miércoles, 15 de enero de 2014

Basilica de Getsemaní
LA CULPA Y EL PERDÓN (V)
CONSECUENCIAS DESDE LA FE. LITURGIA Y SACRIFICIO.
Propuestas o consecuencias de lo dicho anteriormente.  (se aconseja leer despacio, desde la vida, descubriendo el sentido delas palabras con la propia vida)
1.      La liturgia, el culto cristiano es ante todo acción de gracias por la obra salvífica recibida. La forma esencial del culto cristiano se llama con razón eucaristía, acción de gracias… a Dios porque nos ha
redimido, nos salva de nuestro propio pecado, de nuestra culpa. 


2.    La liturgia consiste en que el hombre acepta el don de Dios. No glorificamos a Dios cuando parece que le ofrecemos algo, sino cuando aceptamos lo suyo y le reconocemos así como Señor único.

3.   El sacrificio cristiano no consiste en lo que Dios no tendría si nosotros no le diésemos sino en que dejamos que él nos dé algo. El sacrificio cristiano consiste en dejar que Dios obre en nosotros. El sí de de la persona a Dios es lo único que puede constituir la verdadera adoración. A Dios le pertenece todo; al hombre le queda la libertad del sí  o del no, del amor o de la negación; el sí libre del amor es lo único que Dios espera, la donación y el sacrificio que unánimemente tienen sentido. En esto
consiste la fuera y el poder del amor, y al mismo tiempo, su debilidad. 
4.   Todo el culto no-cristiano se funda en la idea de sustitución, de representación; quiere sustituir lo
que es insustituible, por eso es necesariamente pasajero, transitorio. La Carta a los Hebreos, a la luz
del acontecimiento Cristo, muestra el balance sombrío de la historia de las religiones; en un mundo
saturado de sacrificios esto podía parecer un ultraje inaudito. Sin reservas, puede atreverse a manifestar
el pleno naufragio de las religiones, porque en Cristo la idea de sustitución y representación ha adquirido
un nuevo sentido completamente nuevo.

5.   Lo que era considerado un acontecimiento profano, desde la fe, era el verdadero culto de la humanidad, ya que, quien eso hizo, rompió el espacio de la escena litúrgica y se entregó a sí mismo. A los hombres les arrebató de las manos las ofrendas sacrificiales y en su lugar ofreció su propia personalidad, su propio yo. Quien, desde lo legal-religioso, era un laico, el que no desempeñaba ninguna función en el culto de Israel, era el único sacerdote verdadero. Su muerte, que históricamente era un acontecimiento completamente profano, la condena de un criminal político, fue en realidad la única liturgia de la historia humana, fue liturgia cósmica por la que Jesús entró en el templo real, es decir en la presencia de Dios, no en el círculo limitado del templo.  

¿Hasta cuando?
6.   Jesús ofreció su sangre con la que realizó la justificación (9,12); pero esta sangre no hemos de
concebirla como un don material, como un medio de expiación cuantitativo, sino simplemente como la 
concreción del amor del que dice Juan que llega hasta el fin (Jn 13,1). Es expresión de la totalidad
de su don y de su servicio; es encarnación del hecho de que se entregó a sí mismo. El gesto del amor
que todo lo da, fue. Jesucristo es el único culto y el único sacerdote que lo realiza. LA sangre no es
símbolo de violencia o de muerte, sino de vida. No se trata de saciar la sed de sangre de un dios
enfadado, que descarga su furia sobre  Cristo. La cruz no es el lugar donde Cristo recibe el castigo
merecido por los hombres. Cristo con su  sufrimiento no satisface a Dios, sino es el que elimina el mal
con su efusión de vida.  

7. La esencia del culto cristiano no es el ofrecimiento de cosas ni la destrucción de las mismas, como a
partir del siglo XVI afirmaban las teorías del sacrificio de la misa; se decía que de esa forma se
reconocía la supremacía de Dios.

