martes, 15 de mayo de 2018

SEMANA VII DE PASCUA

LUNES, 14 DE MAYO

SAN MATÍAS FIESTA


Juan 15,9-11
9Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. 10Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. 11Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.

12Este es mi mandamiento: que os améis unos a otro como yo os he amado. 13Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. 14Vosotros sois mis amigo si hacéis lo que yo os mando. 15Ya no os llamo siervo: porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 16No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé 17Esto os mando: que os améis unos a otros.

COMENTARIO
El Padre de­muestra su amor a Jesús comunicándole la plenitud de su Espíritu (Jn 1,32: Y Juan dio testimonio diciendo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él), su gloria o amor. Jesús demuestra su amor a los discípulos de la misma manera, comunicándoles el Espíritu que está en él (1,16; 7,39).
La unión a Jesús/vid, expuesta en el evangelio anterior, se expresa ahora en términos de amor. Como respuesta permanente al amor que Jesús les ha mostrado a los discípulos, Jesús, ahora, invita a sus discípulos a que vivan en el ámbito de ese amor suyo. Tal es la atmósfera gozosa en la que se mueve el discípulo de Jesús.

Jesús establece la relación con sus discípulos en paralelo a la suya con el Padre. Tanto el amor al Padre como de los discípulos entre sí se expresa en la respuesta a las necesidades de los hombres, guardar mis mandamientos… los de mi Padre. Los mandamientos o el encargo del Padre a Jesús se identifican con su misión: ofrecer a la humanidad la plenitud de vida.
El criterio que manifiesta la unión del discípulo con Jesús y con el Padre es el amor hecho vida, puesto en práctica.  Este amor demuestra la autenticidad de la experiencia interior. No existe amor a Jesús sin compromiso con los demás.

Jesús comparte con los discípulos su propia alegría, la que procede del fruto de su muerte y de su experiencia del Padre. Así lleva a su plenitud la de los discípulos. Estos han de reconocer que la fuente de la experiencia de su alegría nace de la alegría de Jesús. El fruto que producen ellos es parte del que produce en el mundo entero el amor de Jesús demostrado en su muerte. La experiencia del Padre que tienen ellos es una participación de la plena comunión con el Padre que posee Jesús.
La relación de los discípulos con Jesús no tiene un carácter triste, sino alegre.

Este es mi mandamiento: que os améis unos a otro como yo os he amado. El mandamiento que constituye la comunidad y le da su identidad, es, al mismo tiempo, el fundamento de la misión. No se puede proclamar el mensaje del amor si no es apoyado en su experiencia. Y donde no existe comunidad de amor mutuo como alternativa a la sociedad injusta, no puede haber misión.

Señala Jesús cuál es la cima del amor a los amigos, dar la propia vida por ellos. A continuación explica la confianza en él en términos de amistad. La amistad nace de la comunidad de la persona con Jesús y de la común vivencia de entrega, efectos de que el Espíritu habita en la comunidad. En als personas que la forman.
El amor mutuo hace hijos de Dios y da a los discípulos la característica de Jesús. Por eso requiere Jesús que la relación entre los suyos y él se conciba como amistad. Siendo el centro del grupo, no se coloca por en­cima de él; se hace compañero de los suyos en la tarea común. La igual­dad y el afecto crean la libertad. La comunicación de vida no produce subordinación, sino compenetración e intimidad.

La diferencia entre el siervo y el amigo estriba en la ausencia o presencia de la confianza. Jesús, que va a morir por los suyos, no tiene secretos para ellos. Lo que ha oído del Padre y les ha comunicado por entero es el proyecto de Dios sobre el ser humano y los medios para realizarlo. La relación entre amigos no es ya la de maestro y discípulo. Ha terminado el aprendizaje. Jesús se lo ha comunicado todo a ellos. No se reserva ninguna doctrina, no imparte ninguna enseñanza esotérica ni forma ningún círculo privilegiado.
Las palabras de Jesús se refieren a todos los discípulos  de todos los tiempos.
En cierto modo, él ha elegido a la humanidad entera, pues ha venido a que el mundo por él se salve (Jn 3,17). Estas palabras expresan la experiencia de cada cris­tiano, pues, aun siendo consciente de su opción libre por Jesús, sabe que no puede atribuir sólo a su iniciativa la condición de miembro de la nueva comu­nidad. Había un amor precedente, en cuyo ámbito él ha entrado. Esta conciencia funda la acción de gracias.

Jesús elige personas para la misión. Los discípulos son colaboradores suyos. No los admite ni los envía en condiciones de inferioridad, sino en el plano de la amistad y de la cooperación.
Los discípulos han de recorrer, en medio de la humanidad, su camino hacia el Padre, el de su entrega a los demás. Harán realidad el propósito de Jesús: llevar a su fin la creación del hombre, hacer personas adultas, libres y responsables, animados por su mismo Espíritu. A través de ellos se irá realizando la salvación.
La labor de los suyos tiene un efecto duradero que va cambiando la sociedad, vuestro fruto permanezca. La eficacia de la tarea no se mide tanto por su extensión como por su profundidad, de la que depende la duración del fruto.
La dedicación a realizar las obras de Dios, que es la sustan­cia de la misión, pone a disposición de los discípulos la fuerza del Pa­dre.
Jesús repite su mandamiento (v. 12), enuncia la condición para estar vinculados a él y producir fruto. La repetición es, al mismo tiempo, un aviso: si no existe esta calidad de amor, falta lo esencial.

Juan 15,12-17
12Este es mi mandamiento: que os améis unos a otro como yo os he amado. 13Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. 14Vosotros sois mis amigo si hacéis lo que yo os mando. 15Ya no os llamo siervo: porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 16No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé 17Esto os mando: que os améis unos a otros.

COMENTARIO
12Este es mi mandamiento: que os améis unos a otro como yo os he amado.
El mandamiento que constituye la comunidad y le da su identidad, es, al mismo tiempo, el fundamento de la misión. No se puede proclamar el mensaje del amor si no es apoyado en su experiencia. Y donde no existe comunidad de amor mutuo como alternativa a la sociedad injusta, no puede haber misión.

13Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. 14Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. 15Ya no os llamo siervo: porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
Señala Jesús cuál es la cima del amor a los amigos, dar la propia vida por ellos. A continuación explica la confianza en él en términos de amistad. La amistad nace de la comunidad de la persona con Jesús y de la común vivencia de entrega, efectos de que el Espíritu habita en la comunidad. En als personas que la forman.
El amor mutuo hace hijos de Dios y da a los discípulos la característica de Jesús. Por eso requiere Jesús que la relación entre los suyos y él se conciba como amistad. Siendo el centro del grupo, no se coloca por en­cima de él; se hace compañero de los suyos en la tarea común. La igual­dad y el afecto crean la libertad. La comunicación de vida no produce subordinación, sino compenetración e intimidad.

La diferencia entre el siervo y el amigo estriba en la ausencia o presencia de la confianza. Jesús, que va a morir por los suyos, no tiene secretos para ellos. Lo que ha oído del Padre y les ha comunicado por entero es el proyecto de Dios sobre el ser humano y los medios para realizarlo. La relación entre amigos no es ya la de maestro y discípulo. Ha terminado el aprendizaje. Jesús se lo ha comunicado todo a ellos. No se reserva ninguna doctrina, no imparte ninguna enseñanza esotérica ni forma ningún círculo privilegiado.
Las palabras de Jesús se refieren a todos los discípulos de todos los tiempos.
En cierto modo, él ha elegido a la humanidad entera, pues ha venido a que el mundo por él se salve (Jn 3,17). Estas palabras expresan la experiencia de cada cris­tiano, pues, aun siendo consciente de su opción libre por Jesús, sabe que no puede atribuir sólo a su iniciativa la condición de miembro de la nueva comu­nidad. Había un amor precedente, en cuyo ámbito él ha entrado. Esta conciencia funda la acción de gracias.

16No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé 17Esto os mando: que os améis unos a otros.
Jesús elige personas para la misión. Los discípulos son colaboradores suyos. No los admite ni los envía en condiciones de inferioridad, sino en el plano de la amistad y de la cooperación.
Los discípulos han de recorrer, en medio de la humanidad, su camino hacia el Padre, el de su entrega a los demás. Harán realidad el propósito de Jesús: llevar a su fin la creación del hombre, hacer personas adultas, libres y responsables, animados por su mismo Espíritu. A través de ellos se irá realizando la salvación.
La labor de los suyos tiene un efecto duradero que va cambiando la sociedad, vuestro fruto permanezca. La eficacia de la tarea no se mide tanto por su extensión como por su profundidad, de la que depende la duración del fruto.
La dedicación a realizar las obras de Dios, que es la sustan­cia de la misión, pone a disposición de los discípulos la fuerza del Pa­dre.

Jesús repite su mandamiento (v. 12), enuncia la condición para estar vinculados a él y producir fruto. La repetición es, al mismo tiempo, un aviso: si no existe esta calidad de amor, falta lo esencial.

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