domingo, 23 de diciembre de 2018

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24 DE DICIEMBRE. NOCHEBUENA

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,1-14

En aquellos días, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Éste fue el primer censo que se hizo siendo Quirinio gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
- No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
- Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

Palabra del Señor

 EN EL PESEBRE DEL CORAZÓN
Lucas nos narra con una humildad extraordinaria el nacimiento de Jesús. Bastan unos simples versículos para contarnos el nacimiento de Jesús: Y mientras estaban allí (en Belén) le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. Veamos la escena a cámara lenta:
-          Estaban allí, en Belén. María no iba rompiendo aguas por las calles de Belén llamando a las puertas a ver quien le dejaba dar a luz. En el relato hay que distinguir lo que nos cuenta el Evangelio de nuestras imaginaciones provenientes de algunas tradiciones y representaciones populares que poco o nada tienen que ver con el relato evangélico.
-          Le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito. A María le llega el momento de dar a luz a su hijo y lo hace con toda normalidad, como cualquier mujer de entonces. De momento, no hay nada especial, ni espectacular, ni  de exagerado. Y es que a Dios no se le encuentra en lo grandioso, sino en lo humilde, en lo normal, en lo habitual, en lo ordinario.
-          Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Lo normal. Lo que hacían todas las madres en estos momentos. Esta es la señal que el ángel les dará a los pastores para reconocer al niño. Pero en dicha señal no hay nada especial. Posiblemente si lo hubieran hecho les hubiera costado buscarlo y encontrarlo. Ellos, y María, estaban acostumbrados a lo ordinario de las situaciones. Por mucho que queramos ensalzar el nacimiento de Jesús, no lo hagamos desde la grandeza sino desde la radical humildad, radical humanidad.
-          Porque no tenían sitio en la posada. La palabra “posada” habría que traducirla por “sala, salón”. Es decir, no se daba a luz en las posadas, ni en los salones de la casa. Se daba a luz en el sitio más apartado y, a la vez, más caliente de una casa: en la cuadra. Los mayores recordaran como hace ya unos años algunas habitaciones estaban encima de las cuadras de los animales, aprovechando el calor que desprendían. Y al mismo tiempo, se daba a luz en las cuadras porque la mujer al dar a luz y haber derramamiento de sangre, la mujer como los que asistían al parto o la casa donde sucedía, quedaban impuros. No hubo nada especial, pues en el nacimiento de Jesús, todo fue normal, sencillo, popular. Y es aquí donde hay que bajar para encontrarnos con este niño, al que identificamos como el niño-Dios y todos los títulos que se quieran añadir. Pero hay que pasar por el pesebre, los pañales, la cuadra… para encontrarse con él.   
Todos estos datos que pueden parecer insignificantes, anecdóticos, tienen la virtud, la fuerza consistente en nosotros somos ahora ese pesebre en el que Jesús quiere nacer.
Los relatos de los evangelios no se escribieron para informarnos sin más de algunos acontecimientos de la vida de Jesús. Son relatos de fe. Para que el lector de cada época cuando se acerque a ellos se convierta en protagonista de la historia que está leyendo. 

Dicho esto, nos lo podríamos aplicar diciendo que hoy, nos ha nacido el Salvador. Los pastores hoy somos nosotros. Es a nosotros a quien se nos anuncia esta Buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo del que nosotros formamos parte. Somos el pesebre, somos los pañales, los pastores, a nosotros se nos anuncia el evangelio. Podemos quedarnos en nuestros rebaños o ponernos en camino hacia Aquel que acaba de nacer. Pero no nos vamos muy lejos, el pesebre es el corazón. 

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