domingo, 19 de enero de 2014

LA CULPA Y EL PERDÓN (VII)
En las fuentes de la vida: PERDÓN
Desierto de Judea

Decía Nietzsche que la consecuencia de poner en el centro de la vida el pecado implica “una acumulación de sentimientos de culpabilidad que hace del ser humano un neurótico hasta los últimos rincones de su alma… Es el sufrimiento del hombre por sí mismo, por el solo hecho de existir”.

En el evangelio, manantial de vida, sorprende que en la mayoría de los casos que Jesús cura a enfermos físicos (parálisis, lepras, ceguera…), les dice: Tus pecados son perdonados. A primera vista uno se queda extrañado: ¿Qué tendrá que ver la la curación de la parálisis, la lepra, un brazo atrofiado, una persona con un espíritu inmundo, etc, con el pecado? ¿Y con el perdón? En la mentalidad de entonces existía la lógica de que todo aquello que era contrario a la naturaleza humana, como podía ser una enfermedad física, era debido a un castigo de Dios por el pecado que había cometido la persona, o los padres, o alguien de la familia. Dios, el enteramente justo, no pasaba ni una: tú cometes un pecado, tu pecado queda castigado. Y el castigo, desde luego, en proporción al pecado. Cuando Cristo, por ejemplo, cura al ciego de nacimiento (Jn 9), los discípulos le preguntan: Y sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿quién pecó: este o sus padres, para que naciera ciego? 3Jesús contestó: Ni este pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios.

Jesús rompe, destruye, esa mentalidad, ¡caro le salió! El centro es el perdón, no es el pecado. Antes del pecado original, la Biblia nos narra la Creación. Primero somos criaturas creadas a imagen y semejanza de Dios, y después… viene el pecado, e inmediatamente el Perdón.  Si se olvida está lógica, al final nos quedamos sin pecado, y lo que es peor, sin perdón. Por muchos que puedan ser mis pecados, por muy grandes o muy feos… no dejo de ser una criatura. La imagen de Dios impresa en mi no la borra el pecado. En el ser humano siempre quedan huellas del Creador.
Lo mismo y mucho más podemos decir de la Cruz y de la Resurrección. Si las últimas palabras de Cristo en la cruz son: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen (Lucas 23,34), ¿cómo no va a perdonar nuestros pecados, nuestras culpas?... Pero insisto: el centro es el Perdón, el perdón que produce vida: Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23,43).
Otra cosa es cómo entendemos el perdón y cómo celebramos el sacramento del Perdón. Que nos valgan las pinceladas que transmito a continuación.

  •        Lo primero de la confesión es confesar, proclamar, confiar, que Dios es bueno conmigo/con nosotros. Lo primero es un acto de confianza en el Dios de Jesús. Solo a la luz de esta confesión y proclamación puedo descubrir mi pecado y mi culpa. 
  •       Confesar mi pecado/mi culpa a través de una persona/sacerdote produce la experiencia de una mayor cercanía y puede provocar una profunda comprensión sobre mi vida. En la conversación se admite la culpa, pero al miso tiempo nos distanciamos de ella. “Puedo experimentar que ya nada me separa de los demás, porque no tengo nada que ocultar. Vivo la experiencia de que la otra persona mira mi culpa, no se horroriza ni es dominado por la violencia, ni levanta la mano para vengarse, sino que se enfrenta a mí como una persona a la que no le es ajeno lo humano”. Y a esto, desde la fe en Cristo, lo llamamos Sacramento.
  •     Una de las tareas del Sacramento es ayudarnos a liberarnos del pecado y de la culpa a través del perdón de Dios. Dios es el que perdona “a través de”. Esto es lo humano. Se requiere unas palabras, unos gestos, para que ese perdón se exprese y pueda llega al fondo de la persona.
  •          Cuando la persona se siente culpable, pecadora, se siente roto por dentro y excluido de los demás. No puede liberarse por sí mismo. Cuando uno está enfermo va al médico, se siente solo, como marginado, distinto.  Necesitamos de la presencia de la comunidad y del otro para poder tener la experiencia de que somos aceptados incondicionalmente por el Dios de Jesús. Ya no necesitamos echarnos en cara nuestras culpas ni pedir continuamente permiso para seguir viviendo.     
  •      A través de lo que llamamos absolución podemos experimenta que Dios, como el Padre del hijo pródigo y del otro que no se fue, me perdona de verdad. La absolución va a acompañada de la imposición de manos, símbolo de que se me transmite una fuerza, un poder, para vivir aceptando-me y aceptando a los demás como son. Soy totalmente aceptado por Dios. Repito: sin condiciones. Dios cuando perdona lo hace desde la raíz. Es una nueva creación. A esto le llamamos misericordia: poner el corazón en las miserias. Y esto solo lo hace Cristo.
  •      Una de las mayores miserias de muchas personas es la incapacidad para perdonarse a sí mismas. Continuamente se están reprochando sus defectos, sus fracasos, de modo que se convierten en obsesiones o depresiones. Celebrar el sacramento del perdón hace posible que mis culpas han sido perdonadas. No hay necesidad de volver una y otra vez sobre ellas.
  •     Nos parece imposible que el Dios de Jesús pueda hacer desaparece nuestras culpas sin que tengamos que tener que pagar algo a cambio. Parce que todo tiene un precio. Parece un dogma.

Otra cosa es:
* La experiencia que tenemos de este sacramento
 No profundizamos en el sentido de este sacramento.
No hemos descubierto este sacramento a la luz del evangelio.
Nos hemos quedado en lo de los pecados. Incluso, sin saber muy bien de qué va.
No nos atrevemos a vivir reconciliados. Preferimos vivir instalados en la queja, en atraer la atención de los demás. Nos da miedo la libertad.
¡Y así nos va! Con mucho, mucho sufrimiento………

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