TIEMPO PASCUAL.
II DOMINGO
Juan 20,19-31
Es el segundo encuentro entre los discípulos y el Resucitado. El primero
es con María Magdalena (Jn 20,11-18).
Este encuentro se desdobla en dos escenas que narran la misma realidad. Se
trata de la comunidad reunida para la celebración de la Eucaristía y el mismo
día: el primer día y el octavo día
son el mismo día. Se refieren al día de la Resurrección y en ambos episodios se
narra una eucaristía.
19Al
anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús,
se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. 20Y, diciendo esto, les
enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver
al Señor. 21Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo. 22Y, dicho esto, sopló sobre ellos
y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; 23a quienes les perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos.
24Tomás,
uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y
los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. 25Pero él les
contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en
el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. 26A
los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó
Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros. 27Luego
dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente. 28 Contestó Tomás:
¡Señor mío y Dios mío! 29Jesús le dijo: ¿Por qué me has visto has
creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto.
30Muchos
otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los
discípulos.
31Estos
han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
para que,
creyendo,
tengáis vida en su nombre.
COMENTARIO
Primera escena. vv. 19-22. Los
discípulos reconocen a Jesús vivo por las manos y el costado.
19Al anochecer de aquel día, el
primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo: Paz a vosotros.
Al Resucitado no solo se descubre con la palabra, sino también en la
fracción del pan, en la Eucaristía. El mensaje de María Magdalena no los ha
liberado del miedo. No basta con que otro nos hable del Resucitado, es
necesario experimentar su presencia, personalmente.
Jesús se presenta en medio, en
el centro de la comunidad que celebra la eucaristía. Es una presencia
eucarística. Y conservando las señales de la entrega: las manos, expresión de un amor hasta el extremo, y el costado, el don del Espíritu.
Jesús les saluda exactamente como los despidió (14,27;16,33). La muerte
no ocupa espacio ni tiene recorrido. En el mismo segundo que mueres a este
mundo, resucitas. La vida es continuidad sin interrupción alguna. La muerte no
existe. Otra cosa es que a la hora de expresar y narrar los acontecimientos en
este mundo, sometidos al espacio y al tiempo, le concedamos a la muerte un
espacio y un tiempo. Por ejemplo, cuando
confesamos al tercer día resucitó[1].
Si la entendemos en sentido literal y
deducimos que Jesús estuvo tres días muerto, es una aberración patente, pues el
que es la vida no puede morir y el que tiene la vida no prueba la muerte. La
muerte no existe.
20Y,
diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor.
A Jesús no se le reconoce por su cara, como hacemos con la gente, sino
por las manos y el costado[2].
Las manos, en todas las culturas, son
símbolo de las obras. A Cristo Resucitado se le reconoce presente en todo ser
humano que hace obras de vida. Cristo se hace presente en la Eucaristía dando
fuerza para llevar una vida de entrega a favor de los demás, dando vida a los
demás. Sus manos dan seguridad. El Padre ha puesto todo en sus manos. Creer que
la frase significa que allí hubo unas manos físicas, destrozadas, de un
crucificado y que hubo un examen visual de un espectáculo, es entender poco o casi
nada.
El costado abierto. El pecho es el arca que guarda el corazón, sede
de los sentimientos, está abierto. Simboliza el amor derramado y los buenos
sentimientos. Ahí está el Resucitado. De su costado brota agua y sangre, es una vida entregada.
Lo mismo que sucedió en su pasión está sucediendo en esta Eucaristía: en
la cena, sus manos aparecen entregadas en servir, el lavatorio; en el calvario,
su costado abierto del que brota la vida, la lanzada; en su muerte, la entrega
del Espíritu, que es lo que viene a continuación.
21Jesús
repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. 22Y,
dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; 23a
quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.
Jesús les pone en su mismo camino. La misión de los suyos es la misma que
la suya.
Imaginarse a Jesús Resucitado llenando los pulmones de aire y a
continuación expulsando por la boca soplándoles a todos, además de ridículo, resulta
bastante de ficción.
La imagen hace referencia a la primera creación, Gén 2,7. Dios sopló en
la nariz de aquella figura de barro, símbolo de la fragilidad humana, su
espíritu de vida y el hombre fue un ser viviente. Aquí, ahora, culmina la obra
creadora, recoge la misma imagen. El que tiene experiencia del Resucitado se
convierte en una persona nueva. Con la plenitud del Espíritu, la comunidad, ya
tiene capacidad de amar hasta el extremo, de entregarse totalmente como él, y
eso es lo que libera del pecado.
