martes, 14 de enero de 2014

LA CULPA Y EL PERDÓN (III)
DESDE LA FE. 
(Para leer muy despacio, desde la  vida)
Poco a poco, vamos profundizando en la realidad y visión de la culpa y del pecado desde la fe.
Estoy seguro que muchos podrán hablar de esta realidad desde la razón, desde la fe, desde las emociones y desde los recuerdos. De esto este tema, pertenece a una de las piedras del que mucha gente creyente habla pero pocos se han parado a reflexionar sobre lo que la Escritura, la liturgia, la teología nos dice.
Seguimos, todavía, con viejos prejuicios o esquemas mentales. Para algunos, han servido para marcharse de la fe; para otros, han sido ocasión de profundizar en esa fe; para la gran mayoría, simplemente, lo han abandonado. Pero el tema no es neutral, como pasa con las cosas importantes d de la vida. Basta de preámbulos. Os invito a sumergirnos en la cuestión, que espero y deseo que afecte a nuestros niveles personales y comunitarios, al cómo interpretamos la vida.     

Desde siempre, la fe cristiana se ha preguntado sobre la cuestión del pecado, de la culpa y de su perdón. O propiamente hablando, de su Redención. Quedémonos con esta palabra ya comentada en el primer capítulo de este blog: En las fuentes del sufrimiento.
 La cuestión surge a partir de San Anselmo (1033-1109). Antes de él, durante todo el primer milenio de la era cristiana, la teología se había elaborado al hilo del  texto bíblico. Los pensadores cristianos de aquel largo periodo marcado por el pensamiento de los padres de la Iglesia, compusieron sus tratados en forma de comentarios a la Escritura.
Ahora, con la escolástica se produce un giro que otorga el protagonismo a la construcción de sistemas de ideas que den explicación a las grandes cuestiones de la fe. San Anselmo argumenta que “la única forma de  salvar al hombre ha sido la muerte de Cristo. En el principio de los tiempos, Adán deshonró a Dios con su pecado. Esta ofensa no ha hecho sino aumentar con los pecados que se han ido cometiendo a través de los siglos. Mientras no sea saldada, la deuda del pecado permanece". Ni la transgresión de Adán ni cualquier otra culpa pueden ser perdonadas sin una reparación suficiente, so pena de introducir el coas en el orden de justicia establecido por Dios desde el principio de la creación".
Los humanos, descendientes de Adán, deben reparar su falta haciendo algo extraordinario que restituya el equilibrio perdido. Mas ello no les es posible, pues por mucho que se comporten según la voluntad de Dios, no hacen nada  más de lo que deberían hacer si no hubieran pecado.
Nada basta para expiar un pecado, por nimio que este  sea. Hay que compensar, satisfacer el pecado. Con todo, nadie puede dar esta satisfacción más que Dios

La teoría de San Anselmo ha marcado el pensamiento cristiano sobre la salvación durante el Segundo milenio de nuestra era. Católicos y protestantes se han dedicado a añadir más violencia a la imagen de este Dios justiciero que exige la muerte de su Hijo para satisfacer su justicia". Tanto en los libros de teología como en los devocionarios se descubre un Dios que descarga su ira sobre Jesús. Cristo salva al hombre del furor de Dios al atraer sobre sí el castigo.
Como ejemplos valgan algunos botones: (el lector/a puede añadir las propios)
·         Algunas canciones: Perdona a tu pueblo Señor, no estés eternamente enojado (Y se sigue cantando).
·         Algunas oraciones: … que podéis castigarme con las penas del infierno (y se sigue rezando).
·         Algunos pasos, representaciones, pinturas, esculturas, películas, etc.  en los cuales  subyace esta representación de un Dios enfadado, sediento de sangre. Y que solo su hijo es capaz de satisfacer.
·         Quedan tradiciones, costumbres, más sociales que evangélicas, en las que lo que prima es la satisfacción, la expiación.
·         El culto todavía se interpreta como “algo que yo debo hacer para tener contento a Dios”, no como la actitud del ser humano de agradecimiento a Dios porque “ha hecho maravillas por nosotros”.
·       Aun queda en algunas conciencias la sensación y temor de que cuando he hecho algo mal me tiene que pasar algo malo, una especia de castigo indefinido. ¡Qué exageración! Cuando tenemos noticia de alguna desgracia no reaccionamos diciendo: ¡algo habrá hecho!!se lo tenía merecido!...

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