LA CULPA Y EL PERDÓN (IV)
Pozo en el cual, según la tradición, pasó Cristo la noche en casa de Caifás |
DESDE LA FE (Para leer despacio, desde la vida)
Respondemos a San Anselmo, esto
no quita que fuera muy santo, con algunas propuestas que a lo largo de la
historia, especialmente de la profundización en el Nuevo Testamento, se han
dado.
Tres preguntas:
- ¿El hombre puede ofender infinitamente, a eso sí llega su capacidad, pero no puede reparar infinitamente? Lo que él hace, por ser un ser finito, siempre será finito. ¿La capacidad de perturbación es mayor que la capacidad de reparación? Luego, entre la reparación del hombre y la magnitud de su culpa siempre existe un abismo infinito e insuperable, y todos y cada uno de sus gestos de reconciliación sólo pueden evidenciar su impotencia para superar el abismo infinito que él mismo ha creado.
- La relación entre Dios y el hombre, ¿quedará quebrada para siempre? ¿Quedará el hombre sumido para siempre en el abismo de su culpa y pecado? Anselmo dirá que no: Dios mismo repara la culpa, pero no mediante una simple amnistía, sino mediante la encarnación del infinito que, como hombre, pertenece al género humano; pero al mismo tiempo tiene la capacidad de llevar a cabo la reparación, cosa que no le está permitida al hombre. La redención es, pues, gratis, pero a la vez es la reparación del derecho violado. Luego, esta es la conclusión de San Anselmo: Cristo tuvo que morir en la cruz para reparar la ofensa infinita y para restablecer así el orden perturbado. Y esto lo seguimos pensando así. Estimado lector, detente un momento en esta afirmación que acabas de leer. Vuelve a leer este párrafo. Una vez y otra. Hasta que sientas, un poco de culpa…
- Luego, ¿la cruz de Jesús es el acto expiatorio, es un sacrificio al Padre? ¿La cruz es el sacrificio que Cristo sumisamente ofrece al Padre? Sería el modo como la justicia de Dios, infinitamente ofendida, quedaría restablecida con una expiación infinita.
Unas respuestas:
(En cursiva pongo citas textuales de un autor de nuestros días. Permitidme
que de momento no diga el nombre).
1.
“Esta concepción se ha
difundido tanto cuanto falsa es. La Biblia no nos presenta la cruz como pieza del mecanismo del derecho
violado.
2.
La cruz, en la
Biblia, es expresión del amor radical que se da plenamente. Es expresión de una
vida que es ser para los demás.
3.
Quien observe atentamente, verá cómo la teología
bíblica de la cruz supone una evolución en contra de las concepciones
de expiación y redención de la historia
de las religiones no cristianas (¡cuidado! pues tal vez nuestra fe y
nuestra vida no son precisamente muy cristianas!). En las religiones del mundo, expiación significa el restablecimiento
de la relación perturbada con Dios mediante las actitudes expiatorias de los
hombres… nacen de la conciencia del hombre de su propia culpa y suponen el
intento de borrar el sentimiento de culpa, de superar la culpa mediante
acciones expiatorias ofrecidas a la divinidad. Esto ocupa el centro de la
historia de las religiones.
4.
El nuevo
testamento nos ofrece una visión completamente distinta. No es el hombre quien se acerca a Dios y le ofrece un don que
restablezca el equilibrio; es Dios
quien se acerca a los hombres para dispensarles un don. El derecho violado se
restablece por la iniciativa del amor que por su misericordia creadora
justifica al impío y vivifica los muertos. Su justicia es gracia; es justicia activa que juzga,
es decir, que hace justos a los
pecadores, que justifica. Nos encontramos
ante el cambio que el cristianismo supuso frente a la historia de las religiones.
5.
El nuevo
testamento no dice que los hombres expían a
Dios, como habría que
esperar, ya que ellos han pecado, no Dios. En Cristo Dios reconcilia el mundo
consigo mismo (2 Cor 5, 19). Cosa inaudita, completamente nueva, punto de
partida de la existencia cristiana y médula de la fe. Dios no espera a que los pecadores vengan
a él y expíen. Él sale a su encuentro
y los reconcilia. He ahí la verdadera dirección
de la encarnación, de la cruz.
6.
Según el Nuevo
Testamento, la cruz es primariamente un movimiento de arriba abajo. No es la obra de reconciliación que la humanidad
ofrece al Dios airado, sino la
expresión del amor de Dios que se
abaja (se humilla) para salvar al hombre. Es su acercamiento a nosotros, no al revés. Con este cambio de la
idea de expiación, médula de lo religioso, el culto cristiano y toda la existencia toma una nueva
dirección.
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