MARTES
7 No te extrañes de que te haya
dicho: Tenéis que nacer de nuevo; 8el viento sopla donde quiere y
oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni
a donde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.
11En
verdad, en verdad te digo: Hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo
que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. 12Si os hablo
de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas
celestiales?
13Nadie ha subido al cielo sino
el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 14Lo mismo que Moisés
elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del
hombre, 15para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
COMENTARIO
Jesús insiste: el nuevo nacimiento consiste en nacer de agua y Espíritu, es decir, del agua que es el Espíritu (nacer de Dios es recibir la vida de su plenitud, cfr. Jn 1,13-16).
El símbolo del Espíritu, en cuanto fuerza de amor, es el vino en Caná, (Jn 2,3.9.10); ahora, en cuanto principio de vida, es el agua. Jesús afirma que sin la nueva vida que da el Espíritu y que potencia al hombre no puede establecerse el reino de Dios. Jesús argumenta con las siguientes expresiones:
· De la carne nace carne, es decir, de lo humano y caduco nace lo débil y transitorio, en este caso el hombre incompleto, no acabado; con esto indica Jesús a Nicodemo que el régimen de la Ley, que no cambia al hombre internamente, lleva al fracaso.
· Del Espíritu nace espíritu, de lo divino y permanente nace lo fuerte y definitivo, el hombre con su nueva capacidad de amar. El Espíritu transforma al hombre.
· El viento-Espíritu sopla donde quiere, es decir, el reinado de Dios no conoce fronteras, su campo de acción es imprevisible y no se limita a Israel. El hombre que ha nacido del Espíritu y se mueve por el impulso interno de amor, no puede ser encasillado en las categorías convencionales, porque su modo de proceder no está prefijado por códigos humanos.
Ayer dejábamos el
evangelio en el nuevo mensaje de Jesús: el nuevo nacimiento es obra de Dios, Nicodemo muestra su escepticismo, ¿cómo es posible...? Si ayer Jesús había mostrado a Nicodemo que no creía en las posibilidades del hombre; ahora deja ver que tampoco cree en el amor de Dios por el hombre. El diálogo es tenso.
11En
verdad, en verdad te digo: Hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo
que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio.
13Nadie ha subido al cielo sino
el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 14Lo mismo que Moisés
elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del
hombre, 15para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
La cosa va muy en serio:
en verdad…. Jesús habla en plural: hablamos de lo que sabemos, damos testimonio, amplían el sentido de la escena. Ya no se trata sólo de la controversia de Jesús con Nicodemo, incluye a la comunidad del evangelista en su controversia con el fariseísmo de su tiempo. La comunidad tiene experiencia inmediata de la
acción del Espíritu y de ella da testimonio.
12Si
os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de
las cosas celestiales?
Jesús vuelve al singular,
si os hablo. Se dirige de nuevo a Nicodemo, representante del fariseísmo. Las cosas
terrenas son los contenidos de la antigua
Escritura, que contenían ya la promesa de lo que Jesús anuncia: el cambio de la persona y la infusión del Espíritu de Dios. Los fariseos, que escrutan la Escritura,
deberían estar al tanto de esas promesas, pero, aferrados a la Ley, no
las consideran. Lo del cielo es la nueva realidad del Reino, explicada a continuación.
La entrevista acaba en un callejón sin salida.
13Nadie ha subido al cielo sino
el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 14Lo mismo que Moisés
elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del
hombre, 15para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Jesús anuncia la verdadera realidad del Mesías: es el Hijo del hombre y se afirma que ha bajado del cielo. El evangelista señala que
la condición divina del Hijo del hombre no procede de su condición humana ni es resultado del desarrollo personal, sino que se debe a la plenitud del Espíritu que ha recibido de lo alto (Jn 1,32: el Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo).
El hombre no puede alcanzar la plenitud si no es en comunión con Dios,
fuente de la vida.
Subir
al cielo para quedarse será la victoria, el éxito de su misión.
Aparecen de este modo el punto inicial, bajar del cielo, y el final, subir al cielo, de la trayectoria del Hijo del hombre, del Hombre-Dios.
Se anuncia la exaltación del Hijo del hombre, levantado en alto. El evangelista establece un paralelo con Núm 21,8, donde se cuenta que Moisés, ante una plaga de serpientes venenosas, fabricó por indicación de
Dios una serpiente de bronce y la levantó en un poste. Quien era mordido, al
mirar a la serpiente alzada quedaba curado o, según la expresión hebrea, vivía,
seguía vivo. Luego, ser levantado en alto indica una señal destinada a ser vista y
mirada (contemplada) y, al mismo tiempo, la localización de una fuerza
salvadora, de una fuente de vida. En el caso de la serpiente, se
obtenía la vida física; en el del Hijo del hombre, vida eterna.
La expresión vida eterna,
o definitiva,
no significa solamente la
salvación final, la vida después de la muerte, sino al mismo tiempo una vida de
calidad divina de que goza el hombre ya durante su existencia mortal. Es la vida del Espíritu, nuevo principio vital que se integra en el ser
del hombre; por ser eterna, ni su existencia ni sus frutos perecerán con
la muerte.
Lo que salva a los hombres de la muerte es fijar la mirada en el modelo de Hombre,
es decir, aspirar a la plenitud humana que resplandece en esa figura, que, levantada en alto, destacará sobre todos
y será atracción para la humanidad.
Por el momento, el evangelista no menciona la muerte de Jesús,
sólo alude a ella en términos de
exaltación; prepara así al lector para que no vea en la cruz un suplicio infamante, sino un hecho glorioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario