LUNES, 16 DE ABRIL
Juan
6,22-29
22Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro
lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no
había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado
solos. 23Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del
sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias.
24Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos
estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
25Al
encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo has
venido aquí? 26Jesús les contestó: En verdad, en verdad os digo: me
buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta
saciaros. 27Trabajad no por el alimento que perece, sino por el
alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre;
pues a este lo ha sellado el Padre, Dios. 28Ellos le preguntaron: Y
¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? 29Respondió
Jesús: La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado.
COMENTARIO
La datación (Al día siguiente) muestra
la conexión con el episodio anterior. Aquella noche, los discípulos habían
intentado separarse de Jesús. La gente, en cambio, había permanecido en el
mismo lugar; querían continuar en la situación que había puesto remedio a su
indigencia. Desean encontrar de nuevo a Jesús.
Se dan cuenta, por una parte, de que allí no
había habido más que una barca, la que habían cogido los discípulos, y, por
otra, de que Jesús no se había embarcado con ellos.
Entretanto, se ofrece una solución: nuevas
barcas llegan de Tiberíades cerca del lugar donde estaban, donde habían comido.
La nueva mención de la acción de gracias de Jesús muestra su importancia: fue
ella la que hizo posible que todos comieran. Como "acción de gracias"
se dice en griego "eukharistía", el título el Señor indica que
el evangelista está leyendo el episodio desde la praxis eucarística de la
comunidad.
La multitud se convence de que Jesús no está
allí y, aprovechando las barcas que han llegado, va en su busca.
Jesús está de nuevo entre la gente. Al
encontrarlo, lo saludan con un título de respeto: Maestro (Rabbí). Es la
primera vez que la multitud habla con Jesús y muestra deseo de aprender de él.
No se explican cómo se encuentra en esta orilla del lago y le preguntan cuánto
tiempo lleva allí.
Jesús no responde a la pregunta, sino al
deseo de encontrarlo. Han sido los beneficiarios del amor de Dios expresado a
través de Jesús y los suyos, pero lo que ellos recuerdan es la satisfacción del
hambre; por eso buscan a Jesús. Repartirles el pan había sido una invitación a
la generosidad. No era solamente darles algo (el pan), sino que expresaba con
el servicio la entrega de la persona. Al retener sólo el aspecto material, la
satisfacción de la propia necesidad, lo han vaciado de su contenido y no han
respondido al amor.
Jesús les da un aviso, reprochándoles la
estrechez de su horizonte: el alimento es factor de vida, pero ellos buscan
sólo sustentar la vida física; por eso se afanan únicamente por el alimento
perecedero, que no evita la muerte. Centrarse en obtener ese alimento equivale
a renunciar a los valores más nobles de lo humano, a negar en sí mismo la
dimensión del Espíritu y reducirse a ser "carne", cuya vida termina.
Pero el hombre no debe conformarse con una
vida mediocre y efímera, debe aspirar a una vida plena y sin término, y ésta
necesita su particular alimento. Ahora bien, es el Hijo del hombre, el que es
modelo de Hombre, quien va a dar el alimento que no perece y que, por eso,
producirá vida para siempre. En otras palabras, no basta esforzarse para subvenir
a la necesidad material, hay que aspirar a la plenitud humana, y también esto
requiere la colaboración y el esfuerzo del hombre (Trabajad).
El don del pan ha sido expresión del amor, y
es éste el alimento permanente que desarrolla la vida del hombre; el que lo
construye y lo realiza. Ellos ven el pan sin comprender el amor, y en Jesús ven
al hombre, sin descubrir que es el portador del Espíritu y lleva así la marca
indeleble del Padre (sellado por el Padre), es decir, de Dios como dador
de vida que culmina la obra creadora. Él hace de Jesús el Hijo del hombre, el
poseedor de la plenitud humana. Y es Jesús quien, de su plenitud, va a dar el
alimento que no se acaba, el amor y la lealtad (1,16-17).
Ellos entienden que hay que trabajar, pero no
saben cómo ni en qué. Acostumbrados por la Ley a que Dios dicte mandamientos,
preguntan a Jesús cuáles son lo que ahora prescribe. No conocen el amor
gratuito; creen que Dios pone precio a sus dones.
Jesús corrige el presupuesto de la pregunta.
Dios no va a imponer nuevos preceptos u observancias. El trabajo que Dios
requiere es único: dar la adhesión a Jesús como enviado suyo. Es una adhesión
continua, que conlleva el deseo por acercarse al modelo de Hombre, Jesús, en su
ser y en su actividad. Ese deseo de plenitud es el norte por el que el hombre
tiene que orientarse. Trabajar para obtenerla es la tarea noble, la propiamente
humana, más allá con mucho de la mera supervivencia.
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