domingo, 12 de abril de 2015

TIEMPO PASCUAL.
II DOMINGO

Juan 20,19-31

Es el segundo encuentro entre los discípulos y el Resucitado. El primero es con María Magdalena (Jn 20,11-18).
Este encuentro se desdobla en dos escenas que narran la misma realidad. Se trata de la comunidad reunida para la celebración de la Eucaristía y el mismo día: el primer día y el octavo día son el mismo día. Se refieren al día de la Resurrección y en ambos episodios se narra una eucaristía.
 
19Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. 20Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. 21Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. 22Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; 23a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

24Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. 25Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. 26A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros. 27Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. 28 Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! 29Jesús le dijo: ¿Por qué me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto.
30Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos.
31Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que,
creyendo, tengáis vida en su nombre.


COMENTARIO
Primera escena. vv. 19-22. Los discípulos reconocen a Jesús vivo por las manos y el costado.
19Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
Al Resucitado no solo se descubre con la palabra, sino también en la fracción del pan, en la Eucaristía. El mensaje de María Magdalena no los ha liberado del miedo. No basta con que otro nos hable del Resucitado, es necesario experimentar su presencia, personalmente.
Jesús se presenta en medio, en el centro de la comunidad que celebra la eucaristía. Es una presencia eucarística. Y conservando las señales de la entrega: las manos, expresión de un amor hasta el extremo, y el costado,  el don del Espíritu. 
Jesús les saluda exactamente como los despidió (14,27;16,33). La muerte no ocupa espacio ni tiene recorrido. En el mismo segundo que mueres a este mundo, resucitas. La vida es continuidad sin interrupción alguna. La muerte no existe. Otra cosa es que a la hora de expresar y narrar los acontecimientos en este mundo, sometidos al espacio y al tiempo, le concedamos a la muerte un espacio y un tiempo.  Por ejemplo, cuando confesamos al tercer día resucitó[1]. Si la entendemos en  sentido literal y deducimos que Jesús estuvo tres días muerto, es una aberración patente, pues el que es la vida no puede morir y el que tiene la vida no prueba la muerte. La muerte no existe.

20Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
A Jesús no se le reconoce por su cara, como hacemos con la gente, sino por las manos y el costado[2]. Las manos, en todas las culturas, son símbolo de las obras. A Cristo Resucitado se le reconoce presente en todo ser humano que hace obras de vida. Cristo se hace presente en la Eucaristía dando fuerza para llevar una vida de entrega a favor de los demás, dando vida a los demás. Sus manos dan seguridad. El Padre ha puesto todo en sus manos. Creer que la frase significa que allí hubo unas manos físicas, destrozadas, de un crucificado y que hubo un examen visual de un espectáculo, es entender poco o casi nada.

El costado abierto. El pecho es el arca que guarda el corazón, sede de los sentimientos, está abierto. Simboliza el amor derramado y los buenos sentimientos. Ahí está el Resucitado. De su costado brota agua y sangre, es una vida entregada.
Lo mismo que sucedió en su pasión está sucediendo en esta Eucaristía: en la cena, sus manos aparecen entregadas en servir, el lavatorio; en el calvario, su costado abierto del que brota la vida, la lanzada; en su muerte, la entrega del Espíritu, que es lo que viene a continuación.

21Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. 22Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; 23a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Jesús les pone en su mismo camino. La misión de los suyos es la misma que la suya.
Imaginarse a Jesús Resucitado llenando los pulmones de aire y a continuación expulsando por la boca soplándoles a todos, además de ridículo, resulta bastante de ficción.

La imagen hace referencia a la primera creación, Gén 2,7. Dios sopló en la nariz de aquella figura de barro, símbolo de la fragilidad humana, su espíritu de vida y el hombre fue un ser viviente. Aquí, ahora, culmina la obra creadora, recoge la misma imagen. El que tiene experiencia del Resucitado se convierte en una persona nueva. Con la plenitud del Espíritu, la comunidad, ya tiene capacidad de amar hasta el extremo, de entregarse totalmente como él, y eso es lo que libera del pecado.

El evangelista Juan no concibe el pecado como una mancha puntual, sino como una actitud del individuo. Pecar es ser cómplice de la injusticia encarnada en un sistema opresor, cuando el individuo cambia de actitud, cesa su pecado.  Para Juan, pecado es integrarse en el orden injusto, bien por propia decisión, o bien, porque no se conoce otra posibilidad.

