Lucas 9,22-25
21Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie, 22porque
decía: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los
ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
23Entonces
decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo,
tome su cruz cada día y me siga. 24Pues el que quiera salvar su vida
la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. 25¿De
qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?
COMENTARIO
22porque decía: El Hijo del hombre tiene
que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas,
ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Primero Jesús los ha desendemoniado, después
los ha hecho enmudecer. Ahora les revela el destino fatal del Hombre que
pretende cambiar el curso de la historia. Detrás de este impersonal tiene que se adivina el plan de Dios
sobre el hombre: puede tratarse tanto del plan que Dios se ha propuesto
realizar como de lo que va a suceder de forma inevitable, atendiendo a que el
hombre es libre.
Jesús acepta fracasar como Mesías, como lo
aceptó Dios cuando se propuso crear al hombre dotado de libertad. El fracaso
libremente aceptado es el único camino que puede ayudar al cristiano a cambiar
de actitudes frente a los supremos valores del éxito y de la eficacia. Jesús encarna
el modelo de hombre querido por Dios. Cuando lo muestre, sabe que todos los
poderosos de la tierra sin excepción se pondrán de acuerdo: será ejecutado
como un malhechor. No bastará con eliminarlo. Hay que borrar su imagen. En la
enumeración no falta ningún dirigente:
·
ancianos o senadores,
representantes del poder civil, los políticos;
·
los sumos sacerdotes, los que ostentan el
poder religioso supremo, los máximos responsables de la institución del
templo;
·
los escribas, los escrituristas,
teólogos y especialistas en leyes, los únicos intérpretes del Antiguo
Testamento reconocidos y autorizados por la sociedad judía.
Lo predice a los discípulos para que cambien
de manera de pensar y se habitúen a ser también ellos unos fracasados ante la
sociedad judía, aceptando incluso una muerte, infamante con tal de cumplir su
misión. Pero el fracaso no será definitivo. La resurrección del Hombre marcará
el principio de la verdadera liberación. El éxodo del Mesías a través de una
muerte ignominiosa posibilitará la entrada a una tierra prometida donde no se
pueda instalar ninguna clase de poder que domine al hombre.
Inmediatamente después Jesús se dirige a
todos los discípulos, tanto a los Doce, que ya se habían hecho ilusiones de
compartir el poder del Mesías, como a los otros discípulos.
Jesús pone condiciones. A partir de ahora es
más exigente. Como los discípulos, todos tenemos falsas ideologías que se nos
han infiltrado a partir de los “valores” de la sociedad en que vivimos.
Jesús habla de tres cosas:
·
negarse a sí mismo. Es renunciar al
interés personal (a nuestros cinco panes y dos peces del episodio anterior, Lc
9,10-17). Equivale a “no tener nada que ver” con la persona de la que se
reniega; es descentrarse, no ser ya el centro de su propio proyecto. Es poner
la vida entera al servicio del otro, en este caso el proyecto de Jesús.
A esto Jesús le llama
perder la vida por él. Y quien lo
haga así, ganará, salvará su vida.
Jesús no pretende quitarnos valor sino orientar nuestras energías y valores a
la construcción del Reino que él inició negándose, también Él, a sí mismo, para
cumplir en todo la voluntad del Padre.
·
tomar la cruz: a seguir el camino
de la entrega, del servicio, de la humildad. ¿Es soportarlo todo sin chistar
como si toda contrariedad nos la mandara Dios mismo? ¿Es someterse al dolor por
el dolor, como si el dolor fuera un valor en sí mismo? Entenderlo así nada
tiene que ver con la condición que pone Jesús para que sigamos sus pasos.
Jesucristo quiere decir que todos los discípulos tienen que estar dispuestos a
vivir de la misma manera que él vivió, aun sabiendo que este estilo de vida les
va a acarrear la persecución y quizá la muerte. Esa es la cruz de Jesús y
también debe ser la nuestra.
·
me siga, seguirme. Hacer lo anterior
es seguir a Jesús.
En
el seguimiento de Jesús es preciso asumir y asimilar que las cosas no nos irán
bien. Es preciso aceptar que nuestra tarea no tenga eficacia. Ser discípulo de
Jesús quiere decir aceptar que la gente no hable bien de nosotros; incluso que
nos consideren un desgraciado o un marginado de las espirales del poder, sea en
el ámbito político, religioso o científico.
Negarse
a sí mismo
y cargar con la cruz equivale a hacer
suyo, cada uno de nosotros, el camino de Jesús. Él se negó a tomar el poder y
la fuerza y la fama como medios para servir y salvar a los hombres. Jesús
escogió el único camino que conduce al corazón del hombre: la solidaridad con
todos los desgraciados de la tierra. Este fue el camino de Jesús. Intentar
seguir a Jesús desde la instalación, la falta de compromiso, el pacto con los
poderosos, aunque pueda parecer muy razonable, es un camino falso. Es pensar como los hombres y no como Dios (texto
paralelo en Mt 16,23).
El texto no dice que nos cargan con la cruz,
sino que somos nosotros los que tenemos que tomarla. La cruz (entrega,
servicio, humidad) es el modo de afrontar la vida. Y esto ha de hacerse desde
el corazón, desde la convicción personal. El que no lo está ni llega en algún
momento de su vida al convencimiento de que la entrega, el servicio y la humildad,
es decir, la cruz, es nuestro estilo de vida, nuestra forma de caminar, pierde
la vida.
Todo lo anterior, no es sólo cuestión de
inteligencia, sino también cuestión de corazón, de arraigarlo firmemente, pues
los principios de la sociedad acorralan a la persona. Puede pasarnos como a
Pedro en el patio del Sumo Sacerdote: nos avergonzamos. La vergüenza paraliza
al ser humano. De modo que una conducta recta aprendida si no se pone en
práctica es como la semilla sin raíces que acaba sofocada, agostada.
Los que se avergüencen de esta forma de vida
y quedan paralizados por la vergüenza se vuelven atrás, no saborean la
Resurrección y la vida. Esto lo que significa la expresión el Hijo del hombre… en su gloria, en la del
Padre… Es la gloria del Hijo del hombre es su Resurrección. Se ha entregado
totalmente a la voluntad del Padre, Padre
en tus manos encomiendo mi espíritu, y el Padre le ha dado la plenitud de
la vida, en la gloria de los ángeles
santos, que cantaron el nacimiento del que es la vida.
Quien se avergüenza, quien paraliza este
camino de vida, paraliza a Dios. El Hijo
del hombre se avergonzará/se
paralizará en esa manifestación hacia la vida, hacia la Resurrección.
Los que conformen su vida con el seguimiento
de Cristo, verán el Reino, disfrutarán
de él, incluso antes de morir. Los que se entregan totalmente saborean la vida
en plenitud, ahora, en esta vida limitada.
Jesús, el entregado totalmente, gusta ya en
esta vida del gozo del Reino en la experiencia de la Transfiguración (a
continuación de este pasaje, Lc 9, 28-36). Esta vida terrena no es el cielo,
pero en ella hay pedazos de cielo.
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