domingo, 24 de marzo de 2019

TIEMPO DE CUARESMA. 3ª SEMANA
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LUNES, 25 DE MARZO. LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR, SOLEMNIDAD
Lucas 1,26-38

26A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.  28Entrando adonde es­taba ella, el ángel le dijo:
-Alégrate, favorecida, el Señor está contigo.
29Ella se turbó al oír estas palabras, preguntándose qué saludo era aquél.30El ángel le dijo:
-No temas, María, que Dios te ha concedido su favor 31Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús  32Este será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; 33reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.
34María dijo al ángel:
-¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?
35El ángel le contestó:
-El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altí­simo te cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer lo llamarán "Consagrado" "Hijo de Dios"  36Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo; la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible
38Respondió María:-Aquí está la sierva del Señor, cúmplase en mi lo que has dicho.
Y el ángel la dejó.
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COMENTARIO[1]
Trazado el eje horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en que Dios se ha decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, (Lc 1, 5) “Herodes” (tiempo) y “Judea” (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por el dato espacial, “Galilea”, al que seguirá más tarde el dato temporal, “César Augusto”.

Creemos que es preciso traer a este apartado, en continuación con lo dicho al final del anterior episodio, la concepción que se tenía en Israel sobre las relaciones de Dios con los hombres, en particular respecto a las mujeres. Las mujeres no tenían ningún derecho, y fundamentaban esta afirmación en supuestas decisiones divinas. Se decía que Dios nunca había dirigido su palabra a una mujer. Precisando mejor, admitían que una vez sí lo había hecho, aunque se había arrepentido  enseguida. En efecto, la única vez que en la Biblia Dios se dirige a una mujer fue a Sara, la mujer de Abrahán. Le había anunciado que sería madre, y Sara se sonríe incrédula porque el marido era viejo y ella también.
Dios entonces se enfurece por esta mentira y no vuelve a dirigirle su palabra a ninguna mujer. Desde entonces, no hay ninguna mujer en la historia de Israel a la que Dios se haya dirigido.
Era éste el motivo por el que las mujeres eran consideradas mentirosas por naturaleza. No tenían derecho a testificar en los juicios. La mujer estaba prácticamente excluida de la acción de Dios. Por su impureza, se le prohibía tocar el rótulo de la ley y los rabinos llegaban a decir que era mejor que se quemaran todos los rótulos en la hoguera antes que una mujer salvara uno de los mismos de la quema. ¿Por qué? Porque la mujer es impura.
Es importante este contexto histórico para comprender bien lo que va a suceder y lo que escriben los evangelistas. Aquí, ciertamente, ha habido una inspiración sorprendente del Espíritu Santo, porque lo que escriben los evangelios está abiertamente en contra de la cultura contemporánea. Todos los evangelios, en efecto, no sólo colocan a la mujer al mismo nivel que el hombre, es más, le asignan una función superior. La mujer, que estaba excluida de la acción de Dios en Israel, en los evangelios, en cambio, cumple la misma función de los ángeles, o sea, anunciar la vida[2].

Volvamos al texto que ahora nos ocupa. En contraste con el templo, símbolo del sacerdocio, la vejez y la esterilidad (símbolo de Zacarías), aparece María en la Galilea de los gentiles, en un pueblo, sin casta, joven y fecunda. Mientras Zacarías había esperado en vano y ya había perdido la esperanza, María va dar a luz cuando todavía no esperaba. Mientras Isabel aparece estéril y de edad avanzada, María se nos presenta como virgen y recién desposada. Mientras Zacarías e Isabel son descendientes de Aarón, se nos presenta a José como descendiente de David. De María no se menciona ninguna ascendencia y ninguna observancia: representa a los pobres, al pueblo fiel, “virgen”, limpia de todo prejuicio, y  apta para que Dios venga, siembre y nazca.


26A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. 
Lucas coloca la concepción el sexto mes ¿por qué? Porque como en el día sexto Dios creó al hombre, en el 6º mes “crea” al Hombre nuevo, al que va a completar al hombre.
Jugando con los “cinco meses” en que Isabel permaneció escondida y “el sexto mes” en que Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la concepción de Jesús en el marco de su predecesor. En el sexto mes, como en Génesis el día sexto, Dios va a completar la creación del Hombre.

