SÁBADO, 30 DE MARZO
Lucas 18,9-14
9Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí
mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: 10Dos
hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. 11El
fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias
porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco
como ese publicano. 12Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de
todo lo que tengo". 13El publicano, en cambio, quedándose
atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el
pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador". 14Os
digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
COMENTARIO
En la misma
presentación de la parábola, se nos dice que va dirigida a los que confiaban en sí mismos (fariseos) y despreciaban a los demás (publicanos).
Dos hombres suben al templo, como Jesús y sus discípulos van camino a
Jerusalén, al centro de la ciudad, suben
a orar. Orar no es solo rezar,
sino la religiosidad en todas sus formas, la identidad humana frente a Dios.
Orar no es decirle a Dios lo que ya sabe, sino situarnos en nuestra concreta realidad para que él nos
transforme. Lo importante no es lo que decimos, sino la actitud con la que
estamos.
El fariseo está de pie. Así era la costumbre.
Ese plantarse/estar de pie puede significar que oraba de manera internamente de
pie, orgullosa, o que su oración va dirigida a Dios, pero no va más allá de sí
mismo. Orar así incomunica con Dios y con los demás. Sus obras no suponen
compromiso con el prójimo, le sirven para creerse superior y casta parte, no ser como los demás hombres. Tanto
este como el publicano comienzan su oración con oh Dios pero este no logra salir de sí mismo en ningún momento.
El
publicano se quedó a atrás. Lo que nos aleja de Dios es nuestro
comportamiento. Nos hemos de poner a distancia para que Él nos vea.
Aquel que no tenía escrúpulos para dejar sin
nada a los que no pagaban, ahora no se
atrevía ni a levantar los ojos. Aunque parezcamos buena gente, respecto a
la santidad de Dios, somos unos publicanos. Mejor que nos vea Él primero. La
humildad en la oración es necesaria para que la oración sea transformante. Es
la manera justa de situarnos en la auténtica realidad.
Aquel que por conseguir el dinero de los
impuestos estaba dispuesto a golpear a sus paisanos, hasta que pagaran, ahora se daba golpes de pecho. Este era el
signo del arrepentimiento. La oración puede llevarnos a golpearnos porque hemos
golpeado, es decir, que nos duela lo que hemos podido hacer sufrir a los otros.
Así la oración nos transforma, nos hace solidarios ante el sufrimiento
ajeno.
Aquel que no tenía compasión alguna, ahora se
reconoce como pecador, ten compasión de este pecador. Es decir:
"Dios mío, reconcíliame contigo para que pueda estar en paz conmigo y con
los demás". Solo Dios puede devolvernos a la relación aunque no lo
merezcamos. Esta es la grandeza y la impotencia de la oración y del perdón.
El evangelio, y este es el mensaje, tiene
fuerza más que suficiente para transformar totalmente al que es un
impresentable. Lo primero es salir de sí mismo, del inflado “yo” de nuestro
fariseísmo o publicanismo. Fruto de esta apertura nacerán las obras auténticas en
favor de los demás.
El publicano bajó justificado, nuevo, transformado. El
otro, no; sigue metido en su templo, aislado de los seres humanos a los que
desprecia, sin contacto con Dios, aunque esté en el templo a todas horas.
No solo es importante
ir a orar o hacer oración, el modo con que la hacemos también es importante. La
humildad es la actitud apropiada para cercarse a Dios, a los demás, a sí mismo;
encumbrarse es la actitud apropiada para alejarse.
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