viernes, 31 de enero de 2014

Fuente en Jericó. 
NUEVA EVANGELIZACIÓN 
C) Sacramentos (II)

A los primeros cristianos no les hacía falta que “les obligarán a ir a Misa”. Ellos vivían la eucaristía como lugar de encuentro donde podían recordar y hacer presente las palabras y hechos de Jesús, experimentaban en ellos a Cristo Resucitado. Y lo que se dice de la eucaristía, lo podemos decir del resto de los sacramentos.
No eran solo recuerdo, se convertían en historia presentes porque Cristo se hallaba entre ellos. Y es que para celebrar los sacramentos es imprescindible la fe. La fe que nos hace ver las cosas de manera distinta, a través de ella podemos experimentar que Jesús nos mira, nos habla, nos levanta, nos da su fuerza, nos invita a seguirle para hacer posible su reino. Los sacramentos son sacramentos del Reino.
Los humanos somos algo más que cumplir unas obligaciones o soportar la trivialidad de la vida cotidiana. En nosotros hay algo sobre lo que el mundo no tiene poder con sus normas y expectativas.

Los sacramentos son encuentros comunitarios en torno a Cristo, Resucitado. La vida, toda la vida, tiene sentido; todo puede convertirse en lugar en el que se experimenta a Dios. Mediante los sacramentos, nos “ejercitamos en la Encarnación”. Celebramos el camino de Jesús para llegar por ese camino al misterio de nuestra propia vida. Nos ejercitamos en dar un “si de aceptación” a la obra que Jesús, por su Espíritu, está haciendo en nosotros.  

Los sacramentos nos muestran que nuestra vida es valiosa. Si la vida tiene un valor y una dignidad inviolable, está también llena de sentido. Nos transmiten la experiencia de que es bueno que nosotros vivamos, existamos, seamos. Nuestra vida está llena de sentido, porque Dios mismo la sustenta, la confirma, la enriquece con sus dones, la hace fecunda, la libera, la afirma. Celebra los sacramentos es una reafirmación de la vida. Aquel que puede afirmar su vida, la experimentará como llena de sentido. A la falta de sentido, al absurdo y banalidad  tan existentes, es preciso celebrar los sacramentos como las celebraciones de la vida, del sentido de la vida, de la bondad de la vida. En todos los acontecimientos de la vida podemos ser iluminados por la luz del amor de Cristo. Los sacramentos tocan todos los ámbitos de nuestra vida, los transforma, los sana.

En los sacramentos del Bautismo, de la confirmación y del Orden se ungen a los sujetos con el crisma. El crisma era el aceite con que se ungía al rey. Aquello significaba que el rey pertenecía a un pueblo de reyes, sacerdotes y profetas… como dice la oración de unción del Crisma en el bautismo: Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que te ha liberado del pecado y dado nueva vida por el agua y el Espíritu Santo, te consagre con el crisma de la salvación para que entres a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de  Cristo, sacerdote, profeta y rey. Amén.
Cada cristiano es:
·        rey: llamado a servir, a acoger el Reino de Dios, a hacer posible ese reino, a descubrir el valor de lo que es ser persona cuando nos despojan de todos los privilegios y poderes.
·        sacerdote: cada uno tiene la tarea de transformar lo humano en divino, de hacer a su manera transparente a Dios; a través de sus debilidades y fortalezas ha de hacer visible el amor y la misericordia de Jesús. 
·        profeta: cada uno puede expresar con su vida algo de lo que solamente él es único. Cada persona ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Esto le hace ser único. La tarea es que esa imagen resplandezca en el mundo.

Me amas con todas mis debilidades, con todos mis defectos heredados y adquiridos, con mi modo de ser tal como es, como mi carácter y mi temperamento, mis hábitos y mis complejos. Me amas tal como soy.

En el interior de cada ser humano hay un espacio, un ámbito absolutamente personal, al cual solo tiene acceso Dios.
Todos tenemos dentro de nosotros una intimidad oscura, un lugar que ha sido creado para el amor incondicional. Pero la mayoría de los hombres no lo saben, lo desconocen, lo ignoran. Por eso, tenemos el corazón vacío y sin amor. Solo cuando descubrimos el amor de Dios en nosotros, en el fondo de nuestra alma, dejamos de buscar con angustia y ambición fuera de nosotros, en lo exterior, la satisfacción de nuestras necesidades. Solo encontraremos paz en nuestro corazón cuando volvemos dentro de nosotros mismos, es decir, cuando nos volvamos a Dios, a la conversión, al Amor insatisfecho que habita en nosotros y alienta nuestra vida.



En la liturgia puedo entrar en contacto con mi verdad. Donde Dios está en mí, allí me libera del poder de los demás, de sus expectativas y exigencias, de sus juicios y criterios. Me libera de las imágenes que otros me han inculcado o de las que yo mismo me he hecho. Dios me libera para ser hombre, humano. Soy el resultado de mi historia y algo más. Soy una imagen única de Dios. Allí donde las opiniones de los otros y los criterios personales no pueden entrar, allí puedo ser yo mismo, descubro mi valor divino que me hace humano, pleno; allí pueden abrirse las posibilidades de estar en contacto con el Dios que me habita. Allí no hay ninguna fuerza que tenga poder sobre mí, nadie puede acceder allí, excepto Dios. Solo él tiene la llave. 

1 comentario:

  1. Creo que esta forma de recorrer la Vida si tiene de Evangelio( Nueva Evangelizacion) Gracias por tu exposicion, reflexion. Nunca dejas indiferente. Mucho animo.

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