jueves, 27 de diciembre de 2018

TIEMPO DE NAVIDAD

LUNES, DÍA 31

Juan 1,1-18
1En el principio existía el Verbo,
y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
2Este estaba en el principio junto a Dios.
3Por medio de él se hizo todo, y sin él
no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
4 En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
5Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
6Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
7 este venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
8No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
9El Verbo era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre,
viniendo al mundo.
10 En el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de él,
y el mundo no lo conoció.
11Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
12Pero a cuantos lo recibieron,
les dio poder de ser hijos de Dios,
a los que creen en su nombre.
13Estos no han nacido de sangre,
ni de deseo de carne, ni de deseo de varón,
sino que han nacido de Dios.
14Y el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria como del Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
15Juan da testimonio de él y grita diciendo:
Este es de quien dije:
El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí,
porque existía antes que yo.
16Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
17Porque la ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
18A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está
en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

2. COMENTARIO[1]

El comentario más antiguo al texto lo hallamos en la primera carta de Juan, que se abre con idénticas palabras: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida… os lo anunciamos también a vosotros 1 Jn 1,1-3.
La tarea es transmitir la experiencia vital que surge de este maravilloso texto. Un “prologo” que puede cambiar radicalmente la relación con Dios, y, en consecuencia, con los otros.

En el principio…
El evangelio de Juan comienza con en el principio. Exactamente igual que el primer libro de la Biblia, el libro del Génesis, en el principio Dios creó el cielo y la tierra Gén 1,1. Así, el evangelista quiere indicarnos que la creación está aún en marcha, se está todavía llevando a cabo. Con esta apertura, el evangelista se sitúa con anterioridad, incluso, a la teología del AT. Antes aun de la creación existía ya... nos viene a decir.

… existía el Verbo.
Es un vocablo que nuestros antepasados usaban con cierta frecuencia (proferir verbo, verbo divino, etc.), pero que, para el hombre de hoy, no deja de ser un lenguaje anticuado.
Verbo (“logos” en griego) indica una palabra que contiene un proyecto. Se trata de un proyecto que formula el programa de Dios sobre la creación, y de una palabra, porque ejecuta tal proyecto. (No es lo mismo decir "casa" que decir "botella". La palabra "casa" tiene ya un contenido, contiene un proyecto). El vocablo logos puede traducirse por "verbo", "palabra", "proyecto".

¿Qué es lo que existía? Existía la Palabra que contenía un proyecto. Juan concentra en pocas líneas todo el mensaje de Jesús. Un Jesús que no fue bien acogido por parte de sus contemporáneos, lo consideraron un hombre peligroso que convenía eliminar. El evangelista recalca este concepto, porque –según la tradición bíblica- el mundo había sido creado mediante diez palabras, que en su origen correspondían a las diez veces que aparece la frase Y dijo Dios… en el libro del Génesis. Posteriormente, este número pasó a indicar las diez palabras, los diez mandamientos de Moisés. El término “decálogo” deriva del griego deca (diez) y logos (palabra). En suma, desde el inicio mismo, desde antes de la creación del mundo, existe una única Palabra que vuelve a ocupar ahora su lugar privilegiado, suplantando a las diez palabras.

… y el Verbo estaba junto a Dios.
El evangelista repite este concepto porque nos quiere transmitir literalmente la impaciencia de Dios. Dios estaba impaciente por realizar este proyecto, un proyecto que es previo a la creación del mundo y que se manifiesta mediante la Palabra. Este proyecto siempre ha estado en la mente, en los pensamientos de Dios.
El proyecto que Dios tenía sobre la humanidad, antes aun de la creación, sobrepasa toda posibilidad de imaginación de parte de los hombres: el proyecto de Dios respecto al género humano era que el hombre alcanzase la condición divina. Este proyecto es expresión de su optimismo hacia la creación, tiende a eliminar el abismo entre Dios y los hombres.

