MIÉRCOLES
Juan 6,35-40
35Jesús les
contestó: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que
cree en mí no tendrá sed jamás; 36pero, como os he dicho, me habéis
visto y no creéis. 37Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al
que venga a mí no lo echaré afuera, 38porque he bajado del cielo no
para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. 39Esta
es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino
que lo resucite en el último día. 40Esta es la voluntad de mi Padre:
que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré
en el último día.
COMENTARIO
35Jesús les
contestó: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que
cree en mí no tendrá sed jamás; 36pero, como os he dicho, me habéis
visto y no creéis.
Jesús
se había presentado como dador de pan; ahora se identifica él mismo con el pan (Yo
soy el pan de la vida). Él es el don continuo del amor del Padre a la
humanidad.
Comer
ese pan significa dar la adhesión a Jesús, asimilarse a él; es la misma
actividad formulada antes en términos de trabajo (vv. 27.29). La unión a él
comunica a los hombres la vida de Dios. Él es el alimento que Dios ofrece a los
hombres, con el que se obtiene la calidad de vida que los encamina a su
plenitud.
La
Ley dejaba una continua insatisfacción, por proponer un modelo y exigir una
fidelidad inalcanzables (Eclo 24,21: "el que me come tendrá más hambre, el
que me bebe tendrá más sed"; cf. Jn 4,13a-14). Por el contrario, la
adhesión a Jesús satisface toda necesidad y toda aspiración del hombre (el
que me come nunca pasará hambre, el que me da su adhesión nunca pasará sed), porque
no lo centra en la búsqueda de su propia perfección, sino en el don de sí
mismo. Mientras la perfección tiene una meta tan ilusoria y tan lejana como el
ideal que cada uno se fabrique, el don de sí mismo es concreto e inmediato y
sus metas se van alcanzando con la práctica de cada día, pudiendo llegar al extremo,
como en el caso de Jesús. Con la búsqueda de la perfección el hombre va
edificando su propio pedestal; con la adhesión a Jesús, se pone al servicio de
los demás y crea la igualdad en el amor.
Han
tenido delante a Jesús, pero no descubren el sentido de su acción ni la calidad
de su persona; en el hombre no ven al Hijo. Desean el pan, pero no dan el paso,
no se acercan a él. Quieren un don suyo, pero no el de su persona; se mantienen
a distancia. Pretenden separar el don del amor que contiene, haciéndole perder
su sentido. Quieren recibir, pero se niegan a amar.
37Todo lo que
me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, 38porque
he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha
enviado. 39Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda
nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.
Lo dicho anteriormente con el símbolo del maná-pan, Jesús lo explica usando un lenguaje diverso. El tema de este pasaje es el central en el evangelio:
Jesús es el que da el pan de vida. Veamos
algunas expresiones:
·
Todo lo que… Subraya la unidad que forman los que se adhieren a
Jesús:
no
son individuos aislados, sino una comunidad
indivisible.
El Padre entrega
los hombres a Jesús. Esto significa que el anhelo de vida que el Padre, como Creador, ha puesto en lo más íntimo de los seres humanos,
encuentra respuesta plena sólo en Jesús. Por eso
este acoge a todo el que se
le acerca y lo mantiene consigo, no lo echaré fuera. El deseo, la voluntad, del Padre es dar al hombre la plenitud de vida.
·
He bajado del cielo. No debe entenderse en sentido espacial. Significa que el origen de
Jesús, en cuanto es el Hijo del hombre, no es
meramente humano, sino que
se encuentra en la esfera
divina: fue la bajada del Espíritu
(1,32) la que hizo de él el Hombre-Dios, la presencia
del Padre entre los hombres.
·
El último día. Es la primera vez que aparece en este evangelio. Designa el día en que termina el mundo
antiguo y se inaugura el nuevo, y se refiere al día de la muerte
de Jesús. Con la entrega
del Espíritu (19,30.34), Jesús concede a los hombres la resurrección, es decir, la vida
definitiva que supera la muerte. Así, indica Jesús que la realización del hombre no es un mero producto del proceso histórico.
Necesita el nuevo principio de vida, el nuevo nacimiento.
40Esta es la
voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
El que me envió del versículo anterior se identifica ahora con mi Padre, precisando la relación que existe entre Dios y Jesús. Su misión no es la de un
subordinado ni se ejecuta por obediencia a una orden, sino que es expresión de
una comunidad de ser y de un vínculo
de amor.
A través de las señales que realiza, hay que reconocer en Jesús al Hijo. Esta denominación
resume los dos grandes nombres de Jesús: el
Hijo del hombre y el Hijo de Dios. Lo designa como el hombre en plenitud, cumbre de la humanidad,
que es al mismo tiempo la presencia de Dios en el mundo.
Ver en el hombre Jesús al
Hijo equivale a reconocer la capacidad del ser humano de alcanzar la
plenitud, de hacerse
hijo de Dios realizando el proyecto
creador. Con esto el hombre descubre las
enormes posibilidades que Dios ha puesto en él.
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