JUEVES
Juan 6,44-51
44Nadie
puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré
en el último día. 45Está escrito en los profetas: Serán todos
discípulos de Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. 46No
es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha
visto al Padre. 47En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene
vida eterna.
48Yo
soy el pan de la vida. 49Vuestros padres comieron en el desierto el
maná y murieron; 50este es el pan que baja del cielo, para que el
hombre coma de él y no muera.
51Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de
este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del
mundo.
COMENTARIO
44Nadie
puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré
en el último día. 45Está escrito en los profetas: Serán todos
discípulos de Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. 46No
es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha
visto al Padre.
Jesús no entra en la
discusión sobre su origen divino o humano. Para acercarse a Jesús hay que dejarse impulsar por el Padre; pero ellos no reconocen que Dios es Padre, creador/el que engendra vida a los seres humanos. El Padre impulsa hacia
Jesús, porque este es su
don de vida a la humanidad, la expresión de su amor.
Ellos, las autoridades
judías, que no se interesan por el bien del hombre, no esperan ese don ni lo desean. La actividad de Jesús a favor de los oprimidos no los interpela, y, sin embargo, ésta es el único criterio para entender quién es Jesús, su misión divina y la presencia del Padre en él.
La resurrección era admitida y defendida por la escuela farisea como premio a la observancia de la
Ley. Jesús afirma que la resurrección no depende de esa observancia, sino de la fe en él. No hay más resurrección que la que él da y que va incluida en la vida que él comunicará el último día, el de su muerte (Jn 6,39).
45Está
escrito en los profetas: Serán todos discípulos de Dios. Todo el que escucha al
Padre y aprende, viene a mí. 46No es que alguien haya visto al
Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre.
Jesús reinterpreta el texto de Is 54,13 (cf. Jr 31,33s): el Padre no enseña
a observar la Ley, sino a dar la lealtad a Jesús. El texto del profeta decía: Todos tus hijos (los de Jerusalén)
serán discípulos del Señor. Jesús introduce algunos cambios:
·
Suprime
la mención de tus hijos y así universaliza el sentido.
·
El Señor del profeta queda sustituido por Dios/Padre, no es
ya el Dios de Israel, sino el Padre universal.
Según este pasaje, Dios
no elige a algunos privilegiados para que crean en Jesús, su acción se dirige a
todos los hombres. Pero cada uno ha de aprender del Padre y dejarse impulsar por él.
Dios impulsa a cada ser
humano como creador de vida. Dios se convierte en Padre. Es él quien ha puesto en el hombre la aspiración a la vida plena y quien lo induce a
encontrarla. Todo el que mantenga viva esa aspiración fundamental, escucha al Padre, se
sentirá llevado hacia Jesús, el que posee la plenitud humana y da la
posibilidad de alcanzarla.
Inseparablemente, el Padre
está lleno de amor a todos los hombres: quien sea sensible a los males de la
humanidad y vea en Dios un aliado del hombre se sentirá atraído hacia Jesús,
que libera a los débiles.
El Padre no es
inmediatamente accesible; sólo Jesús, que tiene la plena experiencia de Dios
como Padre, puede explicar lo que es Dios. Es más, él es el único que puede
manifestar su designio sobre el hombre y establecer las condiciones para
realizarlo.
47En
verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna.
Después de la denuncia
anterior, pronuncia Jesús una declaración solemne. Para el hombre, el efecto de
la adhesión personal a él es poseer una nueva calidad de vida que, por su plenitud, es
definitiva, la vida eterna. Ella lo hace superar la muerte, asegurando así el éxito de su existencia.
48Yo
soy el pan de la vida. 49Vuestros padres comieron en el desierto el
maná y murieron; 50este es el pan que baja del cielo, para que el
hombre coma de él y no muera.
51Yo soy el pan vivo que ha
bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo
daré es mi carne por la vida del mundo.
Jesús, el pan de la
vida, se contrapone al maná, que no consiguió llevar al pueblo a la tierra
prometida (Nm 14,21-23) y a la Ley, que,
como fuente de vida, era llamada pan.
Se pensaba que el maná daba vida para este mundo; la Ley, para el mundo futuro.
Pero es Jesús, como pan, quien ahora comunica al hombre la
vida propia del mundo definitivo.
Hay una incesante
comunicación de vida procedente de Dios, baja del cielo, el Espíritu que fluye a través de Jesús y es comunicado por él. En un momento determinado, el hombre debe hacer suyo este don permanente comerlo; así evitará el fracaso y no muera.
Siguiendo los símbolos del
éxodo, pasa Jesús de la figura del maná a la del cordero, mi
carne. El Espíritu no se da fuera de su realidad humana. Su carne lo manifiesta y lo comunica. A
través de lo humano, el don de Dios se hace concreto, adquiere realidad para el
hombre. En Jesús, Dios se expresa en la
historia y manifiesta su voluntad de diálogo con la humanidad. Es en el hombre
y en el tiempo donde se encuentra a Dios, donde se le acepta o se le rechaza.
Jesús dará su carne para que el mundo viva. La expresión supone
que la humanidad carece de vida, es decir, lleva una vida que no merece ese nombre. La objeción de los judíos reflejaba el escándalo
que provoca el Hombre-Dios. Mientras Dios pone todo su interés en acercarse al hombre
y establecer comunión con él, el hombre tiende continuamente a alejarlo de su mundo, relegándolo a una esfera cerrada y transcendente.
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