Del evangelista Marcos 6,1-6
En aquel tiempo,
Jesús salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le seguían. Cuando
llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle,
quedaba maravillada, y decía: « ¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es
ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el
carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no
están sus hermanas aquí entre nosotros?». Y se escandalizaban a causa de Él.
Jesús llega a su pueblo. Donde mejor le conocían,
al menos aparentemente. Habían convivido unos 30 años. Precisamente, los que
mejor le conocen son los que más dudan. Las preguntas no son de admiración,
sino de sorpresa incontrolada. No controlan a Jesús. Y la ignorancia cusa estupor,
muchas veces agresividad, “escándalo”. De la maravilla al escándalo
solo hay un par de preguntas.
Le conocen, pero no han tenido experiencia de él.
Saben cosas de él, pero no lo han experimentado. ¿Quién se habrá creído este
que es?
¡Imaginaos si interpretáramos al pie de la letra
lo de los hermanos y lo de las hermanas!
Sus paisanos no reconocen Jesús como un enviado
de Dios, ¿de donde le viene todo esto?, y
¿qué sabiduría es esta?
Jesús les dijo:
«Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de
prestigio».
Y no podía hacer
allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó
imponiéndoles las manos.
Un profeta es alguien en quien habita el
Espíritu, que da vida, la Vida. Piensan que es un mago, un embaucador.
No pudo hacer
ningún milagro=no pudo actuar. No pensemos en milagros espectaculares. Sino en la
actividad de Jesús interpretada desde la fe. Los milagros no se reconocen por lo excesivo,
sino por la humildad, como puede ser imponer
las manos.
Y se maravilló
de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.
Jesús queda sorprendido de la negativa de sus paisanos a reconocerle
como el Mesías de Dios, como un hombre de Dios. El pueblo estaba sometido a la
interpretación de la institución religiosa, que en versículos anteriores le ha
rechazado y expulsado a Jesús de las sinagogas, de las reuniones. Jesús ya no
volverá a pisar más una sinagoga. El pueblo sigue sin criterio propio, en un
estado infantil, sometido a los dirigentes. No se fían de ellos ni de su
experiencia.
A pesar de todo, hay gente que sigue escuchando a Jesús, los que están
pro la periferia.
Jesús a pesar de la falta de valoración y reconocimiento de su
pueblo, sigue adelante. El Espíritu de Dios le empuja y anima a seguir adelante
con la nueva evangelización. Parece como si fuera un evangelio escrito para
nosotros, buscadores intrépidos de la probación y del reconocimiento. No se trata
de cabezonería, sino de convencimiento. De experiencia.
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