MIÉRCOLES, 16 DE MAYO
Juan
17,11-19
Padre santo,
guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como
nosotros. 12Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los
que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la
perdición, para que se cumpliera la Escritura. 13Ahora voy a ti, y
digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida. 14Yo
les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como
tampoco yo soy del mundo. 15No ruego que los retires del mundo, sino
que los guardes del maligno. 16No son del mundo, como tampoco yo soy
del mundo. 17Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. 18Como
tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo.
19Y por
ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en
la verdad.
COMENTARIO
Jesús pide al Padre por los suyos, para que
mantenga a la comunidad unida a él. La unidad va a ser un tema recurrente en el resto del discurso.
Padre santo denota al que es incomparablemente excelso, pero
significa al mismo tiempo santificador,
es decir, el que hace participar a otros de la excelencia divina. De ahí que el
apelativo Padre Santo prepare la
petición final de esta oración: conságralos/santifícalos con la verdad. Como los discípulos están unidos con Jesús, la vid
verdadera, de quien reciben vida, así han de mantenerse unidos con el Padre,
permanecer en el ámbito de su amor. De este modo mantendrán su propia unidad y
no cederán al mundo hostil que los rodea.
Hasta aquel momento, Jesús ha mantenido unido al
grupo unido al Padre, presente en él, y ha impedido
que sucumba a sus propias contradicciones. Un
discípulo, sin embargo, Judas, no ha respondido, ni siquiera en el último
momento, al amor de Jesús y, al rechazar la vida, él mismo se pierde.
Jesús se refiere al pasaje de Sal 41,10, citado en
13,18 (el que come el pan conmigo me ha puesto la zancadilla).
Menciona Jesús de nuevo su marcha, que ocasiona su
oración.
El tema de la alegría ha aparecido antes en el
discurso, significando la que producen el fruto y la experiencia del amor de
Jesús y del Padre (15,11). Aquí, la alegría de Jesús, de la que los discípulos
van a verse colmados, es la que él experimenta en su unión definitiva con el
Padre, después de haber realizado su obra. Es también la de ver que el designio de Dios comienza a realizarse en la
historia.
El Padre había entregado los discípulos a Jesús,
sacándolos del mundo. Jesús les ha transmitido el mensaje del Padre, el mensaje
del amor, que ha cambiado su escala de valores y hecho efectiva su separación.
Al cumplirlo, los discípulos se han situado fuera de la esfera del mundo, y
esto suscita el odio del sistema injusto, al comprobar éste que los que siguen
a Jesús han desertado de sus filas. Lo mismo que Jesús no pertenece al mundo,
así tampoco sus seguidores, que recorren su mismo camino con las mismas
consecuencias.
La ruptura con el mundo no comporta, sin embargo,
un alejamiento material. Han de permanecer en
medio de la sociedad, pues en ella han de crear la alternativa, pero sin ceder
a sus amenazas o halagos.
El maligno es una nueva denominación de el enemigo» (8,44;13,2), Satanás» (13,27), el
dios-dinero, principio generador (8,44:padre) del sistema de poder e injusticia. Es él quien inspira
el modo de obrar propio del mundo injusto.
Jesús pide al Padre que guarde a los discípulos de
ese enemigo. Ceder a la ambición y al deseo de provecho personal, los antípodas
del amor al hombre, los llevaría a ser cómplices de la opresión; sería el fin
de la comunidad de Jesús, pues se habría pasado a las filas del mundo. Nada peor podría sucederle que
ostentar por un lado el nombre de Jesús y por otro asociarse a la injusticia,
en connivencia con los poderes que dieron muerte a Jesús.
Jesús insiste una vez más en la ruptura de los
discípulos con el mundo, que
corresponde a la suya propia. Introduce así la petición siguiente, punto
culminante de esta oración.
El Padre consagró a Jesús para su misión (10,36);
Jesús le pide ahora que santifique/consagre
a los discípulos de manera semejante a la suya, también para una misión. La consagración de Jesús se hizo por el Espíritu,
que permanece sobre él como unción mesiánica (1,32). Consagrar/santificar significa, por tanto, comunicar el Espíritu Santo/santificador.
En la verdad. Es la realidad de Dios, su amor sin límite, y esa
verdad toma el lugar de la unción ritual. Santificar en la verdad significa comunicar el
Espíritu, la fuerza divina de amor y vida, que hace descubrir la verdad sobre
Dios y sobre el hombre, porque, al ser comunicado a este, produce en él una
nueva experiencia de vida/amor
que, en cuanto percibida y formulada, es la verdad
(8,31s).
La misión de los discípulos tiene el mismo
fundamento que la de Jesús, la consagración con el Espíritu, y las mismas
consecuencias, la persecución por parte de la sociedad hostil.
Jesús, que estaba ya consagrado por Dios para su
misión (10,36), afirma ahora que va a llevar a término su consagración; alude a
su muerte, que hará culminar su entrega.
Esto muestra que la consagración con el Espíritu no
es pasiva, sino que exige la colaboración del hombre. Por parte de Dios
consiste en capacitar para la misión que él confía, comunicando el Espíritu;
por parte del que la recibe, en comprometerse a responder hasta el fin a ese
dinamismo de amor y entrega. La muerte de Jesús, que permitirá la efusión del
Espíritu, hará posible la consagración de los discípulos.
La realidad divina que se comunica al hombre recibe
nombres diversos en este evangelio: El Espíritu.
En cuanto fuerza y principio vital que se recibe. El Espíritu da la experiencia del amor del Padre, y esta
experiencia:
-
en cuanto conocida, es la verdad;
-
en cuanto fuerza que se posee, se llama vida;
-
en cuanto actividad de la vida que tiende al don de
sí para comunicar vida, es amor;
-
en cuanto proclamada, el mensaje;
-
como norma de vida, el mandamiento;
-
traducida en la entrega, la gloria o resplandor visible del amor, que manifiesta a Dios en
medio del mundo.
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