VIERNES
Juan 6,52-59
52Disputaban los judíos entre sí:
¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
53Entonces
Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo
del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54El
que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el
último día. 55Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera
bebida.
56El
que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. 57Como
el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo,
el que me come vivirá por mí. 58Este es el pan que ha bajado del
cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come
este pan vivirá para siempre.
59Esto
lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
COMENTARIO
52Disputaban
los judíos entre sí: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
Las palabras anteriores
de Jesús no provocan ahora sólo una crítica, sino una
discordia entre sus adversarios. La mención de su carne
los ha desorientado y les
ha quitado la seguridad. Mientras Jesús se mantuvo en la
metáfora del pan, creían comprender, podían interpretar que se presentaba como
un maestro de sabiduría enviado por Dios. Pero Jesús ha precisado que ese pan
es su misma realidad humana, su carne, no una doctrina. Ya no entienden qué puede significar comer
su carne.
53Entonces
Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo
del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54El
que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el
último día. 55Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera
bebida.
Jesús hace una nueva
declaración, que explica la anterior: comer y beber significan asimilarse a él, aceptar y hacer propio el
amor expresado en su vida, su carne, y en su muerte, su sangre.
En el éxodo de Egipto, la
carne del cordero fue alimento para la salida de la esclavitud, y su sangre
liberó a los israelitas de la muerte por mano del exterminador (Éx 12,1-14). En
el nuevo éxodo, la carne de Jesús es
alimento permanente, y su sangre no
libera momentáneamente de la muerte, sino, como su carne, da vida definitiva.
La doble fórmula comer la carne y beber la sangre distingue
entre la realidad histórica de Jesús (carne
= hombre mortal) y su entrega hasta el fin (sangre = don de su vida). Se subraya
así el doble aspecto de la adhesión:
·
significa
la identificación del discípulo con Jesús, el Hombre pleno. Es la aspiración a
alcanzar la plenitud mediante una
actividad como la suya en favor de los hombres.
·
Y
es expresión de la identificación interior, no cesar en esa labor, no
retroceder ni siquiera ante la prueba extrema.
La frase de Jesús: no
tenéis vida en vosotros, es decisiva. No hay realización del hombre si
no es por la asimilación a Jesús, obra del Espíritu que de él se
recibe, lleva a una entrega como la suya. Es evidente la alusión a la
eucaristía, que queda así puesta bajo el signo del Hijo del
hombre. El pan y el vino eucarísticos son símbolos de Jesús en cuanto modelo de
Hombre, de su ser y actividad, de su entrega hasta el fin. El compromiso
cristiano renovado en la eucaristía consiste, por tanto, en la mayor
asimilación a este modelo.
Se expone al mismo tiempo
el doble aspecto de la eucaristía:
·
Es
el nuevo maná, el alimento, vehículo del Espíritu, que da fuerza y vida.
·
Y la
nueva norma de vida, no por un código externo (la Ley), sino por la identificación con Jesús, que lleva a una entrega como la
suya.
Jesús no es un modelo exterior
que imitar. Se trata de comulgar con él, asimilarle. Esta comunión cambia
interiormente al discípulo. El éxito está asegurado: el que se asemeja al Hijo del Hombre tiene vida definitiva,
pues posee el Espíritu de Dios.
Inmediatamente expone Jesús con otras palabras el
don de la vida definitiva: él va a resucitarlo el último
día, el de su muerte, cuando
comunicará su Espíritu.
Cuando afirma Jesús que su
carne es verdadera comida y su sangre
verdadera bebida
quiere decir que la asimilación a su estilo de vida y a su entrega,
el desarrollo y plenitud expresados por la denominación el Hijo del hombre, son realmente posibles. Cada uno puede hacer suyo este ideal,
seguro de que no es irrealizable.
56El
que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. 57Como
el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo,
el que me come vivirá por mí. 58Este es el pan que ha bajado del
cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come
este pan vivirá para siempre.
Asimilar la carne y la sangre de
Jesús, es decir, hacer propio
el ideal de Hombre que él propone, con una
actividad y entrega como
la suya, implica una
compenetración con él que hace compartir su misma vida.
En Jesús, el Padre adquiere rostro
humano y presencia en el tiempo, mientras Jesús, en comunión con el Padre, adquiere rostro divino. El que se adhiere a Jesús
reproduce en sí mismo ese
proceso, entrando en la unidad del Padre y del Hijo.
La vida que Jesús posee
procede del Padre (Jn 1,32: el Espíritu que
bajaba como paloma desde el cielo y se quedó sobre él) y él vive en total dedicación a la
tarea de Dios de dar vida al mundo. Jesús comunica esa vida a los suyos: la actitud de estos ha de ser dedicarse a cumplir el
mismo designio.
Se cierra el tema del
maná, comenzado en Jn 6,31. El maná no consiguió completar el
antiguo éxodo; el éxodo de Jesús, en cambio, llega a su fin: quien come pan de éste
vivirá para siempre. Ese pan ha bajado
del cielo. Jesús se refiere a sí mismo como dador del Espíritu (d. 6,33.34), disponible para los hombres. Y a la nueva
comunidad humana, que, a diferencia de la que se
constituyó en el Sinaí, que murió
en el desierto, llegará a la tierra prometida, a la vida definitiva.
Sin embargo, cada vez que hace alusión al seguimiento (comer / beber), Jesús se refiere al individuo, no a la comunidad como tal. Para él, su comunidad no es gente ni multitud (6,5), sino hombres adultos (6,10), donde cada uno hace su
opción personal y libre y tiene su propia
responsabilidad en el seguimiento y en la asimilación a él.
59Esto
lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
Termina el
relato/discurso indicando la ocasión y el lugar.
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