El evangelista presenta el hecho de la creación y está diciendo algo extremamente importante. Todo cuanto hay en la creación (la naturaleza, los hombres, la realidad creada), existe para realizar el proyecto. El mundo ha sido creado para conducir al hombre a alcanzar la condición divina. No hay nada que no sea expresión de la voluntad divina. Todo es expresión del amor de Dios, y, por consiguiente, nada hay en la creación que sea malvado de por sí.

Si se comprende esta verdad, cambia la vida. Si comprendemos que cada cosa que vemos y que tenemos, y, sobre todo, cada persona que encontramos es un regalo que Dios nos hace en vistas a que realicemos el proyecto de Dios, a que lleguemos a ser sus hijos, entonces la vida cambia, cambia nuestra actitud. Los otros no son vistos como enemigos o como obstáculos, se les mira con ojos de gratitud. Cada nueva persona que conocemos es un regalo que Dios nos da como señal de amor, cada persona que acogemos en nuestra existencia es un don que nos permite crecer.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres...
Por primera vez, aparece en el evangelio un tema de enorme importancia, el tema de la vida. Los primeros cristianos han descubierto, porque lo han experimentado en su propia piel, que del mensaje de Jesús surge la plenitud de la vida. El proyecto de Dios consiste en comunicar vida abundante a los hombres. Por eso, no tiene sentido ya hablar de temor en relación a Dios.

… Y la vida era la luz de los hombres.
El tema de la luz es otro argumento que Juan ama. La tradición religiosa afirmaba, contrariamente, que la luz es la vida de los hombres, y por luz se entendía la observancia de la Ley. Los Salmos lo afirman claramente: Lámpara para mis pasos es tu palabra Sal 118.
Para el evangelista, la luz no llega del exterior para iluminar al hombre, sino que nace del interior del mismo, de su intimidad más recóndita. Es la vida la que resplandece, mientras que la luz es la irradiación de la existencia humana.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
En el evangelio de Juan, bajo la imagen de las tinieblas se representan las ideologías y los sistemas de poder (político o religioso), que impiden al hombre realizar el proyecto creador, e incluso, llegar a conocerlo.
La tiniebla es todo aquello que inculca el sometimiento en vez de la libertad, cualquier sistema, en suma, que somete a los hombres. En el evangelio de Juan -y esto resulta realmente escandaloso- las peores tinieblas, aquéllas que convencen a los hombres de la necesidad de venerar a los opresores, son identificadas con las autoridades religiosas. Ellas constituyen el poder más feroz y destructivo: dominan a las personas, las esclavizan y, por si fuera poco, de ellas pretenden amor y veneración. Son ellas las que tratan de apagar a Jesús, que se define a sí mismo como luz del mundo Jn 12,46.

El evangelista afirma que la luz brilla en las tinieblas. La luz no pugna ni combate con las tinieblas, simplemente brilla. Son palabras que consuelan y otorgan una enorme serenidad a la comunidad cristiana, la cual no ha recibido de Jesús el encargo de luchar contra quién sabe qué enemigos acérrimos.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan...
A continuación, de improviso, el evangelista interrumpe extrañamente esta ascensión a nivel teológico. Se nos dice que para anunciar su proyecto a la humanidad, Dios tiene necesidad de un hombre. Pero lo asombroso es que no existe en los evangelios ni un solo profeta, ni un solo enviado de parte de Dios que pertenezca a los espacios sagrados y personas religiosas. Cuando Dios envía alguien para anunciar su proyecto, elige a personas normales, como a Juan, de quien solo se nos dice el nombre.
·           Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz... A modo de síntesis, Juan nos invita a estar atentos, porque la acción de las tinieblas, que él identifica con la institución religiosa, es tan mortífera que llega a narcotizar a los seres humanos.

·           Para que todos creyeran por medio de él. La misión de Juan es despertar el anhelo de vida en los hombres para hacerles conscientes de la existencia de la luz, para que todos creyeran por medio de él. La misión de Juan es universal, pues anticipa el programa de Dios. Todo aquél que tiene dentro de sí este deseo de plenitud de vida es destinatario del proyecto de Dios.