Lucas, con preci­sión, nos presenta a los nuevos protagonistas: a un pueblo que se llamaba Nazaret. Aunque en el epi­sodio anterior (Zacarías e Isabel)  se sobrentendía que se trataba de Jerusalén, donde radicaba el templo, por razones teológicas Lucas omitió mencio­nar Jerusalén y templo, limitándose a encuadrar el relato en “el santuario” como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.
El contraste entre “el santuario” y “el pueblo de Nazaret” es intencionado. Nazaret no es nombrado jamás en el Antiguo Testamento, no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna. Esta segun­da intervención divina no va a representar una continuidad con el pasado.

Insistamos en la continuidad y contraste o ruptura entre el episodio de Zacarías e Isabel con el relato  del anuncio del nacimiento de Jesús. Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la institución religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en contraste con la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre (Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una mujer virgen desposada (María) pero sin convivir todavía con un hombre (José). La primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de Aarón, explicitándose la ascenden­cia a propósito de Isabel. La nueva pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea masculina, José, de la estirpe de David.
Isabel era “estéril” y “de edad avanzada”, María es virgen y recién desposada, resaltándose su absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa “adúltera” o “prostituida”, figuras del pueblo extraviado. A propósito de María, no se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa a “los pobres” de Israel, el Israel fiel a Dios (“virgen”, subrayado con la doble mención), sin relevancia social (Nazaret).

28 Entrando adonde es­taba ella, el ángel le dijo:
El ángel entra en María, no se hace mención de la casa, hasta tal punto que hay tradiciones que llegan hasta nuestros días que sitúan el episodio en la fuente (cuando María va a por “agua” entra en ella el “agua viva”).
En el caso de Zacarías “se le aparece”, no está abierto, es algo externo; en el caso de María “entra”, por eso a continuación se le dice “llena de gracia”, “favorecida” y el mensaje se traduce en “alegría-alégrate”.
El ángel “entra” en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo no entró, sino que “se apareció de pie a la derecha del altar del incienso”) y la saluda.

-          Alégrate, favorecida, el Señor está contigo.
La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría. El término favorecida/agraciada de la salutación y la expresión “que Dios te ha concedido su favor/gracia” son equivalentes.

"María es la favorecida de Dios, (en griego kekharitôménê). El verbokharitóô, agraciar, favorecer, aparece una sola vez más en el resto del Nuevo Testamento, en la carta a los Efesios donde dice: <<Porque nos eligió con él antes de crear el mundo, para que estuviéramos consagrados y sin defecto a sus ojos por el amor; destinándonos ya entonces a ser adoptados por hijos suyos por medio de Jesús Mesías -conforme a su querer y a su designio- a ser un himno a su gloriosa generosidad. La derramó sobre nosotros (gr. ekharitôsen) por medio de su Hijo querido, el cual, con su sangre nos ha obtenido la liberación, el perdón de los pecados; muestra de su inagotable generosidad (Ef 1,4-7).María es la elegida para ser la madre de este don-generosidad de Dios (Jesús) a la humanidad; de ahí, que se la llame favorecida"[3].

"Este elogio no se refiere a los méritos de María, como a veces se interpreta erróneamente, sino a la gratuidad del Padre, que la ha querido colmar de su favor. Esta aclaración se antoja importante, porque sucede que, queriendo exaltar a María fuera de la interpretación de la escritura, se corre el riesgo de decir disparates. María no es llena de gracia porque el Señor se haya dignado dirigirle su mirada a causa de sus muchos méritos. ¡Qué estupidez! María, al contrario, es un ser nimio, insignificante, una muchacha que habita en una casa perdida de Nazaret de Galilea. Aquí se hace patente de nuevo la diferencia entre religión y fe. En la religión, es necesario merecerse el amor de Dios. En la fe, el amor de Dios es un regalo que se acoge. María es la primera que acoge gratuitamente el amor de Dios"[4].

María goza del pleno favor divino por su constante fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel.
Más tarde se dirá de Jesús que “el favor, la gracia de Dios descansaba sobre él” (2,40); en el libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de Esteban: “lleno de gracia/favor y de fuerza” (Hch 7,8).

El Señor está contigo es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por un determinado personaje. Asegura al destinatario la ayuda permanente de Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable.
"Esta segunda frase explicita la primera expresión: María es favorecida o lo que es igual: el Señor está con ella, frase con la que expresa Lucas la condescendencia de Dios hacia alguien (cfLc 1,66; Hch 7,9; 10,38; 11,21; 18,10. Esta frase aparece frecuentemente en el Antiguo Testamento dirigida a Moisés, Ex. 3,12; a Gedeón, Jue 6,12.15-17; en Dt 2,7; 20,1, etc.). María, de Nazaret de Galilea, se inserta en la lista de los agraciados de Dios a lo largo de la historia de la salvación: Dios encumbra a los humildes (1,52)”[5].
           
29Ella se turbó al oír estas palabras, preguntándose qué saludo era aquél
El saludo no provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de su contenido, a diferencia de Zacarías (“se turbó Zacarías y el temor irrumpió sobre él”, 1,12). Inmediatamente se pone a discernir cuál sería el sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos.

30El ángel le dijo:
-No temas, María, que Dios te ha concedido su favor 31Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús  32Este será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; 33reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.
En contraste con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor.
A María, se le anuncia, como a Zacarías, el nacimiento. El nombre lo dicta el ángel como a Zacarías pero lo pone María, no José. Esto quiere decir que el mensaje que se nos transmite es que la fuerza creadora de Dios no tiene límites. Zacarías, aunque no dio su consentimiento, Dios realizó su proyecto, pues el pueblo sí que lo esperaba. Dios da fecundidad a lo estéril. María, si da su aprobación, y en ella el proyecto se da en plenitud.

A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo “virgen”. La construcción de Lucas es fiel reflejo de la profecía de Isaías: “Mira, una virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emma­nuel” (Is 7,14). La anunciación es vista por Lucas como el cum­plimiento de dicha profecía (Mt 1,22-23).
Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de “Juan”, aquí es María, contra toda costum­bre, la que impondrá a su hijo el nombre de “Jesús” (“Dios salva”). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la paterni­dad de José.

Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste:
-          tanto Juan como Jesús serán “grandes”, pero el primero lo será “a los ojos del Señor” (1,15a), ya que será “el más grande de los nacidos de mujer” (Lc7,28), por su talante ascético y su condición de profeta precursor, superior a los antiguos, por haberse “llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre”;
-          Jesús, en cambio, será “grande” por su filiación divi­na, por eso lo reconocerán como el Hijo del Dios supremo (“el Altísimo” designa al Dios del universo) y recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender direc­tamente de él.

“Ser hijo” no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de comportamiento. No será David el modelo de Jesús. Su mensaje vendrá directamente de Dios, su Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento. La heren­cia de David le correspondería si fuera hijo de José (“de la estirpe de David”), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios (“le dará”, no dice “heredará”). “La casa de Jacob” designa a las doce tribus, el Israel escatoló­gico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica, pero no será el hijo/sucesor de David, sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo.

34María dijo al ángel:-¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?
María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como esto puede realizarse. El Israel fiel a las promesas no espera vida/fe­cundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea davídica de José, sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho plan. María “no conoce hombre” alguno que pueda realizar tamaña empresa.
Son variadísimas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta pregunta. Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de plano la psicología judía en el caso de una muchacha palestina “desposada” ya, pero que no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha llevado todavía a su casa.
Lucas no pretende ofrecernos una transcripción literal de un diálogo; se trata más bien de un pro­cedimiento literario destinado a preparar el camino para el anun­cio de la actividad del Espíritu en el versículo siguiente[6].

35El ángel le contestó:-El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altí­simo te cubrirá con su sombra;
Ninguno de los dos verbos (“bajará”/ “vendrá”, “te cubrirá”) tiene, ni ahora ni en otras veces que aparece en la Biblia una connotación sexual. La idea de una fecundación divina de un cuerpo carnal por medio de este “método”, además de ser un burdo antropomorfismo, no está presente en los verbos “cernirse sobre”, “cubrir con”. Estos verbos aparecen, entre otros, en los siguientes pasajes y a ellos hacen referencia:
1º. “cernirse sobre” aparece en Gn 1,2. El Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas primordiales (1ª creación, 1º Adán). Aquí, cuando comienza la nueva y definitiva creación y se anuncia el nuevo y definitivo Adán, aparece el mismo Espíritu con el mismo movimiento. Imaginarse que el Espíritu de Dios es “un aire” que entra por la boca o la nariz de María es propio del que no entiende nada.

Estos textos no hablan de sexo, hablan de nueva creación, nuevo Adán. Es una vuelta al principio de todo, al nuevo paraíso donde sólo está Dios y la nueva Eva que escucha a Gabriel, el enviado de Dios (Dios mismo),  que le habla de vida, en vez de escuchar a la serpiente que le habla de muerte.
Es la nueva Eva que porque es humilde se le abren los ojos y se ve plenamente y ricamente vestida: bienaventurada, felicitada, llena de maravillas (Magníficat), en contraste con la 1ª Eva que por soberbia y orgullosa se le abren los ojos, se descubre desnuda, sólo vestida por hojas de higuera (Gn 3,4). La higuera, por cierto, es el signo de la sinagoga, del judaísmo. (Recuerda, además, la maldición de la higuera en Mt 21,18 y Lc 13,6-9 que no tienen fruto).
Quien se cubre con hojas de higuera, es decir, con sus sinagogas, ritos y normas y pone en ellos su confianza, no queda “preñado”; quien se deja cubrir con el Espíritu de Dios que aletea sobre nosotros, como aleteaba sobre el caos primigenio de la primera creación, buscando nuestra 2ª y definitiva creación, si queda en cinta: si está en posición de engendrar vida.

2º. Hch 1, 8 “la fuerza del Espíritu vendrá sobre vosotros". Idéntica frase del mismo autor, Lucas. Nunca hemos dado connotación sexual en Hechos (¡claro como sólo había hombres!) ¿Por qué hemos de dársela aquí en Lc 1? En ningún caso lo tiene. El engendramiento espiritual de Dios es individual/personal, (Lc 1,35), y comunitario (Hch 1,8).

3º. “Cubrir son su sombra”. Esta expresión aparece en Ex 40,38: la gloria/nube de Dios que cubría con su sombra el tabernáculo que acompañaba al pueblo en su marcha por el desierto. En el Antiguo Testamento, a esta nube sólo tenía acceso Moisés, en el Nuevo Testamento todos. La nube indicaba cuándo avanzar y cuándo no. Era sombra contra el sol abrasador del día y fuego que reconfortaba en las siempre noches frías del desierto. Si “cernirse” hacía referencia a la nueva creación, “cubrir con la sombra ”hace referencia al acompañamiento y tarea salvadora para que la nueva creación llegue a su término.

En este sentido, por ejemplo, en Hch 5, 15, se nos habla que la “sombra de Pedro”  (hace las veces de Cristo) pone en pie al ser humano prostrado en camilla e incapaz de realizar su éxodo al nuevo cielo y a la nueva tierra (¿Qué pasa si este texto se interpreta en sentido literal? Si es así, seguimos en la religión del maravillosismo sobre Pedro que no pasó su sombra sobre todos, o la de los tontos que eran los antiguos que no pusieron a Pedro a contrasol para curar a todos). Lo mismo ocurre en Lc 9, 34, en el relato de la Transfiguración, en el que se transmite el mensaje de fuerza para caminar hacia la entrega total en la cruz.

La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba. María va a tener un hijo sin concurso humano.
A diferencia de Juan Bautista, va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los após­toles (cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés.
La idea de “la gloria de Dios / la nube” que “cubría con su sombra” el tabernáculo de la asamblea israelita (Ex 40,38), de­signando la presencia activa de Dios sobre su pueblo, se insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María. De tal modo que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra: el Mesías, el Ungido.
Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva.

La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador / Salvador, la que no le fue posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a todo lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el hom­bre, un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens, sino que más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la necesidad de una fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un proyecto de sociedad que no se apoye en los valores ancestra­les del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre.

Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu Santo. María ha resultado ser la primera “favorecida/agraciada”; Jesús será “el Mesías/Un­gido” o “Cristo”. Nosotros seremos los “cristianos”, no de nom­bre, sino de hecho, siempre que, como María, nos dejemos embarazar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que el Espíritu Santo inicia, después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatis­mos del pasado, la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre su presencia manifestándose espontáneamente bajo for­ma de frutos abundantes para los demás.

35b por eso al que va a nacer lo llamarán "Consagrado" "Hijo de Dios".
El ángel lo llama “Hijo de Dios” en sentido universal, sin artículo. No se le va a llamar “hijo de David”. El Mesías no va a tener connotaciones de monarca nacionalista. Las expresiones “trono de David”, “casa de Jacob” designan la esperanza local, nacionalista, pueblerina. Eso le “será dado”, “reinará”, es decir, esas esperanzas nacionalistas se cumplen en Él, pero Él es mucho más. Él desborda todo eso y en Él todo eso se hace universal, como se ve en el Magníficat.

En Rom 1,3-4 se dice “Jesús hijo de David según la carne, hijo de Dios según el Espíritu”. ¿Qué significa? Significa que, en cuanto es humano, es hijo de María y de José, estirpe de David, como todo ser humano, porque nuestro Dios es un Dios normal que se hace semejante en todo a nosotros menos en el pecado, y la generación normal de los seres humanos nada tiene que ver con el pecado.

Es curioso notar como en  el versículo aparecen juntos el Altísimo, el Hijo de Dios y el Espíritu Santo. Ofrece, pues, los elementos para la futura sistematización sobre la doctrina de la Santísima Trinidad. La sistematización trinitaria no llegó a considerar al Espíritu Santo como 3ª persona de la Santísima  Trinidad hasta el Siglo IV.

36Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo; la que decían que era estéril está ya de seis meses,
La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por con­siderar que tanto su vejez como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la empresa que se le anunciaba (1,18), se tradujo en sordomudez. A María, en cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel añade una señal: “Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez,…”.

La repetición, por tercera vez (Lc1,7.18.36), del tema de la “vejez/esterilidad” sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la pareja; la repetición del tema de los “seis meses” constituye el procedimiento literario más idóneo para enmarcar el nacimiento del Hombre nuevo en el “día sexto” de la nueva y definitiva creación. La fuerza creadora de Dios no tiene límites. No sólo ha de­vuelto la fecundidad al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era “virgen”, sin concurso humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en pe­ligro la realización del proyecto más querido de Dios.

Igualmente, repite el tema del 6º mes para enmarcar el principio y el final del relato de la Anunciación del nacimiento del hombre nuevo. Todo el relato queda enmarcado bajo el signo del 6: el día de la creación del hombre coincide con el día de la encarnación del hombre nuevo, Jesús.

37bporque para Dios no hay nada imposible.
Estas palabras no quieren decir que Dios “haga lo que le dé le gana” sino que son palabras que expresan la fuerza creadora de Dios sin límites. Dios, no solo devuelve la fecundidad al Israel religiosamente estéril (Zacarías-Isabel), sino que además recrea al Hijo de Dios en el seno del ser humano virginal (el ser humano capaz de concebir a Dios, de ser como Dios). Es el camino inverso a la de la primera Eva que quiere ser como Dios. Es el camino de la humildad y del servicio. “Ha mirado la humillación de su sierva”, dirá María en el Magníficat. Y todo ello sin concurso humano, pues no hay ser humano capaz de producir esta fecundidad.
El texto hace referencia a Gn 18,14. Son las palabras que el ángel (Dios) dirige a Abrahán, el padre en la fe, acerca de la futura maternidad de Sara, vieja y estéril. Ahora, las mismas palabras las dirige el mismo ángel (Dios) a María, la madre en la fe, acerca de la futura maternidad de Isabel, vieja y estéril. La frase está puesta para que relacionemos ambos textos y ambas situaciones: María es el nuevo y definitivo Abraham, el nuevo y definitivo modelo de la fe. María supera a Abrahán porque el fruto de sus entrañas acaba en la donación y entrega total, y el de Abrahán sólo prefiguraba y era precursor de éste.  De Sara nace el precursor de Jacob, el creador del pueblo de Israel. Y de Isabel nace Juan, precursor del nuevo Jacob, Jesús, del que nacen los nuevos 12 discípulos que forman el pueblo universal.

38Respondió María:-Aquí está la sierva del Señor, cúmplase en mi lo que has dicho.
Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su pro­yecto (lo estaba “esperando” el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel. María no es “una sierva”, sino “la sierva del Señor”, en representación del Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3), que espera impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.

No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar de no verlo huma­namente viable, cree de veras que para Dios nada hay impo­sible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María, dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-­Dios, el Hombre que no se entronca -por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.
María es la última sierva del Señor. Pero, a partir de Jesús, los hombres no serán siervos del Señor, sino hijos, y la diferencia es bien grande. Moisés había estipulado una alianza entre los siervos y su Señor, era una relación que infundía temor y que reclamaba obediencia. Con Jesús, los hombres no son siervos, sino hijos, porque Él, el Hijo, propone una alianza entre los hijos y su padre. Y no a través de la obediencia, sino mediante la práctica del amor.

Y María acepta, se fía completamente de algo que en el mundo hebreo suponía una blasfemia absoluta: el hecho de que Dios pudiera tener un hijo, pues Dios es uno solo. La unicidad es el máximo atributo de Dios. María se abre a la novedad, aun sin entenderla, asumiendo el riesgo correspondiente. Pues bien, María desafía a todos, sin detenerse ante nada, asume las posibles consecuencias sin imaginar siquiera hasta dónde la conduciría esta novedad.

Y el ángel la dejó.
El doble anuncio del ángel, a Zacarías y a María, termina de manera repentina. La presencia del mismo mensa­jero, Gabriel, que estando “a las órdenes inmediatas de Dios” (1, 19a), “ha sido enviado” a Zacarías (1,19b), primero, apareciéndosele “de pie a la derecha del altar del incienso”, y luego “ha sido enviado por Dios” nuevamente a María,  presentándose en su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones. Une estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión, se comprue­ba su partida.

La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol genealógico del pueblo escogido: Judea / ­Jerusalén, región profundamente religiosa. Sacerdote, de origen levítico, estricto observante de la Ley, servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer el incienso el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya anciana, sin posibilidad humana de tener descendencia. Ante el anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobre­cogido de espanto, replicó, se mostró incrédulo, pues no tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido.

La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un compromiso firme de boda, podían tener lugar a partir de los doce años y generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea, región paganiza­da; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecun­dada por varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa.


[1] Seguimos en este comentario, principalmente, a Rius Camps, El éxodo del hombre libre, el Almendro, Córdoba, pp. 35-42 y los Apuntes del profesor R. Pascual.  Además, Cfr. Benedicto XVI, La infancia de Jesús, pp.18ss

[2]Ibidem, A, Maggi, o.c., p. 34.
[3] Cfr. Pelaez. J, María, la madre de Jesús en los evangelios sinópticos, en servicioskoinonia.org.
[4] A, Maggi, o.c.,p.35
[5]Sigue comentado J. Peláez,El papel de María será concebir, dar a luz y poner el nombre de Jesús al niño, papel que desempeña José en el Evangelio de Mateo. Y todo esto será posible porque el Espíritu santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, en alusión a la gloria de Dios que, en forma de nube, cubría en el desierto la tienda que guardaba el Arca de la alianza y las Tablas de la Ley: Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro, y la gloria del Señor llenó el santuario (Éx 40,34).
María, en el evangelio de Lucas, es figura de los pobres de Yahvé, del resto de Israel fiel a Dios, de los que no cuentan y están lejos de los órganos de decisión de la sociedad, del aparato del templo, del dinero y los honores. De María no se conoce ni su genealogía, que le es prestada a Jesús por José su padre putativo: Se pensaba que era hijo de José, el de Elí... el de Enós, el de Set, el de Adán, el de Dios (3,23.38)".
[6]Lucas presenta a María como la mujer del Espíritu, y lo hace encerrando su existencia entre dos venidas del Espíritu Santo: esta primera venida, consecuencia de la cual tendrá lugar el nacimiento de Jesús, y la segunda, con motivo de Pentecostés. Es necesario recordar que el libro que nosotros llamamos Hechos de los Apóstoles no es más que la segunda parte del evangelio de Lucas, que escribió su única obra en dos partes, aunque, por desgracia, desde los primeros siglos de la iglesia ambas fueron separadas como si se tratara de escritos independientes entre sí, con la consecuencia funesta de que el libro de los Hechos perdió su importancia, llegando a convertirse en una obra casi desconocida para los cristianos.
Así pues, Lucas describe a esta mujer como la mujer del Espíritu: su vida está escalonada por diversas venidas del Espíritu Santo. “Hágase en mí según tu palabra”,  María se abre a la novedad que el Señor le propone. La muchacha de Nazaret que nadie conocía, será proclamada bienaventurada entre todas las naciones. Se requiere realmente la fantasía del Señor. La acción del Espíritu Santo significa que aquél que va a nacer es fruto de la nueva creación, la creación definitiva de Dios. Cfr. A. Maggi, o.c., p. 36

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