domingo, 12 de mayo de 2019

TIEMPO DE PASCUA. IV SEMANA

LUNES, 13 DE MAYO




Juan 10,11-18
11Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; 12el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; 13y es que a un asalariado no le importan las ovejas. 14Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, 15igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. 16Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. 17Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. 18Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.

COMENTARIO
Cuando el evangelio dice que Jesús, al ver que mucha gente lo buscaba, sintió lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor (Mc 6,34), está haciendo una crítica de los dirigentes del pueblo tanto desde el punto de vista de la situación política de aquel momento como desde la perspec­tiva del sistema religioso, ya que en Israel lo político y lo religioso estuvieron siempre unidos. Y así, cuando Jesús dice que él es el buen pastor, el modelo de pastor, está afirmando que en él se cumple lo anunciado por los profetas y que en él se realiza lo que Dios quiere que sea un dirigente -político o religioso- del pueblo.

Jesús afirma que él es el modelo de pastor porque en él se dan tres rasgos característicos:
1.    La primera es la creación de un rebaño en el que nadie se sienta excluido: Tengo además otras ovejas que no son de este recinto: también a ésas tengo que conducirlas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor. El exclusivis­mo político-nacionalista y religioso que estaban en vigor en la sociedad judía en tiempos de Jesús queda definitivamente superado. El Pastor Modelo no entrega su vida por defender su bandera y ni siquiera por defender su credo: él entrega la vida para que sus ovejas puedan encontrar la felicidad vivien­do como hermanos por encima de credos y banderas.

2.    La segunda característica es el conocimiento personal de sus ovejas: Yo soy el modelo de pastor; conozco las mías y las mías me conocen a mí. No hay entre el pastor y su rebaño una relación de superioridad, sino de amistad: No, no os llamo siervos, porque un siervo no está al corriente de lo que hace su señor; a vosotros os vengo llamando amigos porque todo lo que oí a mi Padre os lo he comunicado, dirá Jesús a sus discípulos en la noche de la última cena (Jn 15,15). El dirigente del pueblo, el pastor, según el modelo de Jesús, no es alguien que ordena, organiza y manda desde su despacho a unas ovejas de las que sólo conoce cómo suena el balido de sumisa adhesión; entre el pastor al estilo de Jesús y su rebaño se establece una relación de conocimiento y amor semejante a la que existe entre el Padre Dios y su Hijo. Un conocimiento que es amor y un amor que es donación de vida.


3.    El pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas. Esta es la tercera cualidad. El pastor entrega su propia vida en favor de las ovejas que pastorea. Su tarea no es una activi­dad económica: no busca ventaja alguna para sí mismo, ni salario ni beneficio. Sólo persigue el bienestar y la felicidad de sus ovejas. Hace tres semanas recordábamos cómo Jesús llevó a término su entrega.

El evangelio no nos ofrece soluciones concretas a los pro­blemas políticos; no nos dice qué medidas concretas deben tomarse para acabar con el paro o qué medios concretos se deben emplear para elevar el nivel cultural de una colectivi­dad: no existe, por consiguiente, una política cristiana; nadie tiene derecho a usar nuestro nombre de cristianos para su partido político. Y nadie debería cometer la insensatez de rebajar el evangelio a la altura de un programa político más.
Lo que sí hay es un modo cristiano de servir al pueblo (todos los que tienen o buscan el poder dicen que quieren servir al pueblo): el que encarna el Buen Pastor.

Con la figura del pastor describe Jesús su actividad. No es un pastor más, sino el modelo, el verdadero pastor y su característica es dar su vida para dar vida a los suyos. Quien no ama a los suyos más que a la propia vida, no es pastor.

Pero la entrega de que habla Jesús no es solamente la final; es la disposición continua a hacer el máximo por los que lo siguen. Como acaba de decir, él viene a dar vida rebosante, y para ello se da a sí mismo. El máximo don de sí, que es el amor pleno, es la comunicación plena de vida.

Esta descripción de la entrega del pastor por las ovejas es una formulación más explícita de lo expuesto en otras ocasiones, en particular en la mención de su sangre (6,53-55). Como entonces, la entrega de Jesús es modelo para la del discípulo.
El pastor aparece en oposición a una figura negativa, el asalariado o mercenario. El pastor presta su servicio por amor, renunciando a su propio interés, dispuesto a dar la vida por las ovejas. El asalariado lo hace por dinero y, en el peligro, deja que las ovejas mueran.

Describe Jesús un segundo aspecto (v.10ss), exclusivo suyo, de su calidad de pastor, su relación con el grupo de discípulos. Antes afirmaba conocer personalmente a cada uno (v. 4: las llama por su nombre); ahora declara que entre él y la comunidad como conjunto de individuos existe una relación personal de conocimiento profundo e íntimo.
Por parte de la comunidad, conocer a Jesús significa experimentar su amor e identificarse con su persona y actividad. La frase: conozco a las mías y las mías me conocen a mí, indica así la relación de amor entre Jesús y los suyos que crea la participación de su Espíritu.

Esta relación de conocimiento-amor es tan profunda que Jesús la compara a la que existe entre él y el Padre, basada tam­bién en la comunidad de Espíritu, que crea la unidad de designio y de propósito. Es este conocimiento-amor de los suyos y del Padre dador de vida el que lleva a Jesús a dar la suya para comunicar vida a los que le dan su adhesión. Quiere manifestar el amor del Padre y hacerlo llegar a los hombres.
A continuación, descubre Jesús el ámbito de su comunidad futura (Tengo otras ovejas), que se abre a la humanidad entera (1,9; 3,16; 4,42; 8,12). Los discípulos procedentes de otros pueblos formarán con los que vengan de Israel una sola comunidad; ha terminado el privilegio del pueblo elegido. La unidad de todos se verificará por la convergencia en el único pastor, Jesús.

Jesús forma una nueva comunidad humana (rebaño), pero no mete a las ovejas en otro recinto, es decir, no va a crear una institución paralela a la antigua. Su comunidad universal no está encerrada en institución nacional o cultural alguna.  Su base son los hombres acabados por el Espíritu; ellos, según los tiempos y los lugares, encontrarán las expresiones adecuadas a la realidad que viven.

Ante su auditorio de dirigentes judíos (v.19) que lo odian e intentan matarlo, Jesús afirma que es precisamente su apresuramiento para desafiar la muerte lo que hace manifestarse en él el amor del Padre.
Jesús se entrega a sí mismo y así se recobra, porque al darse él mismo hace suyo el dinamismo de amor del Padre y de esta manera realiza su condición de hijo, adquiriendo la plenitud del propio ser. La demostración continua de amor del Padre se realiza en la presencia y actividad incesante del Espíritu en Jesús y se manifiesta en su obrar.

Como Jesús, quien se da a sí mismo por amor no lo hace con la esperanza de recobrar la vida como premio a ese sacrificio (mérito), sino con la certeza de poderla tomar de nuevo, por la fuerza del amor mismo. Donde hay amor hasta el límite hay vida sin límite, pues el amor es fuerza de vida. Dar la vida significa creer hasta el fin en la verdad y potencia del amor. 

Jesús afirma su absoluta libertad en su entrega. Nadie puede quitarle la vida, él la da por propia iniciativa. Indica así que, aunque sean las circunstancias históricas las que van a llevarlo a la muerte, eso puede suceder porque él ha hecho su opción de llegar hasta el fin.
El Padre, que ama a Jesús, le deja plena libertad; como Hijo, Jesús dispone de sus actos. La relación entre Jesús y el Padre no es de sumisión, sino de amor que identifica. El mandamiento del Padre no es una orden, sino un encargo; formula el designio común del Padre y Jesús, que nace de su comunión en el Espíritu. El evangelista utiliza el término mandamiento para oponerlo a los de la antigua Ley. Moisés recibió muchos (Éx 24,12), Jesús uno solo, el del amor hasta el extremo, el mismo que será propuesto a los hombres (12,49).

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