·           Todos. Cualquier individuo, por encima de raza, conducta, nacionalidad. La extensión universal de la invitación, por otra parte, permite entrever que la acción de las tinieblas es también universal, ha cubierto el mundo entero. El proyecto de Dios es que el hombre obtenga la filiación divina, pero esto, para las autoridades religiosas, es un crimen que se castiga con la muerte.
El evangelista deja claro que la tarea de Juan no es la de ser portador de la luz, sino solo testigo. Era esta una clarificación necesaria, porque algunos círculos consideraban que Juan era el Mesías.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre...
De nuevo encontramos el tema de la luz. El evangelista manifiesta que Jesús, con su radicalidad, elimina las instituciones sacras del AT y las sustituye con su persona. Lo que da vida a la persona no es la observancia de una ley, sino el hacerse pan para los otros, como hizo Jesús.
A pesar de la acción negativa de las tinieblas, Dios consigue que llegue a cada hombre el aliciente de la plenitud de vida que la ley intenta sofocar. Por muy densas que puedan ser las tinieblas, el amor de Dios se las arregla siempre para alcanzar y tocar el corazón de cada ser humano.

La gran novedad que irrumpe con Jesús en la historia de la humanidad está en un Dios que se abaja hacia el hombre a fin de elevar al hombre hasta su misma altura. Entonces, si Dios se expresa en el servicio, se deduce que todos aquellos que dominan, o que anhelan dominar, o que aceptan ser dominados, serán completamente refractarios a este Dios.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Consecuencia trágica del desconocimiento de Dios será el rechazo del proyecto que llevaba a la plenitud de la vida. Y esto, por parte de quienes tendrían que haberlo acogido, es decir, los suyos. Con este término, suyos, el evangelista indica la familia de Jesús, sus paisanos y todo el pueblo de Israel. Todos lo han despreciado. Juan recrimina la falta de acogida por parte de los contemporáneos de Jesús, pero, al mismo tiempo, lanza un mensaje para la comunidad de los creyentes de todos los tiempos: Dios se manifiesta de un modo siempre nuevo. Pero en el ámbito religioso, en el cual manda la tradición, las personas son reacias a aceptar e incapaces de reconocer la novedad. Cuenta solo lo que siempre se ha hecho y cómo se ha hecho.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Llegamos al versículo central. A pesar del rechazo de parte de la familia de Jesús y del pueblo de Israel, ha habido también una respuesta positiva, fuera del pueblo de Israel. Juan está pensando aquí en los samaritanos, en los heréticos, en los paganos que han reconocido y acogido a Jesús.
Acoger a Dios supone estar dispuestos a cambiar la idea que uno tiene de la divinidad, para adaptarla a la imagen que se contempla en Jesús. La búsqueda de Dios es una empresa vana y confusa en la medida en que es vana y abstracta la imagen de Dios objeto de dicha búsqueda: un Dios que, dice la Biblia, nadie ha visto nunca. La acogida que Jesús proclama es, al contrario, inmediata y concreta.

... les dio poder para ser Hijo de Dios es quien orienta su existencia al servicio de los demás. Cuanto más damos, más se enriquece nuestra existencia. Donarse al otro no hace que la persona disminuya, la ayuda a crecer. Porque Jesús se donó sin reservas, obtuvo la vida completa.
·           … a los que creen en su nombre. Creer, en el evangelio de Juan, significa conectar con alguien, en este caso, a Jesús y a su mensaje; en su nombre supone la identificación con el Señor. Se convierte en hijos de Dios mediante la opción personal por Jesús. Pero es necesario tener en cuenta que esto no se realiza de una vez para siempre.

