MARTES, 10 DE ABRIL
Juan 3,11-15
11En verdad, en verdad te digo: Hablamos de lo que sabemos
y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. 12Si
os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de
las cosas celestiales?
13Nadie
ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 14Lo
mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del hombre, 15para que todo el que cree en él tenga vida
eterna.
COMENTARIO
Ayer dejábamos el evangelio en el nuevo mensaje de
Jesús: el nuevo nacimiento es obra de Dios, Nicodemo muestra su escepticismo, ¿cómo es posible...? Si
ayer Jesús había mostrado a Nicodemo que no creía en las posibilidades del hombre; ahora deja ver que tampoco cree en el amor de Dios por el hombre. El diálogo es tenso.
11En verdad, en verdad te digo: Hablamos de lo que sabemos
y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio.
13Nadie
ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 14Lo
mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del hombre, 15para que todo el que cree en él tenga vida
eterna.
La cosa va muy en serio: en verdad…. Jesús habla en
plural: hablamos de lo que sabemos, damos testimonio, amplían el sentido de la escena. Ya no se trata sólo de la controversia de Jesús con Nicodemo, incluye a la comunidad del evangelista en su controversia con el fariseísmo de su tiempo. La comunidad tiene experiencia inmediata de la acción del Espíritu y de ella da testimonio.
Jesús vuelve al singular, si os hablo. Se dirige de nuevo a Nicodemo, representante del fariseísmo. Las cosas terrenas son
los contenidos de la antigua
Escritura, que contenían ya la
promesa de lo que Jesús anuncia: el
cambio de la persona y la infusión del Espíritu de Dios. Los fariseos, que escrutan la Escritura, deberían estar al tanto de esas promesas, pero, aferrados a la Ley, no las consideran. Lo del cielo es la nueva realidad del Reino, explicada a continuación.
La entrevista acaba en un callejón sin salida.
Jesús anuncia la verdadera realidad del Mesías:
es el Hijo del hombre y se afirma que ha bajado del cielo. El evangelista señala que la condición divina del Hijo del hombre no procede de su condición humana ni es resultado del desarrollo personal, sino que se debe a la plenitud del Espíritu que ha recibido de lo alto (Jn 1,32: el Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo).
El hombre no puede alcanzar la plenitud si no es en comunión con Dios, fuente de la vida.
Subir al cielo para quedarse será la victoria, el éxito de su misión.
Aparecen de este modo el punto inicial, bajar del cielo, y el final, subir al cielo, de la trayectoria del Hijo del hombre, del Hombre-Dios.
Se anuncia la exaltación del Hijo del hombre, levantado en alto. El evangelista establece un paralelo con Núm 21,8, donde se cuenta que Moisés, ante una plaga de
serpientes venenosas, fabricó por indicación de Dios una serpiente de bronce y la levantó en un poste. Quien era mordido, al mirar a la serpiente alzada quedaba curado o, según la expresión hebrea, vivía,
seguía vivo. Luego, ser levantado en alto indica una señal destinada a ser vista y mirada (contemplada) y, al mismo
tiempo, la localización de una fuerza salvadora, de una fuente de vida. En el
caso de la serpiente, se
obtenía la vida física; en el del Hijo del hombre, vida eterna.
La expresión vida eterna, o definitiva,
no significa solamente la salvación final, la vida
después de la muerte, sino al mismo tiempo una vida de calidad divina de que
goza el hombre ya durante su existencia mortal. Es la vida del Espíritu, nuevo principio vital que se integra en el ser
del hombre; por ser eterna, ni su existencia ni sus frutos perecerán con la muerte.
Lo que salva a los hombres de la muerte es fijar la mirada en el modelo de Hombre,
es decir, aspirar a la plenitud humana que resplandece en esa figura, que, levantada en alto, destacará sobre todos
y será atracción para la humanidad.
Por el momento, el evangelista no menciona la muerte
de Jesús, sólo alude a ella en términos de exaltación; prepara así al lector para que no
vea en la cruz un suplicio infamante, sino un hecho glorioso.
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