domingo, 6 de mayo de 2018

SEMANA VI DE PASCUA

MARTES, 8 DE MAYO


Juan 16,5-11
5Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? 6Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. 7Sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré. 8Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. 9De un pecado, porque no creen en mí;
 10de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis;
11de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado.

COMENTARIO
Nunca había hablado Jesús a los discípulos de la persecución futura. Hasta ahora, el blanco de la hostilidad había sido él, quien, además, podía defenderlos a ellos.

En la primera parte del discurso (Jn 14,5), Tomás había preguntado a Jesús que no sabían adónde se marchaba y, por tanto, no podían saber el camino para seguirlo.
Los discípulos continúan sin comprender la muerte como ida al Padre; para ellos es el fin de todo. Por eso no piden explicaciones, que consideran superfluas, en cambio, se llenan de tristeza al pensar en la separación, que interpretan como desamparo. El mundo se les presenta como un adversario formidable y, sin Jesús, se sienten indefensos ante él.

Para Jesús, sin embargo, la presencia y ayuda del Espíritu hará más bien a los discípulos que su propia presencia física. Mientras se apoyen en ésta, no aprenderán a asumir su plena responsabilidad ni tendrán la autonomía propia del que obra por convicción interior.

A los discípulos, les conviene que Jesús se marche, para poder actuar por sí mismos bajo el impulso del Espíritu. Pero, para comunicarlo, Jesús tiene que dar antes la prueba última y radical de su amor por el hombre.
La prueba de que Jesús tenía razón será la acogida que le hará el Padre, de la que la comunidad tomará plena conciencia a través de la experiencia del Espíritu que de él va a recibir.
El Padre va a confirmar toda la obra de Jesús. Al acogerlo, Dios se constituye en juez e invierte el juicio dado por el mundo. La marcha de Jesús con el Padre es indispensable para que ese juicio histórico se realice.

El orden injusto va a considerarse más seguro por la muerte de Jesús, pero el Espíritu hará ver a los discípulos que ese mundo está juzgado y que Dios está contra él.
El príncipe de este mundo (Jn 12,31;14,30) encarna al círculo dirigente, considerado como un todo único. La comunidad se siente juzgada y condenada por el mundo (16,1-4), pero el testimonio del Espíritu la convence de que es ella la que puede juzgarlo, acusándolo de su pecado, y de que este mundo está abocado a la ruina. Así, a pesar de la persecución que sufre, no se siente culpable ni se acobarda. Tiene la certeza del Espíritu y siente el apoyo del Padre. En Jesús está la vida y en el sistema, la muerte.

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