El evangelista Juan no concibe el pecado como una mancha puntual, sino
como una actitud del individuo. Pecar es ser cómplice de la injusticia
encarnada en un sistema opresor, cuando el individuo cambia de actitud, cesa su
pecado. Para Juan, pecado es integrarse
en el orden injusto, bien por propia decisión, o bien, porque no se conoce otra
posibilidad.
A quienes perdonéis… “A quienes liberéis de sus cadenas que
esclavizan con la fuerza del Espíritu que os doy, quedan liberados". No se
trata solo del sacramento de la Penitencia, que también, sino de que a todos nos
da las fuerzas del Espíritu con el que podamos ayudar a liberar del pecado (del
orden injusto) a los demás. Y por el contrario, a quienes se aferren a su
situación de injusticia opresora, les imputa de un modo constante su
esclavitud, su estado de pecado.
El Espíritu se da como fuerza para sacar a los demás, que libremente quieran salir, de
su situación de pecado y, al mismo tiempo, para los que libremente se siguen
aferrando a su situación, para poner de manifiesto la situación en la que
están. Los discípulos reciben el Espíritu
Santo para liberar al ser humano que sin culpa alguna vive menguado y
prisionero de la única realidad que conoce. Reciben el Espíritu Santo para
mostrar al ser humano que vive en tinieblas el proyecto luminoso que Dios tiene
sobre él.
Segunda escena. vv. 24- 31.
Las heridas de Tomás.
24Tomás,
uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y
los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. 25Pero él les
contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en
el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
El caso de Tomás, como después el de Pedro (Jn 21,15) son paradigmáticos,
modélicos. Son personas históricas con una función simbólica, y solo se
entienden a la luz de este evangelio.
Quizás Tomás sea un hombre herido, con heridas abiertas, y necesita el
contacto con unas heridas luminosas, cicatrizadas y curadas, para curar las suyas.
En toda la escena no hay ninguna referencia a lo externo ni a la visión. La
expresión hemos visto al Señor quiere
decir “hemos tenido experiencia del Resucitado, hemos tenido luz, ahora
comprendemos, ahora vemos claro”.
Tomás no hace ni dice nada en ningún evangelio, es
solo un nombre más en medio de una lista. En cambio, en el evangelio de Juan es
el mellizo de Jesús, es decir, al
igual que Jesús, está dispuesto a dar la vida por él, vayamos
y muramos con él (Jn 11,16). En el cenáculo (segunda escena en la que aparece
Tomás) afirma: No sabemos dónde vas ¿cómo
podremos saber el camino? Está dispuesto a dar su vida, pero sin saber a
dónde va. Tanto entusiasmo ciego se ha visto defraudado por la cruda realidad.
Su entusiasmo, como el de Pedro, era grande, pero su compresión de Jesús era
incorrecta.
Tanto Tomás como Pedro aparecen como personajes con muchos impulsos y
poca cabeza, nacida por no escuchar al que es la Palabra, por eso acaban tan
heridos. Jesús comprendiendo todo y, especialmente, su situación tiene con cada
uno un “aparte” para curar sus heridas. Las heridas de la incredulidad y la
negación solo se reparan, se curan, con un encuentro personal. Con estos dos
discípulos, Jesús lo tiene.
Cuando alguien tan entusiasta, tan lanzado incondicionalmente y con unos
cimientos tan flojos, se topa con la cruda realidad, el golpe es tan monumental
que uno se desapunta del grupo, de la comunidad. Tomás se borró del grupo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. En
esta situación de desamparo, es cuando él contesta que no volverá a creer hasta que no vea, hasta que no experimente que
todo este desastre acaba en vida. Necesita curar sus heridas y solo se curarán
cuando experimente, toque sus heridas
curadas. Necesita ver sus heridas en profundidad y meterse hasta el fondo para que
viendo las suyas curadas, poder curarlas. Necesita ver que la entrega tiene
sentido.
Si no veo… no creo. Tomás no creerá hasta que no comprenda desde la
fe. No cree hasta que no experimente. De aquí la bienaventuranza del final, bienaventurados los que creen sin haber
visto. Dichosos los que creen aún sin comprender y experimentar. Hay gente
muy herida y, a la vez, su fe en Cristo es sin condiciones. La bienaventuranza
es para los de la fe incondicional.
26A
los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
No se trata de días físicos. Está describiendo el mismo y único día que
existe, el de la Resurrección. En la liturgia no existe el tiempo, y estamos en
una Eucaristía. Solo existe el único día: el de la Resurrección. Jesús Resucitado
acude puntual todos los días a todas las citas eucarísticas. Tomás, muy herido,
autoexcluido, pero con la esperanza de volver a creer en la luz que le ayude a cicatrizar
sus heridas, vuelve a ilusionarse, a la comunidad, y Tomás con ellos.
