domingo, 3 de mayo de 2015

SEMANA V DE PASCUA
LUNES

JUAN 14,21-26

21El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.
22 Le dijo Judas, no el Iscariote:
Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo? 23 Respondió Jesús y le dijo: El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. 25Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, 26pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

COMENTARIO
21El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.
De su relación y la del Padre con la comunidad pasa Jesús a la que establecen con cada miembro de ella. Su comunidad no es gregaria, ni su Espíritu uniforma; cada uno es responsable de su modo de obrar. 
El discípulo hace suyos los mandamientos de Jesús y los cumple. La actividad en favor del hombre (mis mandamientos) es lo único que da realidad al amor a él y, por tanto, el único criterio para verificar su existencia. El amor a Jesús consiste, por tanto, en vivir sus mismos valores y comportarse como él. El amor verdadero no es solamente interior, sino visible: un dinamismo de transformación y de acción. 
La semejanza con Jesús, efecto de ese amor, provoca una respuesta de amor de parte del Padre, que ve realizada en el hombre la imagen de su Hijo. La respuesta de Jesús se traducirá en una manifestación personal suya. El Padre y Jesús, que son uno, responden al unísono. El Padre considera hijo al que ama como Jesús; Jesús lo ve como hermano. Jesús menciona solamente su propia manifestación, porque él seguirá siendo el santuario donde Dios habita (2,21); en él se revela el Padre (14,9).

22 Le dijo Judas, no el Iscariote:Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo? 23 Respondió Jesús y le dijo: El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Decepción del discípulo. Esperaba una vuelta gloriosa de Jesús, no sólo una manifestación a individuos. No comprende, porque no renuncia a su concepción mesiánica, la de un triunfador terreno. Sin embargo, la venida de Jesús no será pública. No va a manifestarse al mundo, porque su manifestación supone la aceptación de su amor, y el mundo, sociedad donde está vigente la injusticia, donde el propio interés causa la opresión, lo odia (7,7). 
La transformación de la sociedad que Jesús propone no se hace por imposición. No hay cambio verdadero si no cambian los individuos, y ese cambio se va logrando por la actividad del amor. Por eso, en respuesta a Judas, Jesús repite lo antes dicho: La adhesión a él es inseparable de su mensaje del amor al hombre, que se despliega en sus mandamientos.
 
Explica de nuevo la calidad de su manifestación, que no es como la que ellos han imaginado: la presencia suya y del Padre será la respuesta a la práctica del amor. El Padre y Jesús, que son uno, establecerán su morada en el discípulo; vivirán juntos, en la intimidad de la nueva familia. En el antiguo éxodo, la presencia de Dios en medio del pueblo se localizaba en la tienda del Encuentro. En el nuevo, cada uno será morada de Dios.
Insiste Jesús en que su mensaje es el del Padre. Es el mensaje que muestra a los oprimidos el medio de salir de la opresión, invitando a un éxodo fuera de un sistema injusto (10,2-4), abre los ojos para que el hombre conozca su dignidad según el designio de Dios (9,lss) y hace caminar a los paralizados por las ideologías opresoras (5,3ss); es el amor manifestado en el compartir, que da a los hombres su independencia y los libera de la explotación (6,8ss). Practicarlo significa tener el Espíritu de Jesús.

25Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, 26pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La frase ahora que estoy a vuestro lado// mientras estoy con vosotros recuerda la marcha de Jesús y anuncia su despedida. Les ha expuesto el plan de Dios sobre la humanidad, les ha dejado sus promesas. Ahora los discípulos tendrán que ir comprendiendo y profundizando en sus palabras. Pero no será solamente una reflexión humana; el Espíritu les hará penetrar en todo lo que él ha dicho. Muchos aspectos de la vida y mensaje de Jesús están aún oscuros para ellos, pero tendrán el valedor, que les ayudará en todo lo que necesiten. 
Se le llama ahora el Espíritu Santo; es santo porque pertenece a la esfera divina, pero es al mismo tiempo santificador, consagrador porque separa al hombre de la tiniebla, del mundo perverso, y lo instala en la zona de Dios, la de la luz y la vida. La separación no se efectúa de modo material o local, sino interior, haciendo semejante a Jesús, el Consagrado por Dios (10,36), por la infusión de un amor que responde al suyo (1,16), con la actividad de una misión como la suya.

El Espíritu no habla de sí mismo, hace recordar y comprender lo enseñado por Jesús. Este papel que desempeña en la comunidad lo señala como el espíritu profético, que transmite a la comunidad mensajes del Señor. Jesús, hecho presente por su Espíritu, será el maestro de la comunidad.


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