domingo, 16 de diciembre de 2018

SEMANA III DE ADVIENTO

JUEVES, 20 DE DICIEMBRE



Lucas 1,26-38
26A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.  28Entrando adonde es­taba ella, el ángel le dijo:
-       Alégrate, favorecida, el Señor está contigo.
29Ella se turbó al oír estas palabras, preguntándose qué saludo era aquél.30El ángel le dijo:
-       No temas, María, que Dios te ha concedido su favor 31Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús 32Este será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; 33reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.
34María dijo al ángel:
-       ¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?
35El ángel le contestó:
-       El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altí­simo te cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer lo llamarán Consagrado Hijo de Dios  36Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo; la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible
38Respondió María:
-       Aquí está la sierva del Señor, cúmplase en mi lo que has dicho.
Y el ángel la dejó.
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1.    COMENTARIO
En contraste con el templo, símbolo del sacerdocio, la vejez y la esterilidad (símbolo de Zacarías), aparece María en la Galilea de los gentiles, en un pueblo, sin casta, joven y fecunda. Mientras Zacarías había esperado en vano y ya había perdido la esperanza, María va dar a luz cuando todavía no esperaba.
Mientras Isabel aparece estéril y de edad avanzada, María se nos presenta como virgen y recién desposada. Mientras Zacarías e Isabel son descendientes de Aarón, se nos presenta a José como descendiente de David. De María no se menciona ninguna ascendencia y ninguna observancia: representa a los pobres, al pueblo fiel, virgen, limpia de todo prejuicio, y apta para que Dios venga, siembre y nazca.

Lucas coloca la concepción el sexto mes ¿por qué? Porque como en el día sexto Dios creó al hombre, en el 6º mes crea al Hombre nuevo, al que va a completar al hombre. En el sexto mes, como en Génesis el día sexto, Dios va a completar la creación del Hombre.

Lucas, con preci­sión, nos presenta a los nuevos protagonistas: a un pueblo que se llamaba Nazaret. El contraste entre el santuario y el pueblo de Nazaret es intencionado. Nazaret no es nombrado jamás en el Antiguo Testamento, no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna. Esta segun­da intervención divina no va a representar una continuidad con el pasado.

Isabel era estéril y de edad avanzada, María es virgen y recién desposada, resaltándose su absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa adúltera o prostituida, figuras del pueblo extraviado. A propósito de María, no se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa a los pobres de Israel, el Israel fiel a Dios (virgen, subrayado con la doble mención), sin relevancia social (Nazaret).

El ángel entra en María, no se hace mención de la casa. Por eso a continuación se le dice llena de gracia, favorecida y el mensaje se traduce en alégrate. La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría. El término favorecida/agraciada de la salutación y la expresión que Dios te ha concedido su favor/gracia son equivalentes.

Este elogio no se refiere a los méritos de María, como a veces se interpreta erróneamente, sino a la gratuidad del Padre, que la ha querido colmar de su favor. Esta aclaración se antoja importante, porque sucede que, queriendo exaltar a María fuera de la interpretación de la Escritura, se corre el riesgo de decir disparates. María no es llena de gracia porque el Señor se haya dignado dirigirle su mirada a causa de sus muchos méritos. María, al contrario, es un ser insignificante, una muchacha que habita en una casa perdida de Nazaret de Galilea. En la fe, el amor de Dios es un regalo que se acoge. María es la primera que acoge gratuitamente el amor de Dios.

El Señor está contigo es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por un determinado personaje. Asegura al destinatario la ayuda permanente de Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable.

El saludo no provoca temor alguno en María, sino solo turbación por la magnitud de su contenido, a diferencia de Zacarías (se turbó Zacarías y el temor irrumpió sobre él, 1,12). Inmediatamente se pone a discernir cuál sería el sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos.

En contraste con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor.
El nombre lo dicta el ángel como a Zacarías pero lo pone María, no José. El mensaje que se nos transmite es que la fuerza creadora de Dios no tiene límites. María, sí da su aprobación, y en ella el proyecto se da en plenitud.

María va a dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo virgen. La construcción de Lucas es fiel reflejo de la profecía de Isaías: Mira, una virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emma­nuel Is 7,14. La anunciación es vista por Lucas como el cum­plimiento de dicha profecía Mt 1,22-23.
Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de Juan, aquí es María, contra toda costum­bre, la que impondrá a su hijo el nombre de Jesús (Dios salva). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la paterni­dad de José.

Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste:
-          Tanto Juan como Jesús serán grandes, pero el primero lo será a los ojos del Señor 1,15a, ya que será el más grande de los nacidos de mujer Lc 7,28, por su talante ascético y su condición de profeta precursor, superior a los antiguos, por haberse llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre;
-          Jesús, en cambio, será grande por su filiación divi­na, por eso lo reconocerán como el Hijo del Dios supremo (el Altísimo designa al Dios del universo) y recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender direc­tamente de él.

Ser hijo no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo heredar la tradición que este transmite y tener al padre por modelo de comportamiento. No será David el modelo de Jesús. Su mensaje vendrá directamente de Dios, su Padre, y solo este será modelo de su comportamiento. La heren­cia de David le correspondería si fuera hijo de José (de la estirpe de David), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios (le dará, no dice heredará). La casa de Jacob designa a las doce tribus, el Israel escatoló­gico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica, pero no será el hijo/sucesor de David, sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo.

María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como esto puede realizarse. El Israel fiel a las promesas no espera vida/fe­cundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea davídica de José, sino solo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho plan. María no conoce hombre alguno que pueda realizar tamaña empresa.
Lucas no pretende ofrecernos una transcripción literal de un diálogo; se trata más bien de un pro­cedimiento literario destinado a preparar el camino para el anun­cio de la actividad del Espíritu en el versículo siguiente.

Ninguno de los dos verbos, vendrá, te cubrirá, tiene, ni ahora ni en otras veces que aparece en la Biblia una connotación sexual. La idea de una fecundación divina de un cuerpo carnal por medio de este método, además de ser un burdo antropomorfismo, no está presente en los verbos cernirse sobre, cubrir con.

A diferencia de Juan Bautista, va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los após­toles Hch 1,8, que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés.

La idea de la gloria de Dios/la nube que cubría con su sombra el tabernáculo de la asamblea israelita Ex 40,38, de­signando la presencia activa de Dios sobre su pueblo, se insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María. De tal modo que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra: el Mesías, el Ungido. Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva.

María ha resultado ser la primera favorecida/agraciada; Jesús será el Mesías/Un­gido o Cristo. Nosotros seremos los cristianos, no de nom­bre, sino de hecho, siempre que, como María, nos dejemos embarazar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que el Espíritu Santo inicia, después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatis­mos del pasado, la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre su presencia manifestándose espontáneamente bajo for­ma de frutos abundantes para los demás.

El ángel lo llama Hijo de Dios en sentido universal, sin artículo. No se le va a llamar hijo de David. El Mesías no va a tener connotaciones de monarca nacionalista. Las expresiones trono de David, casa de Jacob designan la esperanza local, nacionalista, pueblerina. Eso le será dado, reinará, es decir, esas esperanzas nacionalistas se cumplen en Él, pero Él es mucho más. Él desborda todo eso y en Él todo eso se hace universal, como se ve en el Magníficat.

Es curioso notar como en el versículo aparecen juntos el Altísimo, el Hijo de Dios y el Espíritu Santo. Ofrece, pues, los elementos para la futura sistematización sobre la doctrina de la Santísima Trinidad. La sistematización trinitaria no llegó a considerar al Espíritu Santo como tercera persona de la Santísima Trinidad hasta el Siglo IV.

La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por con­siderar que tanto su vejez como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la empresa que se le anunciaba, se tradujo en sordomudez. A María, en cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel añade una señal: Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez…

La repetición, por tercera vez Lc 1,7.18.36, del tema de la vejez/esterilidad sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la pareja; la repetición del tema de los seis meses constituye el procedimiento literario más idóneo para enmarcar el nacimiento del Hombre nuevo en el día sexto de la nueva y definitiva creación. La fuerza creadora de Dios no tiene límites. No solo ha de­vuelto la fecundidad al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era virgen, sin concurso humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en pe­ligro la realización del proyecto más querido de Dios.

Porque para Dios no hay nada imposible. Estas palabras no quieren decir que Dios haga lo que le dé le gana sino que son palabras que expresan la fuerza creadora de Dios sin límites. Dios, no solo devuelve la fecundidad al Israel religiosamente estéril (Zacarías-Isabel), sino que además recrea al Hijo de Dios en el seno del ser humano virginal (el ser humano capaz de concebir a Dios, de ser como Dios). Es el camino inverso a la de la primera Eva que quiere ser como Dios. Es el camino de la humildad y del servicio. Ha mirado la humillación de su sierva, dirá María en el Magníficat. Y todo ello sin concurso humano, pues no hay ser humano capaz de producir esta fecundidad.

Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su pro­yecto (lo estaba esperando el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel. María no es una sierva, sino la sierva del Señor, en representación del Israel fiel a Dios Is 48,8.9.20; 49,3, que espera impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.

No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar de no verlo huma­namente viable, cree de veras que para Dios nada hay impo­sible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María, dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-­Dios, el Hombre que no se entronca -por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.
María es la última sierva del Señor. Pero, a partir de Jesús, los hombres no serán siervos del Señor, sino hijos, y la diferencia es bien grande. Moisés había estipulado una alianza entre los siervos y su Señor, era una relación que infundía temor y que reclamaba obediencia. Con Jesús, los hombres no son siervos, sino hijos, porque Él, el Hijo, propone una alianza entre los hijos y su padre. Y no a través de la obediencia, sino mediante la práctica del amor.

Y María acepta, se fía completamente de algo que en el mundo hebreo suponía una blasfemia absoluta: el hecho de que Dios pudiera tener un hijo, pues Dios es uno solo. La unicidad es el máximo atributo de Dios. María se abre a la novedad, aun sin entenderla, asumiendo el riesgo correspondiente. Pues bien, María desafía a todos, sin detenerse ante nada, asume las posibles consecuencias sin imaginar siquiera hasta dónde la conduciría esta novedad.


El doble anuncio del ángel, a Zacarías y a María, termina de manera repentina. La presencia del mismo mensa­jero, Gabriel, que estando a las órdenes inmediatas de Dios 1,19a, ha sido enviado a Zacarías 1,19b, primero, apareciéndosele de pie a la derecha del altar del incienso, y luego ha sido enviado por Dios nuevamente a María, presentándose en su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones. Une estrechamente uno y otro relato. Por eso, solo una vez ha concluido su misión, se comprue­ba su partida.


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