martes, 21 de abril de 2015

SEMANA III DE PASCUA
MIÉRCOLES

Juan 6,35-40
35Jesús les contestó: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; 36pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis. 37Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, 38porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. 39Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. 40Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

COMENTARIO
35Jesús les contestó: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; 36pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
Jesús se había presentado como dador de pan; ahora se identifica él mismo con el pan (Yo soy el pan de la vida). Él es el don continuo del amor del Padre a la humanidad.
Comer ese pan significa dar la adhesión a Jesús, asimilarse a él; es la misma actividad formulada antes en términos de trabajo (vv. 27.29). La unión a él comunica a los hombres la vida de Dios. Él es el alimento que Dios ofrece a los hombres, con el que se obtiene la calidad de vida que los encamina a su plenitud.
La Ley dejaba una continua insatisfacción, por proponer un modelo y exigir una fidelidad inalcanzables (Eclo 24,21: "el que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed"; cf. Jn 4,13a-14). Por el contrario, la adhesión a Jesús satisface toda necesidad y toda aspiración del hombre (el que me come nunca pasará hambre, el que me da su adhesión nunca pasará sed), porque no lo centra en la búsqueda de su propia perfección, sino en el don de sí mismo. Mientras la perfección tiene una meta tan ilusoria y tan lejana como el ideal que cada uno se fabrique, el don de sí mismo es concreto e inmediato y sus metas se van alcanzando con la práctica de cada día, pudiendo llegar al extremo, como en el caso de Jesús. Con la búsqueda de la perfección el hombre va edificando su propio pedestal; con la adhesión a Jesús, se pone al servicio de los demás y crea la igualdad en el amor.
Han tenido delante a Jesús, pero no descubren el sentido de su acción ni la calidad de su persona; en el hombre no ven al Hijo. Desean el pan, pero no dan el paso, no se acercan a él. Quieren un don suyo, pero no el de su persona; se mantienen a distancia. Pretenden separar el don del amor que contiene, haciéndole perder su sentido. Quieren recibir, pero se niegan a amar.

37Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, 38porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. 39Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.
Lo dicho anteriormente con el símbolo del maná-pan, Jesús  lo explica usando un lenguaje diverso. El tema de este pasaje es el central en el evangelio: Jesús es el que da el pan de vida. Veamos algunas expresiones:
·         Todo lo que… Subraya la unidad que forman los que se adhieren a Jesús: no son individuos aislados, sino una comunidad indivisible.
El Padre entrega los hombres a Jesús. Esto significa que el anhelo de vida que el Padre, como Creador, ha puesto en lo más íntimo de los seres humanos, encuentra respuesta plena sólo en Jesús. Por eso este acoge a todo el que se le acerca y lo mantiene consigo, no lo echaré fuera. El deseo, la voluntad,  del Padre es dar al hombre la plenitud de vida.
·         He bajado del cielo. No debe entenderse en sentido espacial. Significa que el origen de Jesús, en cuanto es el Hijo del hombre, no es meramente humano, sino que se encuentra en la esfera divina: fue la bajada del Espíritu (1,32) la que hizo de él el Hombre-Dios, la presencia del Padre entre los hombres.
·         El último día. Es la primera vez que aparece en este evangelio. Designa el día en que termina el mundo antiguo y se inaugura el nuevo, y se refiere al día de la muerte de Jesús. Con la entrega del Espíritu (19,30.34), Jesús concede a los hombres la resurrección, es decir, la vida definitiva que supera la muerte. Así, indica Jesús que la realización del hombre no es un mero producto del proceso histórico. Necesita el nuevo principio de vida, el nuevo nacimiento.

40Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
El que me envió del versículo anterior se identifica ahora con mi Padre, precisando la relación que existe entre Dios y Jesús. Su misión no es la de un subordinado ni se ejecuta por obediencia a una orden, sino que es  expresión de una comunidad de ser y de un nculo de amor.
A través de las señales que realiza, hay que reconocer en Jesús al Hijo. Esta denominación resume los dos grandes nombres de Jesús: el Hijo del hombre y el Hijo de Dios. Lo designa como el hombre en plenitud, cumbre de la humanidad, que es al mismo tiempo la presencia de Dios en el mundo.

Ver en el hombre Jesús al Hijo equivale a reconocer la capacidad del ser humano de alcanzar la plenitud, de hacerse hijo de Dios realizando el proyecto creador. Con esto el hombre descubre las enormes posibilidades que Dios ha puesto en él. 

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