VIERNES, 29 DE MARZO
28Un escriba que oyó la discusión, viendo lo acertado de la
respuesta, se acercó y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos? 29Respondió
Jesús: El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el
único Señor: 30amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser". 31El segundo
es este: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay mandamiento
mayor que estos. 32El escriba replicó: Muy bien, Maestro, sin duda
tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; 33y
que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y
amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y
sacrificios. 34Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le
dijo: No estás lejos del reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más
preguntas.
COMENTARIO
Jesús comienza su respuesta haciendo suyo el
llamamiento a Israel de Dt 6,4-5: Escucha, Israel. No solamente va a
enunciar el mandamiento, sino que va a proclamarlo, tomando la exhortación de
Moisés al pueblo. Pero no nombra a Moisés ni cita explícitamente la Escritura,
hace un llamamiento personal suyo, que es una invitación implícita a la
conversión.
Jesús recuerda a todo Israel que su único
Señor es Dios, no los dirigentes que explotan al pueblo ni el César que lo
somete ni el dios de muertos.
Jesús rectifica la pregunta del letrado: en
la Antigua Alianza no había un solo mandamiento principal, sino dos, pues el amor y fidelidad a Dios era
inseparable del amor/lealtad al prójimo. Para ser verdadero, el amor a Dios
tenía que traducirse en amor al hombre.
Dios era el valor absoluto, con todo tu
corazón…, el hombre, relativo, como a ti mismo. El mandamiento tendía a crear una
sociedad de iguales. Su práctica habría sido la preparación para la plena
realidad del Mesías.
Con la afirmación que sigue, no hay ningún
mandamiento mayor que éstos, Jesús relativiza todos los demás, que aparecen
como secundarios, dispensables. Son estos dos los que deben regular la vida del
israelita; ninguna otra práctica es esencial. Del amor a Dios no se deriva el
culto religioso, sino el amor al hombre, su imagen.
Jesús echa así abajo la pretensión de muchas
piedades religiosas, entre ellas la farisea, que pretenden honrar a Dios
olvidándose del hombre. El ideal de amor propio del Reino será propuesto en la
institución de la eucaristía.
Hasta ahora se han presentado grupos, ahora
lo hace un individuo, un escriba.
En dos ocasiones (3,22; 7,1) han sido letrados de Jerusalén los que han
vigilado la actividad de Jesús y se han opuesto a ella. Este hombre es una
excepción. Aunque pertenece al círculo de los adversarios de Jesús, su conciencia
domina sobre su pertenencia al grupo dirigente. No pretende comprometer a
Jesús, sino que, al ver la experiencia con que interpreta la Escritura, busca
solución a una cuestión muy debatida. El fondo de su pregunta es: ¿qué es lo
más importante para Dios según la tradición de Israel?, ¿cuál es la expresión
suprema de su voluntad y lo primario en el comportamiento del hombre?
El escriba manifiesta su pleno acuerdo con
Jesús, muy bien, y ahora, ante la respuesta de este, lo llama Maestro.
Funde en un solo bloque la relación con Dios y con el prójimo y hace
explícito lo afirmado por Jesús: el culto religioso según la Ley pierde su
importancia. Invierte la escala de valores existente, según la cual el objetivo
primordial de la vida del hombre era dar culto a Dios. Se coloca en la línea de
los profetas contra los sacerdotes (Os 6,6: misericordia
quiero, no sacrificios; conocimiento de Dios, no holocaustos»). En el
templo, donde están Jesús y el escriba, se pretende dar culto a Dios oprimiendo
y explotando al pueblo: han eliminado el amor al prójimo.
Jesús aprecia la respuesta del letrado, sensatamente, viendo que es un hombre a
quien interesa la verdad.
Quien está por el bien del hombre no está
lejos del Reino. Jesús abre al escriba el horizonte del reinado de Dios, que
deja atrás toda la antigua época. Hay en sus palabras una invitación implícita:
ya que ha aprobado su primera respuesta, después de la frase elogiosa, no
estás lejos, debería buscar mayor cercanía.
La dificultad está en que el escriba quiere
ser fiel a Dios, pero dentro de su tradición, sin deseo de novedad, sin
rupturas. Ha reconocido en Jesús un maestro, pero, como aparece en el relato
siguiente, no puede darle su adhesión como Mesías.
Al ver el acierto y el rigor de las
respuestas de Jesús, que ha puesto en su sitio a los saduceos y corregido al
escriba, al especialista en la Ley, nadie se atreve a hacerle más preguntas.
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