MARTES, 26 DE MARZO
Mateo 18,21-35
21Acercándose
Pedro a Jesús le preguntó: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo
que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?
22Jesús
le contesta: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. 23Por
esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas
con sus criados. 24Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que
debía diez mil talentos. 25Como no tenía con qué pagar, el señor
mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y
que pagara así. 26El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba
diciendo: "Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo". 27Se
compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. 28Pero
al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien
denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: "Págame lo que me
debes". 29El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba
diciendo: "Ten paciencia conmigo y te lo pagaré".
30Pero él
se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 31
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a
su señor todo lo sucedido. 32Entonces el señor lo llamó y le dijo:
"¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. 33¿No
debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de
ti?". 34Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta
que pagara toda la deuda. 35Lo mismo hará con vosotros mi Padre
celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.
COMENTARIO
Que es preciso
perdonar está claro, pero ¿cuáles son los límites del perdón? Pedro, como
portavoz de la mentalidad del grupo, pregunta al Maestro. Jesús responde
diciendo: del mismo modo que la nueva comunidad no se rige por criterios
egoístas, tampoco la medida del perdón se rige por normas tacañas. La medida
del perdón es el perdón sin límites, al estilo del Padre (v.35). Setenta veces siete quiere decir perdón
sin fin, sin medida. Para ilustrar la respuesta, Jesús…
El rey de la
parábola es como el Rey de los
cielos, antítesis de los reyes de la
tierra (Mt 17,25) que se dedican a poner cargas a los súbditos, son
implacables y no perdonan nunca. Este rey, sin embargo, tiene una misericordia infinita
y perdona siempre.
En principio, el
siervo tiene tiempo de pagar la deuda, por eso pide paciencia al rey. Luego nos
enteramos que realmente la suma es bestial, imposible de pagar[1].
Aquí está el acento de la parábola: la enormidad de la deuda, y, proporcionalmente,
la misericordia del rey. Y todo ello en contraste con la brutalidad con que el
siervo trata a su compañero, le agarró y
lo ahogaba.
Dios con nosotros
tiene una misericordia sin límites. En ella se fundamentan las relaciones de la
comunidad cristiana. Cuando alguien pone límites al perdón, en realidad lo que
está haciendo es cortar el caudal de la misericordia sin límites que él ha
recibido. Cerrando la compuerta del perdón a los demás, cerramos también la
compuerta de Dios a nosotros
El rey no se
desdice del perdón que previamente concedió, es el siervo el que no ha
entendido el perdón del rey. Dios no se desdice de su perdón. Es el propio ser
humano el que se cierra a la misericordia sin límites de Dios cuando se cierra
al perdón sin límites de los demás. Esto es descrito como cárcel. En sentido literal, nadie paga sus deudas metido en la
cárcel o torturado por unos verdugos. Lo que quiere decir es que solamente
saldremos de nuestra prisión cuando nos abramos al perdón sin límites. Vivir sin
perdón es vivir en la cárcel que cierra el camino a la entrada del Reino, es
convertirnos en verdugos que torturan en esta vida y matan para la otra.
La vida del
discípulo gira en torno a dos polos: por un lado, la gratuidad absoluta del
perdón de Dios que no tiene medida; por otro, en inseparable conexión, la
exigencia de hacer posible el perdón sin medida y la gratuidad del perdón.
La referencia es mi Padre del cielo. El amor fraterno y
el perdón sin medida nace del reconocimiento de cómo Dios lo hace con nosotros.
Al sentirnos salvados, nosotros lo hacemos vida, lo practicamos.
[1] Un talento era igual a 26-36 kilos de oro. La deuda
del siervo de la parábola era de 260.000/360.000 kilos de oro.
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