
comparten con ella y a Jesús ya le llaman Señor,
título del Resucitado. Es interesante notar como a lo largo de este texto,
Jesús va cambiando de nombre según avanza el texto: primero, Jesús Nazareno; después, profeta poderoso en obras y palabras; posteriormente, Cristo-Mesías sufriente; para terminar en la confesión de fe, Señor. Si después de la última cena hubo
un camino hacia la entrega de Getsemaní, ahora, después de la cena, hay un
camino hacia la gloria.
La señal es el
gesto, al partir el pan, símbolo de
la entrega.
El relato es una
catequesis que habla del proceso de fe en Cristo Resucitado, del reconocimiento
del Resucitado en el camino de la vida por medio de la Palabra, buen anuncio, y
de la Eucaristía, donde se realiza la entrega.
Jesús no se ve
físicamente. Vive en la dimensión de Dios, de vida plena, de Resurrección. Sin
embargo, está siempre con nosotros, junto a nosotros o en nosotros, en todos
los caminos. Que su presencia sea invisible físicamente no quiere decir que su
ausencia física sea irremediable. Está en el semejante, en la Palabra, en el
Pan. Estos tres lugares son visibles, sin la visibilidad posible del
Resucitado.
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