MARTES, 8 DE MAYO
Juan
16,5-11
5Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me
pregunta: ¿A dónde vas? 6Sino que, por haberos dicho esto, la
tristeza os ha llenado el corazón. 7Sin embargo, os digo la verdad:
os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el
Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré. 8Y cuando venga,
dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena.
9De un pecado, porque no creen en mí;
10de una justicia, porque me voy al
Padre, y no me veréis;
11de una condena, porque el príncipe de este mundo está
condenado.
COMENTARIO
Nunca había hablado Jesús a los discípulos de la
persecución futura. Hasta ahora, el blanco de la hostilidad había sido él,
quien, además, podía defenderlos a ellos.
En la primera parte del discurso (Jn 14,5), Tomás
había preguntado a Jesús que no sabían adónde se marchaba y, por tanto, no
podían saber el camino para seguirlo.
Los discípulos continúan sin comprender la muerte
como ida al Padre; para ellos es el fin de todo. Por eso no piden
explicaciones, que consideran superfluas, en cambio, se llenan de tristeza al pensar en la separación, que interpretan
como desamparo. El mundo se les
presenta como un adversario formidable y, sin Jesús, se sienten indefensos ante
él.
Para Jesús, sin embargo, la presencia y ayuda del
Espíritu hará más bien a los discípulos que su propia presencia física.
Mientras se apoyen en ésta, no aprenderán a asumir su plena responsabilidad ni
tendrán la autonomía propia del que obra por convicción interior.
A los discípulos, les conviene que Jesús se marche, para poder actuar por sí mismos
bajo el impulso del Espíritu. Pero, para comunicarlo, Jesús tiene que dar antes la prueba última y
radical de su amor por el hombre.
La prueba de que Jesús tenía razón será la acogida
que le hará el Padre, de la que la comunidad tomará plena
conciencia a través de la experiencia del
Espíritu que de él va a recibir.
El Padre va a confirmar toda la obra de
Jesús. Al acogerlo, Dios se constituye en juez e invierte el juicio
dado por el mundo. La marcha de Jesús con el Padre es indispensable para que ese juicio histórico se realice.
El orden injusto va a considerarse más seguro por
la muerte de Jesús, pero el Espíritu hará
ver a los discípulos que ese mundo está juzgado y que Dios está contra él.
El príncipe de este mundo (Jn 12,31;14,30) encarna al círculo
dirigente, considerado como un todo único. La comunidad se siente juzgada y condenada por el mundo (16,1-4), pero el testimonio del Espíritu la convence de
que es ella la que puede juzgarlo, acusándolo de su pecado, y de que
este mundo está abocado a la ruina.
Así, a pesar de la persecución que sufre, no se
siente culpable ni se acobarda. Tiene la certeza del
Espíritu y siente el apoyo del Padre. En Jesús
está la vida y en el sistema, la muerte.
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