domingo, 24 de marzo de 2019

TIEMPO DE CUARESMA. 3ª SEMANA


VIERNES, 29 DE MARZO


28Un escriba que oyó la discusión, viendo lo acertado de la respuesta, se acercó y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos? 29Respondió Jesús: El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: 30amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser". 31El segundo es este: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay mandamiento mayor que estos. 32El escriba replicó: Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; 33y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. 34Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: No estás lejos del reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

COMENTARIO
Jesús comienza su respuesta haciendo suyo el llamamiento a Israel de Dt 6,4-5: Escucha, Israel. No solamente va a enunciar el mandamiento, sino que va a proclamarlo, tomando la exhortación de Moisés al pueblo. Pero no nombra a Moisés ni cita explícitamente la Escritura, hace un lla­mamiento personal suyo, que es una invitación implícita a la conversión. 
Jesús recuerda a todo Israel que su único Señor es Dios, no los dirigentes que explotan al pueblo ni el César que lo somete ni el dios de muertos.

Jesús rectifica la pregunta del letrado: en la Antigua Alian­za no había un solo mandamiento principal, sino dos, pues el amor y fide­lidad a Dios era inseparable del amor/lealtad al prójimo. Para ser verda­dero, el amor a Dios tenía que traducirse en amor al hombre.
Dios era el valor absoluto, con todo tu corazón…, el hombre, relati­vo, como a ti mismo. El mandamiento tendía a crear una sociedad de iguales. Su práctica habría sido la preparación para la plena realidad del Mesías.

Con la afirmación que sigue, no hay ningún mandamiento mayor que éstos, Jesús relativiza todos los demás, que aparecen como secundarios, dispensables. Son estos dos los que deben regular la vida del israelita; ninguna otra práctica es esencial. Del amor a Dios no se deriva el culto religioso, sino el amor al hombre, su imagen.
Jesús echa así abajo la pretensión de muchas piedades religio­sas, entre ellas la farisea, que pretenden honrar a Dios olvidándose del hombre. El ideal de amor propio del Reino será propuesto en la institución de la eucaristía.

Hasta ahora se han presentado grupos, ahora lo hace un individuo, un escriba.
En dos ocasiones (3,22; 7,1) han sido letrados de Jerusalén los que han vigilado la activi­dad de Jesús y se han opuesto a ella. Este hombre es una excepción. Aunque pertenece al círculo de los adversarios de Jesús, su con­ciencia domina sobre su pertenencia al grupo dirigente. No pretende comprometer a Jesús, sino que, al ver la experiencia con que inter­preta la Escritura, busca solución a una cuestión muy debatida. El fondo de su pregunta es: ¿qué es lo más importante para Dios según la tra­dición de Israel?, ¿cuál es la expresión suprema de su voluntad y lo prima­rio en el comportamiento del hombre?

El escriba manifiesta su pleno acuerdo con Jesús, muy bien, y ahora, ante la respuesta de este, lo llama Maestro. Funde en un solo bloque la relación con Dios y con el prójimo y hace explícito lo afirmado por Jesús: el culto religioso según la Ley pierde su importancia. Invierte la escala de valores existente, según la cual el obje­tivo primordial de la vida del hombre era dar culto a Dios. Se coloca en la línea de los profetas contra los sacerdotes (Os 6,6: misericordia quiero, no sacrificios; conocimiento de Dios, no holocaustos»). En el templo, donde están Jesús y el escriba, se pretende dar culto a Dios opri­miendo y explotando al pueblo: han eliminado el amor al prójimo.

Jesús aprecia la respuesta del letrado, sensatamente, viendo que es un hombre a quien interesa la verdad.
Quien está por el bien del hombre no está lejos del Reino. Jesús abre al escriba el horizonte del reinado de Dios, que deja atrás toda la antigua época. Hay en sus palabras una invitación implícita: ya que ha aprobado su primera respuesta, des­pués de la frase elogiosa, no estás lejos, debería buscar mayor cercanía.
La dificultad está en que el escriba quiere ser fiel a Dios, pero dentro de su tradición, sin deseo de novedad, sin rupturas. Ha reconocido en Jesús un maestro, pero, como aparece en el relato siguiente, no puede darle su adhesión como Mesías.
Al ver el acierto y el rigor de las respuestas de Jesús, que ha puesto en su sitio a los saduceos y corregido al escriba, al especialista en la Ley, nadie se atreve a hacerle más preguntas.

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