jueves, 30 de enero de 2014

Cenáculo en Jerusalén
NUEVA EVANGELIZACIÓN
C) Sacramentos (I)
Vamos a la tercera etapa del proceso de evangelización: sacramentos. Lo he divido en dos partes. Aquí está la primera. Es continuación del primer anuncio y de la catequesis.  
Nuestra vida no consiste solo en trabajar y en comer, en divertirnos y ocuparnos del mañana… ¡que también! En los sacramentos nos encontramos cerca de lo divino. Nos afecta en demasía la banalidad de la vida; la falta de sentido nos vuelve locos; la vida, a veces, carece de sentido y de valor; continuamente necesitamos sensaciones exteriores para sentirnos plenos, llenos, vivos. Estamos hartos de todo, o casi todo, de la trivialidad de la vida, y por eso, necesitamos tantas sensaciones.

Sin los sacramentos-sin la eucaristía- , la vida está vacía y sin sentido. Todo es banalidad. Solo hay búsqueda de dinero y de diversión, pero no hay un sentido más profundo. Los sacramentos muestran que la vida tiene un sentido, tiene un valor divino que nos hace muy humanos. Si nuestra vida tiene un valor divino, celebramos la vida en los sacramentos. El Resucitado celebra en nosotros una fiesta sin fin. Nuestra vida es digna de ser celebrada porque Cristo mismo, el hombre en plenitud, nos ha salvado, liberado.
A través de los sacramentos podemos expulsar nuestra angustia, transformarla. Esa angustia que nace de la curiosidad y de la búsqueda del éxito, de la impaciencia, de la desorientación, del descontento, del desgarro. Los sacramentos crean un espacio de libertad en el que podemos respirar libertad; un espacio en el que puede no entrar los ruidos del mundo; podemos dar a Dios la posibilidad  de entrar en nuestra vida.

A través de los sacramentos, de la liturgia, podemos experimentar la cercanía de Dios que se ha manifestado en Jesús. Todo esto acontece de manera misteriosa, pero real, a través del Espíritu de Jesús. Esa cercanía de Dios nos conduce a entrar en contacto con nosotros mismos. Por esto, la liturgia tiene capacidad para llegar hasta las personas de tal modo que se vean atraídos  por el deseo de Dios. Cuando los sacramentos los celebramos con autenticidad, entonces nos vemos afectados por ellos. Si estamos pendientes de la brevedad, del tiempo… apenas tocarán los corazones. Dios no es un adorno barato de nuestra vida.

La sociedad, todas las sociedades, tiene pretensiones de totalizar, de uniformar… Los sacramentos son el deseo de algo diferente. Nos humanizan y personalizan. Por eso celebrar los sacramentos supone estar con toda nuestra persona, que nos veamos afectados por lo que celebramos.
Es preciso comentar, catequizar, evangelizar los sacramentos de tal modo que sean salvadores y liberadores para quienes los celebran. Es preciso introducirnos en los significados de los ritos para poder ser tocados y transformados de una manera nueva.
De poco sirve celebrar de manera automática o mágica los sacramentos. Quedan devaluados como simples reliquias de una época pasada, como algo espectacular. Si los sacramentos quedan vacíos, entonces la gente da mucha más importancia a todo lo espectacular, a lo pagano.

Los curas nos sentimos utilizados por muchas personas como simples dispensadores de sacramentos. ¿Cómo presentar y vivir los sacramentos como rituales sanadores, fuentes de vida en plenitud? Todo esto depende de la idea y vivencia que se tenga  de lo que es un sacramento. Por lo general la gente tiene ideas muy difusas acerca de los significados de los sacramentos.
Los sacramentos pueden ser la luz que ilumina el sentido de nuestra vida. Alumbran el sentido de nuestras vidas, de los acontecimientos de nuestras vidas. Son las ocasiones de la vida para celebrar la liberación de Dios en nuestra vida; nos dan la posibilidad e reinterpretar nuestra historia y nuestra realidad.

Es preciso redescubrir el sentido y significado de los sacramentos. Y esto continuamente. De lo contrario se quedan vacíos, sin sentido, no nos dicen nada.
Celebrar los sacramentos es celebrar la presencia salvadora/sanadora de Jesús, persona en la que Dios se ha manifestado. Jesús actúa hoy en nosotros como lo hacía por los caminos y las aldeas de Israel. En los sacramentos se efectúa la plenitud de la vida inaugurada en la Encarnación de Cristo.

La vocación más profunda del ser humano consiste en llevar a los hombres lo mismo que hizo Jesús: la buena noticia de Dios, en liberar a los cautivos, abrir los ojos a los ciegos, sanar a los heridos.

La función de los sacramentos es dejar que Cristo actúe hoy en nosotros, cure nuestras heridas, nos perdone los pecados, nuestras culpas, sane nuestros resentimientos, nos envíe en misión a realizar nuestra tare, que celebre en nosotros uno banquete, expresión de su entrega, y nos conceda la certeza de que al morir estaremos con él en el paraíso.

En los sacramentos, Cristo quiere hacer hoy en nosotros experiencia de salvación, de curación. Cristo nos muestra el sentido nuestra vida. En ellos podemos ver la profundidad de nuestra existencia humana. Los 7 sacramentos nos muestran las etapas de nuestro camino, que Jesús recorre con nosotros. El número 7 quiere decir plenitud, totalidad, es decir, toda nuestra vida  puede ser sacramento. En los sacramentos celebramos la plenitud de lo humano. Los sacramentos nos hacen humanos. 


Los sacramentos nos hacen entra en comunión con Cristo en Dios, en el Espíritu. En los instantes de nuestra debilidad, de nuestro nacimiento, de nuestra culpa, de nuestra enfermedad, de nuestra soledad, de nuestra inseguridad, podemos entrar en relación con el Espíritu que habita en nosotros. 

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