MIÉRCOLES, 11 DE ABRIL
Juan
3,16-21
16 Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su
Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida
eterna. 17Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él.
18El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está
juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
19Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. 20Pues
todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse
acusado por sus obras. 21En
cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras
están hechas según Dios.
COMENTARIO
La razón de todo el actuar de Jesús es el amor de Dios por la humanidad.
Subraya el texto hasta dónde ha llegado ese amor: Dios no se ha reservado para
sí a su Hijo único, sino que lo ha dado para que todo ser humano tenga plenitud de vida.
La expresión su
Unigénito alude a la historia de
Abrahán, que llegó a exponer a la muerte a su hijo único o amado, Isaac (Gén
22,2).También Dios, por amor a la humanidad, entrega al peligro de muerte a su
Hijo único, para que todo ser humano tenga plenitud de vida.
Creer en Jesús como a Hijo único o amado de Dios equivale a creer en las posibilidades del hombre, viendo el horizonte
que el amor de Dios abre al género humano. Significa aspirar a la
plenitud que aparece en Jesús y ha sido hecha posible por él, modelo de los hijos de Dios que nacen por su medio.
La única condición tener éxito en la vida es creer al Hijo, tener afecto a lo más
noble de la condición humana. Dios no quiere que los hombres perezcan,
es decir, que acaben en la muerte, en fracaso. Dios no se acerca al mundo en su
Hijo para condenar al mundo; no es un Dios enfadado contra el género humano: es
puro amor, pretende sólo salvar mediante el Hijo, es decir, comunicar a los
hombres plenitud de vida hasta superar la muerte.
En consecuencia, no hay juicio por parte de Dios; él no juzga. Es el hombre mismo el
que, por su opción, determina su suerte. Quien opta por la vida que Dios ofrece en Jesús, tendrá vida; quien rechaza la vida, firma su propia
sentencia.
La Ley era norma de conducta. Ahora, es el Hijo del hombre levantado en alto el que
expresa el amor hasta el fin. Él es la luz que penetra la tiniebla y distingue
actitudes. Su figura descubre la opción profunda del hombre; este puede aceptar
la luz-vida o rechazarla:
·
El que opta contra la vida-amor elige la muerte. La razón de la opción mala es que el que obra el mal detesta la luz, es el
modo de obrar de los opresores y explotadores, de los causantes de muerte, de los que prefieren la tiniebla, que les proporciona
justificaciones ideológicas a su manera de
proceder; detestan la luz, porque
no pueden soportar su denuncia. No son
doctrinas las que separan de Dios, sino conductas, sus obras.
·
El que obra la verdad se acerca a Jesús. No
teme a la luz porque no tiene nada de qué avergonzarse; aunque no lo supiera,
su modo de obrar estaba apoyado por Dios.
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