8. El culto cristiano consiste en lo absoluto del amor que sólo podía ofrecer aquel en quien el amor de Dios se ha hecho amor humano;
consiste en una nueva forma de representación innata al amor, en que él sufrió por nosotros y en que nosotros nos dejemos tomar por él.
Hemos de dejar, pues, a un lado nuestros intentos de justificación que en el fondo sólo son excusas que nos distancian de los demás.
Adán quiso justificarse, excusándose, echando la culpa a otro, en último término acusando a Dios: La mujer que me dista por compañera, me dio del fruto del árbol... (Gn 3,12). Dios nos pide que en lugar de la autojustificación que nos separa de los demás aceptemos unirnos a él y que, con él y en él, nos hagamos adoradores.

9. El verdadero sacrificio es la entrega de la vida, como el Maestro da la vida por los amigos. El amor y no los rituales sacrificiales es lo que conduce a la comunión con Dios.
La muerte de Jesús no fue un sacrificio propiciatorio, una ofrenda para calmar la ira de un dios sediento de sangre. Lo que está en el corazón del sacrificio es la entrega. El dolor es una condición misteriosa, un precio que se ha de pagar, no a Dios, sino a la estructura misma de la realidad. 

El hombre no sólo se realiza en la unión con la humanidad, sino ante todo en la unión del amor desinteresado que glorifica a Dios. La adoración simple y desinteresada es la suprema posibilidad del ser humano y su verdadera y definitiva liberación.

10. Las devociones habituales de la pasión nos plantean ante todo el problema del modo como el sacrificio (y consiguientemente la adoración) depende del dolor, y viceversa. El sacrificio cristiano no es sino éxodo del para que se abandona a sí mismo, realizado fundamentalmente en el hombre que es pleno éxodo, plena salida de sí mismo por amor.

11. Lo doloroso es un elemento secundario nacido de algo más fundamental que lo precede y que le da sentido. El principio constitutivo del sacrificio no es la destrucción, sino el amor. En cuanto que el amor rompe, abre, crucifica y divide, todo esto pertenece al amor como forma del mismo, en un mundo marcado con el sello de la muerte y del egoísmo.
Escribía un autor (Card. Daniélou): Entre el mundo pagano y la Trinidad bienaventurada no hay más que un paso que es el de la cruz de Cristo. El dolor es a la postre resultado y expresión de la división de Jesucristo entre el ser de Dios y el abismo del Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Aquel cuya existencia está tan dividida que simultáneamente está en Dios y en el abismo de una criatura abandonada por Dios, está dividido, está crucificado. Pero esta división se identifica con el amor: es su realización hasta el fin (Jn 13,1).

12. La cruz no es una suma de dolores físicos, como si la mayor suma de tormentos fuese la obra de la redención. ¿Cómo podría Dios gozarse de los tormentos de una criatura, e incluso de su propio hijo, cómo podría ver en ellos la moneda con la que se le compraría la reconciliación? ¿no es indigno de Dios pensar que exige la muerte de su hijo para aplacar su ira? A esta pregunta sólo puede responderse negativamente: Dios no pudo pensar así; es más, un concepto tal no tiene nada que ver con la idea de Dios.

13. La cruz es revelación, pero no revela algo, sino a Dios y a los hombres. Manifiesta cómo es Dios y cómo son los hombres. El hecho de que cuando apareció el justo por excelencia fuese crucificado y ajusticiado nos dice despiadadamente quién es el hombre: “eres tal que no puedes soportar al justo; eres tal que al amante lo escarneces, lo azotas, lo atormentas. Como injusto, siempre necesitas de la injusticia de los demás para sentirte disculpado; por eso no necesitas al justo que quiere quitarte la excusa; eso es lo que eres. Esto es lo que ha resumido Juan en el ecce homo de Pilato; fundamentalmente quiere decir: eso son los hombres, eso es el hombre. La verdad del hombre es su carencia de verdad.

14. La cruz no sólo revela al hombre, sino a Dios. Dios es tal que en este abismo se ha identificado con el hombre y lo juzga para salvarlo. En el abismo de la repulsa humana se manifiesta más aún el abismo inagotable del amor divino. La cruz es  el verdadero centro de la revelación, de una revelación que nos revela a nosotros mismos, al ponernos ante Dios y a Dios en medio de nosotros.

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