JUEVES, 21 DE FEBRERO
Marcos 8,27-33
27Después Jesús y sus discípulos se dirigieron a las
aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: ¿Quién
dice la gente que soy yo? 28Ellos le contestaron: Unos, Juan el
Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas. 29Él les preguntó:
Y vosotros, ¿quién decís que soy? Tomando la palabra Pedro le dijo: Tú eres el
Mesías. 30Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.
31Y empezó a
instruirlos: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los
ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres
días. 32Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo
llevó aparte y se puso a increparlo. 33Pero él se volvió y, mirando
a los discípulos, increpó a Pedro: ¡Aléjate de mí, Satanás! ¡Tú piensas como
los hombres, no como Dios!
COMENTARIO
27Después Jesús y sus discípulos se dirigieron a las
aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: ¿Quién
dice la gente que soy yo?
Reaparece el nombre de Jesús, que no se había
mencionado desde Mc 6,30, cuando la vuelta de los enviados, lo que sitúa la
narración en un terreno más cercano a la historia.
La escena se desarrolla en territorio
pagano, donde los discípulos pueden estar más libres de la presión ideológica
de su sociedad, en particular de los fariseos, y se plantea en ella la cuestión
de la identidad de Jesús.
Las dos preguntas que Jesús hace a los
discípulos corresponden a los dos momentos de la curación del ciego (Mc
8,24.27). En primer lugar les pregunta cuál es la opinión de la gente sobre su
persona.
28Ellos le contestaron: Unos, Juan el Bautista; otros,
Elías, y otros, uno de los profetas.
La gente adicta al sistema judío sigue
teniendo las mismas opiniones sobre Jesús que aparecieron después del envío de
los discípulos: lo identifican con figuras del pasado, Juan
Bautista, Elías, un profeta, con personajes reformistas, pero cuyo mensaje no realiza la
expectativa que el pueblo ha ido acumulando a lo largo de su historia. La gente
lo juzga positivamente, pero lo que han aprendido del Mesías les impide
identificarlo con Jesús. Son gente adoctrinada por la institución judía y su
opinión permanece inmóvil. Las señales mesiánicas que Jesús ha dado en los
episodios de los panes no han tenido repercusión en ellos.
29Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy?
Tomando la palabra Pedro le dijo: Tú eres el Mesías.
La segunda pregunta de Jesús, la decisiva,
pretende averiguar si los discípulos continúan aún en la misma mentalidad de la gente o si han comprendido las
señales.
Espera una respuesta distinta de la de la
gente común. Pedro, por propia iniciativa, se hace portavoz del grupo. Su
respuesta es clara: Tú eres el
Mesías.
30Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de
esto.
Esta declaración, sin embargo, no es
aceptada por Jesús: el Mesías, determinado, se identifica con el de la
expectación popular nacionalista, en concreto con la del Mesías hijo de David (Mc 12,35-37). Recordemos el título del
evangelio, Mc 1,1: Jesús, Mesías Hijo de
Dios. Han sobrepasado la opinión popular sobre Jesús y comprenden que
inaugura una nueva época: la mesiánica, la del Reinado de Dios. Pero mezclan
ese conocimiento con la concepción mesiánica nacionalista; en realidad, a pesar
del esfuerzo de Jesús, no acaban de salir de la aldea (Mc 8,26). Por eso Jesús les
conmina, como había hecho con los espíritus
inmundos que lo habían reconocido como el
Consagrado por Dios (1,24) o el Hijo
de Dios (3,12), títulos equivalentes al de Mesías.
La declaración que ha hecho Pedro es tan
poco aceptable como aquellas y Jesús no quiere que difundan esa opinión sobre
él, pues podría suscitar un entusiasmo mesiánico falso.
31Y empezó a instruirlos: El Hijo del hombre tiene que
padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser
ejecutado y resucitar a los tres días.
La frase empezó a
instruirles queda
completada por la que sigue al dicho de Jesús: exponía el mensaje abiertamente (v. 32). Son las mismas palabras
que abrían y cerraban la enseñanza en parábolas a la multitud. Esta enseñanza
muestra que su incomprensión es tal, que se encuentran al nivel de los de fuera (4,11).
El éxito de la persona y del mensaje
depende de la calidad de la entrega.
Siendo enseñanza, no se trata de dar mera
información, sino de comunicar un saber que el discípulo debe aplicar a su
propia vida y conducta. Para aclarar a los discípulos la índole de su
mesianismo, Jesús sustituye el término Mesías,
perteneciente a la tradición judía, por el Hijo
del hombre, de alcance universal, cuyas
características han sido ya expuestas en el evangelio (2,10; 2,28):
-
Siendo
portador del Espíritu de Dios (1,10), posee la condición divina, cima del
desarrollo humano.
-
Su misión
es la de comunicar vida a los hombres, liberándolos de su pasado pecador
(2,3-13).
-
Se
aplica, por extensión, a los que de él reciben el Espíritu y siguen su camino.
-
Tiene
dos fases: padecer-morir y resucitar. Su actividad en favor de los hombres, en
particular de los más oprimidos por el sistema religioso judío, suscita
inevitablemente, tiene que, la hostilidad de los círculos de poder de
ese sistema, que se oponen al desarrollo humano. Por eso:
o
ha de padecer mucho, frase que comprende desde el rechazo
inicial por parte de las autoridades;
o ser
reprobado, hasta su acto
final;
o
ser
ejecutado/sufrir la muerte por las tres categorías que componen el
Sanedrín judío:
§ senadores,
poder
económico-político;
§ sumos
sacerdotes, poder
religioso-político;
§ letrados, poder ideológico, considerarán intolerable
su actividad. Es la reacción inevitable de un sistema social injusto al mensaje
de Jesús.
o
Pero
la muerte del Hijo del hombre no será definitiva: la vida indestructible del
Espíritu triunfará sobre ella, al tercer día resucitar.
32Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se
lo llevó aparte y se puso a increparlo.
Se lo
explicaba con toda claridad, como antes a la multitud, pero abiertamente, sin parábolas. La reacción es inmediata:
Pedro, que se hace de nuevo portavoz del grupo de discípulos, increpa
a Jesús, como antes este había increpado al grupo (8,30), es decir,
considera que su concepto de Mesías rechazado y sujeto a la muerte es contrario
al plan de Dios. Lo anunciado por Jesús significa para Pedro el fracaso de
todas sus aspiraciones. Reafirma su idea de un Mesías poderoso y triunfador.
33Pero él se
volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: ¡Aléjate de mí, Satanás!
¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
Jesús, de cara a
sus discípulos, a los que Pedro representa, increpa a su
vez a Pedro: lo identifica con Satanás, el tentador, el enemigo del hombre y de
Dios. La idea
humana/de los hombres es la de la tradición farisea y rabínica,
la de los que no ven ni oyen (Mc
8,24.27), opuesta a la de
Dios.
Se enfrentan dos mesianismos:
-
El
del Mesías Hijo de Dios, que se entrega por la humanidad.
-
Y el
del Mesías hijo/sucesor de David victorioso y restaurador de Israel.
De nuevo se presenta a Jesús la tentación del poder
dominador. Esta vez por parte de sus discípulos mismos. Jesús pone en su sitio
a Pedro, aléjate, mejor sería “ponte detrás de mí” porque el seguidor pretendía ser seguido por Jesús.
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