Bajando al terreno de lo concreto, ser hijos de Dios supone renunciar radicalmente a tres ambiciones, decir un no firme a tres verbos peligrosos: poseer, escalar, mandar, los cuales desde siempre suscitan en el hombre reacciones de rivalidad, odio y violencia. Renunciando a la mentalidad que estos tres verbos transmiten, se colabora con Jesús en la construcción del Reino de Dios. En esa sociedad distinta en que cada ser humano puede vivir libre y feliz, dando la espalda a los falsos valores como el dinero, la ambición, la riqueza, para sustituirlos con el compartir y con el servicio. He aquí la definición del hijo de Dios: aquél que está siempre dispuesto a compartir lo que es y lo que tiene con los demás, la persona que ha orientado su existencia al servicio del prójimo.

Jesús no reclama adhesión a determinadas verdades teológicas. Invita a optar por él como persona. Aquí, el evangelista supera la teología del AT. En el libro del Génesis se lee que: Dios creó a los hombres a su imagen y semejanza. La creación es, pues, una obra externa a Dios, que Dios cumple. Juan, en cambio, afirma que las personas han sido generadas de Dios; se trata de una generación que parte de lo más íntimo, de la interioridad de Dios.
Con estas palabras, el evangelista subraya aquí dos tipos de nacimiento: el humano y el divino.
·           En Jn 3,3 afirma: El que no nazca (vuelva a nacer) de lo alto, no puede ver el Reino de Dios. De lo alto es una expresión que indica la procedencia divina. Si uno no cambia completamente la orientación de la propia existencia, y la orienta en Dios, no ve el Reino de Dios. Por tanto, la primera fase consiste en orientar la existencia colocando en el centro de la misma, como valor absoluto, el bien de los hombres.
·           El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios 3,5. Primero se divisa el Reino, después se penetra en el mismo. Nacer de agua y de Espíritu significa el bautismo en el Espíritu Santo: dejarse empapar, quedar sumergidos completamente en el amor de Dios, para traducirlo luego en conductas y prácticas de amor.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros...
El evangelista emplea el término carne porque es una palabra que indica de modo más evidente la debilidad de la humanidad. El proyecto divino se realiza en la debilidad de la existencia humana de Jesús, no en la potencia desbordante de un “super hombre”. La plenitud de la vida de Dios brilla en un hombre de carne y hueso, en la debilidad de la condición humana: se trata de una persona visible, accesible, palpable.
Toda la acción creadora de Dios, sin ninguna excepción, converge en este único punto: que el hombre alcance la condición divina, y esto se ha realizado en Jesús. Jesús es el hombre en plenitud, el modelo de hombre, aquél que –habiendo realizado en plenitud su propia humanidad- alcanza la condición divina.
·           ... y habitó entre nosotros. Sería mejor traducir por: Puso su tienda -acampó- entre nosotros. Juan está usando la imagen de la tienda porque en el AT, Dios pidió a Moisés que le hiciera una tienda en la que él pudiera caminar junto al pueblo. La tienda es figura de la manifestación visible de la santidad y del poder divino Éx 40,34-35. Ahora, escribe el evangelista una novedad radical: la tienda de Dios, el lugar donde el Señor habita entre los seres humanos y muestra su gloria, es un hombre. Un hombre mortal, un hombre débil en quien se manifiesta la plenitud de la gloria de Dios.

·           … y hemos contemplado su gloria. Viene a decir: en esta tienda en la que ha acampado este “proyecto” de Dios, en esta palabra, se ha manifestado la gloria, el esplendor de la presencia divina que manifestaba su santidad. Esta no está ya sujeta a un lugar material, resplandece en una persona que se puede tocar y ver, Jesús. Dios no guarda celosamente su gloria, la comunica a los hombres. El ser humano no tiene que merecerse el amor de Dios, puede acogerlo como un don gratuito que le es concedido. Y es precisamente aquí donde Jesús manifiesta su gloria.

·           … gloria como del Unigénito del Padre. La gloria que brilla en Jesús no es un simple reflejo de la de Dios, es la plenitud de la gloria del Padre. Este es un detalle muy importante, porque de ahí se deduce que Jesús no es como Dios, sino que Dios es como Jesús. Este es un punto de partida esencial para comprender todo el desarrollo del evangelio.


·           ... lleno de gracia y de verdad. Juan se remonta a la tradición del AT, donde se afirma que Dios es misericordioso y leal, rico de gracia y de fidelidad Sal 85. El adjetivo hebreo que significa rico, se puede traducir también por lleno. La plenitud del hijo consiste en el amor, y el término gracia indica un amor generoso que se traduce en don. Dios no dirige su amor a quien se lo merece, sino a quien lo necesita. El amor de Dios no nace de la necesidad del hombre, sino que la precede. Es un amor que precede a la misma creación y que no desea sino comunicarse a manos llenas. Así pues, lleno de gracia y de verdad significa el colmo de un amor que es fiel. Aunque el ser humano caiga en la infidelidad, el amor de Dios permanecerá siempre fiel, como Jesús es fiel a lo largo de todo el evangelio.

Juan da testimonio de él...
El evangelista, ahora, traslada al lector el testimonio de Juan el bautista. Juan niega que él sea el Cristo, el esposo de Israel. Jesús es quien debe fecundar a este pueblo.
Los momentos del amor que Dios comunica se suceden en un movimiento creciente y sin límites, excepto los límites que pone el ser humano. Jesús lo dice: Dios no da el Espíritu con medida, es decir, Dios concede su Espíritu -o sea, el amor- sin medida. El amor de Dios es ilimitado, los límites los ponemos nosotros.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
Con Jesús, ha finalizado para siempre la relación con Dios que se basaba en el cumplimiento riguroso de la ley. La gracia y la verdad, o sea, este amor fiel, nos han llegado por Jesucristo. En la Antigua Alianza, el creyente obedecía a Dios observando sus leyes. En la Nueva Alianza, el creyente es quien se asemeja al Padre a base de poner en práctica un amor similar al suyo. ¿Cuál es la diferencia? Mientras que la infidelidad y la traición del hombre hacían nulo, abolían el pacto con Dios, ahora el amor fiel de Dios no admite ningún tipo de condicionamiento. Aunque el hombre no lo ame, Dios sigue amando al hombre. A pesar de la infidelidad del ser humano, Dios permanece fiel, porque el pecado del hombre no interrumpe la comunicación de amor por parte de Dios
.
A Dios nadie lo ha visto jamás...
El versículo conclusivo supone, en realidad, una invitación a leer el evangelio. El evangelista es categórico. El Hijo único que es Dios y está en el seno del Padre, es él quien nos lo ha revelado. Expresándose así, el evangelista relativiza la importancia de todas las afirmaciones contenidas en el AT, todo cuanto enseñan Moisés, Elías y otros.
Aparece ahora por primera vez en el prólogo y en el evangelio la definición de Dios como Padre, que es necesario entender según la cultura de la época. En la lengua hebrea no existe el término “progenitores”. Existe un padre y una madre, con funciones completamente diferentes. El padre es quien genera al hijo, la madre, una especie de incubadora que recibe el semen del hombre, lo hace desarrollar y, luego, lo trae al mundo. Hoy sabemos que en el hijo están combinados elementos tanto del padre como de la madre, pero en aquella época esto no era evidente. Por ello, afirmando que Dios es Padre, el evangelista pretende decir que recibimos la vida solo de él. Esta frase constituye la conclusión del prólogo, así como el inicio a la lectura del evangelio.

Como conclusión podemos afirmar que el único modo de conocer a Dios es conocer a Jesús, y en este momento, se nos abren las páginas del evangelio. En las mismas, encontramos un rasgo que se repite constantemente, un rasgo característico de Jesús y, por tanto, también de Dios: nos encontramos con un Dios enamorado de los hombres, un Dios que se coloca siempre a favor de ellos, un Dios que comunica vida y, sobre todo, un Dios que se pone al servicio de los hombres para lavarles los pies.


[1] Para no hacer demasiado rocoso el comentario, lo hemos ido dividiendo a través de algunos versículos que nos van sirviendo de indicadores de por dónde va el texto y el comentario.

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