Llegó Jesús,
estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros. 27Luego
dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Jesús se hace presente de la misma forma y les saluda del mismo modo, se
presenta en medio de ellos estando las
puertas cerradas. No es una presencia física, es una presencia espiritual,
íntima, sacramental. Por eso, aparece en medio de ellos, en la mesa donde están
bendiciendo el pan, en su interior, porque están en oración comunitaria, donde cada
cual acude con sus historias. Jesús Resucitado se acerca a cada uno de modo
diferente, del modo que necesitan.
Jesús acude a la cita comunitaria, pero tiene un “apartado” especial con
quien lo necesita. Dice a Tomás, trae tu
dedo, se trata del dedo físico de Tomás y de su mano física. Mira mis manos, sus manos, las de Jesús,
no son físicas como las de Tomás, porque el verbo mirar/ver que aparece aquí es el verbo interior/profundo/de fe. El
evangelista está narrado el proceso por el cual el ser humano físico, terrenal,
cura sus heridas, sus desencantos. Esto sucede mediante un acercamiento
espiritual/de fe, en una oración comunitaria, a la que le han llevado los amigos.
Tomás ha llegado a esta reunión litúrgica y en ella se le han abierto los ojos de dentro,
la luz interior, la que ilumina y da sentido a aquello que lo considera un
absurdo. Con esta luz llega al fondo, trae
tu mano y métala en mi costado. La frase expresa como con la luz de dentro,
con los ojos del Espíritu, de la fe, puede llegar a lo profundo y curarlo todo.
Viendo como las heridas están curadas
y son luminosas, las de Cristo resucitado, puede hacer otro tanto con las suyas.
El relato habla del poder sanador que unas heridas cicatrizadas pueden
tener para otro que las tiene abiertas, y de este modo, recuperar el
entusiasmo, la confianza de antes. Tomás no solo escucha y obedece, sino que ha
llegado al fondo, a los cimientos, y comienza a construir desde el que es la
Roca, construye con certeza y seguridad, y
no seas incrédulo, sino creyente.
28 Contestó
Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!
La frase, evidentemente, no es de Tomás, sino del evangelista que la pone
en sus labios y que es el punto culminante del relato y de todo el evangelio. Es
una frase del catequista Juan puesta en
boca de Tomás, que corona un sin fin de confesiones cristológicas diseminadas a
lo largo de todo el evangelio y que es coincidente con lo dicho en el principio,
la Palabra era Dios.
29Jesús
le dijo: ¿Por qué me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin
haber visto.
La pregunta de Jesús es una constatación. Tomás ha creído porque ha
tenido una experiencia pascual. Hay gente muy herida que necesita una
experiencia especial para volver a encantarla. Jesús no escatima nada al discípulo
que realmente lo necesita y lo pide.
Bienaventurados los que crean
sin haber visto". Esta expresión
es una Bienaventuranza (Juan solo tiene dos bienaventuranzas, esta y la de
13,17, después del gesto del lavatorio de los pies). Bienaventurados los que
tiene una fe tan fuerte que se pueden abandonar a ella sin pedir experiencias
especiales. Bienaventurado el que no está tan profundamente herido o el que
estándolo permanece en su fe. Bienaventurado al que sus heridas no le llevan al
desencanto y a desapuntarse.
30Muchos
otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los
discípulos.
31Estos
han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
para que,
creyendo,
tengáis vida en su nombre.
Es una primera conclusión del
evangelio, la segunda será en Jn 21, 24-25. El evangelista afirma que el escrito ofrece datos suficientes
para dar a entender a Jesús como Mesías e Hijo de Dios.
[1] La expresión al tercer día resucitó significa que la
muerte del cuerpo físico de Cristo existió. Tres es un número que indica
totalidad. No hay duda. En lo físico, está totalmente muerto a este mundo. Pero
la muerte de lo físico no implica la muerte de la vida. La muerte para los
judíos comienza el cuarto día; hasta ese día, el alma ronda el cuerpo queriendo
volver a él, al cuarto día desiste porque la corrupción es evidente. Pero en
Jesús el cuarto día no llega nunca, la muerte no existe. Es un modo de
expresarnos en este mundo nuestro, sujetos al espacio y al tiempo, pero en su
literalidad no se atiene a la realidad sin tiempo que hay más allá, cuando
muere nuestro cuerpo físico.
[2] El verbo “ver”,
en griego, se dice de tres maneras: “blepo”,
ver con los ojos; “zeoreo”, cuando lo físico empieza a trascender y “orao”,
ahora lo entiendo. Es, sobre todo, en
este tercer sentido al que se refieren los evangelistas cuando hablan de que los discípulos vieron al Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario