JUEVES, 11 DE JULIO. SAN BENITO
27Entonces
dijo Pedro a Jesús: Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido;
¿qué nos va a tocar? 28Jesús les dijo: En verdad os digo: cuando
llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria,
también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para
juzgar a las doce tribus de Israel. 29Todo el que por mí deja casa,
hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y
heredará la vida eterna. 30Pero muchos primeros serán últimos y
muchos últimos primeros.
COMENTARIO
27Entonces
dijo Pedro a Jesús: Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido;
¿qué nos va a tocar? 28Jesús les dijo: En verdad os digo: cuando
llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria,
también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para
juzgar a las doce tribus de Israel. 29Todo el que por mí deja casa,
hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y
heredará la vida eterna. 30Pero muchos primeros serán últimos y
muchos últimos primeros.
Pedro no se deja convencer. Su pregunta es casi un desafío
a Jesús. Espera que éste concrete la seguridad que ha dado. Puesto que los
discípulos han cumplido las condiciones puestas al rico, quiere saber qué
porvenir les espera.
La respuesta de Jesús es solemne, en verdad os digo. La
renovación/El mundo nuevo significa la nueva edad del mundo, la definitiva.
Puede preguntarse si la expresión de Jesús se refiere al
fin de la historia o a la época que comienza con su muerte y resurrección. Sentarse en su trono de gloria está en
paralelo con 25,31, pero alude más bien a 26,64, pues aquí no se habla de venida previa, como en 25,31. Se trata,
pues, de la época histórica que sigue a su muerte-resurrección, a partir de la
cual el mundo nuevo es una realidad en medio del mundo viejo. Desde entonces,
el Israel mesiánico (los Doce discípulos) juzgará al antiguo Israel; es decir,
la realidad del seguimiento de Jesús y la existencia del pueblo definitivo
serán la norma por la que el antiguo Israel, que rechaza al Mesías, quedará
juzgado y condenado. Durante ese período, la renuncia a las propias posesiones
no desembocará en la miseria, sino en una abundancia centuplicada.
Sin embargo, esta última promesa no se refiere a los Doce
(al Israel mesiánico) como grupo; Jesús pasa a la tercera persona, al terreno
individual: su realización depende para cada uno de la realidad de su renuncia.
El término será también la vida eterna, que no será obtenida (v.16), sino heredada,
como corresponde a los que son hijos del Padre y tienen derecho a ella.
Mateo confirma
con su promesa la supresión de los efectos negativos (miseria) que amenazan a
quien opta por la pobreza. Pero esto no se hará, como en el AT (Sal 37,11), por
tener cada uno su patrimonio individual, sino teniendo todos uno común (cien veces más) del que todos
participan. Corresponde esta promesa a la de 5,5: porque ésos poseerán la tierra.
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