A quienes perdonéis… “A quienes liberéis de sus cadenas que esclavizan con la fuerza del Espíritu que os doy, quedan liberados". No se trata solo del sacramento de la Penitencia, que también, sino de que a todos nos da las fuerzas del Espíritu con el que podamos ayudar a liberar del pecado (del orden injusto) a los demás. Y por el contrario, a quienes se aferren a su situación de injusticia opresora, les imputa de un modo constante su esclavitud, su estado de pecado.

El Espíritu se da como fuerza para sacar a los demás, que libremente quieran salir, de su situación de pecado y, al mismo tiempo, para los que libremente se siguen aferrando a su situación, para poner de manifiesto la situación en la que están. Los discípulos reciben el Espíritu Santo para liberar al ser humano que sin culpa alguna vive menguado y prisionero de la única realidad que conoce. Reciben el Espíritu Santo para mostrar al ser humano que vive en tinieblas el proyecto luminoso que Dios tiene sobre él.

Segunda escena. vv. 24- 31. Las heridas de Tomás.
24Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. 25Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
El caso de Tomás, como después el de Pedro (Jn 21,15) son paradigmáticos, modélicos. Son personas históricas con una función simbólica, y solo se entienden a la luz de este evangelio.

Quizás Tomás sea un hombre herido, con heridas abiertas, y necesita el contacto con unas heridas luminosas, cicatrizadas y curadas, para curar las suyas. En toda la escena no hay ninguna referencia a lo externo ni a la visión. La expresión hemos visto al Señor quiere decir “hemos tenido experiencia del Resucitado, hemos tenido luz, ahora comprendemos, ahora vemos claro”.

Tomás no hace ni dice nada en ningún evangelio, es solo un nombre más en medio de una lista. En cambio, en el evangelio de Juan es el mellizo de Jesús, es decir, al igual que Jesús, está dispuesto a dar la vida por él,  vayamos y muramos con él (Jn 11,16). En el cenáculo (segunda escena en la que aparece Tomás) afirma: No sabemos dónde vas ¿cómo podremos saber el camino? Está dispuesto a dar su vida, pero sin saber a dónde va. Tanto entusiasmo ciego se ha visto defraudado por la cruda realidad. Su entusiasmo, como el de Pedro, era grande, pero su compresión de Jesús era incorrecta.

Tanto Tomás como Pedro aparecen como personajes con muchos impulsos y poca cabeza, nacida por no escuchar al que es la Palabra, por eso acaban tan heridos. Jesús comprendiendo todo y, especialmente, su situación tiene con cada uno un “aparte” para curar sus heridas. Las heridas de la incredulidad y la negación solo se reparan, se curan, con un encuentro personal. Con estos dos discípulos, Jesús lo tiene.
Cuando alguien tan entusiasta, tan lanzado incondicionalmente y con unos cimientos tan flojos, se topa con la cruda realidad, el golpe es tan monumental que uno se desapunta del grupo, de la comunidad.  Tomás se borró del grupo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. En esta situación de desamparo, es cuando él contesta que no volverá a creer hasta que no vea, hasta que no experimente que todo este desastre acaba en vida. Necesita curar sus heridas y solo se curarán cuando experimente, toque sus heridas curadas. Necesita ver sus heridas en profundidad y meterse hasta el fondo para que viendo las suyas curadas, poder curarlas. Necesita ver que la entrega tiene sentido.

 Si no veo… no creo. Tomás no creerá hasta que no comprenda desde la fe. No cree hasta que no experimente. De aquí la bienaventuranza del final, bienaventurados los que creen sin haber visto. Dichosos los que creen aún sin comprender y experimentar. Hay gente muy herida y, a la vez, su fe en Cristo es sin condiciones. La bienaventuranza es para los de la fe incondicional.

26A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
No se trata de días físicos. Está describiendo el mismo y único día que existe, el de la Resurrección. En la liturgia no existe el tiempo, y estamos en una Eucaristía. Solo existe el único día: el de la Resurrección. Jesús Resucitado acude puntual todos los días a todas las citas eucarísticas. Tomás, muy herido, autoexcluido, pero con la esperanza de volver a creer en la luz que le ayude a cicatrizar sus heridas, vuelve a ilusionarse, a la comunidad, y Tomás con ellos.

Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros. 27Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Jesús se hace presente de la misma forma y les saluda del mismo modo, se presenta en medio de ellos estando las puertas cerradas. No es una presencia física, es una presencia espiritual, íntima, sacramental. Por eso, aparece en medio de ellos, en la mesa donde están bendiciendo el pan, en su interior, porque están en oración comunitaria, donde cada cual acude con sus historias. Jesús Resucitado se acerca a cada uno de modo diferente, del modo que necesitan.

Jesús acude a la cita comunitaria, pero tiene un “apartado” especial con quien lo necesita. Dice a Tomás, trae tu dedo, se trata del dedo físico de Tomás y de su mano física. Mira mis manos, sus manos, las de Jesús, no son físicas como las de Tomás, porque el verbo mirar/ver que aparece aquí es el verbo interior/profundo/de fe. El evangelista está narrado el proceso por el cual el ser humano físico, terrenal, cura sus heridas, sus desencantos. Esto sucede mediante un acercamiento espiritual/de fe, en una oración comunitaria, a la que le han llevado los amigos.

Tomás ha llegado a esta reunión litúrgica y  en ella se le han abierto los ojos de dentro, la luz interior, la que ilumina y da sentido a aquello que lo considera un absurdo. Con esta luz llega al fondo, trae tu mano y métala en mi costado. La frase expresa como con la luz de dentro, con los ojos del Espíritu, de la fe, puede llegar a lo profundo y curarlo todo. Viendo como las heridas están curadas y son luminosas, las de Cristo resucitado, puede hacer otro tanto con las suyas.
El relato habla del poder sanador que unas heridas cicatrizadas pueden tener para otro que las tiene abiertas, y de este modo, recuperar el entusiasmo, la confianza de antes. Tomás no solo escucha y obedece, sino que ha llegado al fondo, a los cimientos, y comienza a construir desde el que es la Roca, construye con certeza y seguridad, y no seas incrédulo, sino creyente.

28 Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!
La frase, evidentemente, no es de Tomás, sino del evangelista que la pone en sus labios y que es el punto culminante del relato y de todo el evangelio. Es una frase  del catequista Juan puesta en boca de Tomás, que corona un sin fin de confesiones cristológicas diseminadas a lo largo de todo el evangelio y que es coincidente con lo dicho en el principio, la Palabra era Dios.

29Jesús le dijo: ¿Por qué me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto.
La pregunta de Jesús es una constatación. Tomás ha creído porque ha tenido una experiencia pascual. Hay gente muy herida que necesita una experiencia especial para volver a encantarla. Jesús no escatima nada al discípulo que realmente lo necesita y lo pide.

Bienaventurados los que crean sin haber visto". Esta expresión es una Bienaventuranza (Juan solo tiene dos bienaventuranzas, esta y la de 13,17, después del gesto del lavatorio de los pies). Bienaventurados los que tiene una fe tan fuerte que se pueden abandonar a ella sin pedir experiencias especiales. Bienaventurado el que no está tan profundamente herido o el que estándolo permanece en su fe. Bienaventurado al que sus heridas no le llevan al desencanto y a desapuntarse.

30Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos.
31Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que,
creyendo, tengáis vida en su nombre.
Es una primera conclusión del evangelio, la segunda será en Jn 21, 24-25. El evangelista  afirma que el escrito ofrece datos suficientes para dar a entender a Jesús como Mesías e Hijo de Dios.





[1] La expresión al tercer día resucitó significa que la muerte del cuerpo físico de Cristo existió. Tres es un número que indica totalidad. No hay duda. En lo físico, está totalmente muerto a este mundo. Pero la muerte de lo físico no implica la muerte de la vida. La muerte para los judíos comienza el cuarto día; hasta ese día, el alma ronda el cuerpo queriendo volver a él, al cuarto día desiste porque la corrupción es evidente. Pero en Jesús el cuarto día no llega nunca, la muerte no existe. Es un modo de expresarnos en este mundo nuestro, sujetos al espacio y al tiempo, pero en su literalidad no se atiene a la realidad sin tiempo que hay más allá, cuando muere nuestro cuerpo físico.
[2]  El verbo “ver”, en griego, se dice de tres maneras: “blepo”, ver con los ojos; “zeoreo”, cuando lo físico empieza a trascender y “orao”, ahora lo entiendo.  Es, sobre todo, en este tercer sentido al que se refieren los evangelistas cuando hablan de que los discípulos vieron al Señor.

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