jueves, 27 de diciembre de 2018

TIEMPO DE NAVIDAD

SÁBADO, 29 DE DICIEMBRE


Lucas 2,22-35
22 Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor 23 (de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”) 24 y para entregar la oblación (como dice la ley del Señor. “Un par de tórtolas o dos pichones”).
25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él.
26 Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor 27 Impulsado por el Espíritu Santo, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres (para cumplir con él lo previsto por la ley) ,28 Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
29“Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz;
30 porque mis ojos han visto a tu Salvador,
31 a quien has presentado ante todos los pueblos:
32 luz para alumbrar a las naciones,
y gloria de tu pueblo, Israel”.
33 José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño.
34 Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: -Mira: Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida; así quedará clara la actitud de muchos corazones. 35 Y a ti, una espada te traspasará el alma.

1.    COMENTARIO
Mediante la primera pareja, Zacarías/Isabel, Lucas ha querido describir la situación religiosa de Israel, vista desde la perspectiva de los responsables de mantener la alianza que Dios había hecho con Abrahán y que había renovado por medio de los profetas (Judea/ sacerdote/ santuario). A pesar de la completa y humanamente insalvable esterilidad de la religión judía, Dios, fiel a sus compromisos, ha intervenido en la historia de su pueblo para que diera un fruto, el fruto más preciado que podía dar la religiosidad judía: Juan, asceta y profeta.
Lucas se ha servido de una segunda pareja todavía no plenamente constituida, María y José, para enmarcar el nacimiento del Hijo de Dios en la historia de la humanidad. A pesar de que María estaba solo desposada con José y de que todavía no convivían juntos, fruto de la íntima colaboración entre Dios y una muchacha del pueblo, en representación esta del Israel fiel, pronto para el servicio solícito hacia los demás, pero sin gran arraigo religioso (Nazaret/Galilea), ha tenido un hijo: Jesús, el Mesías de Israel y Señor de toda la humanidad.

Ahora Lucas quiere completar la descripción con una tercera pareja, Simeón y Ana, cuyo único lazo de unión es el hecho de confluir en el templo en el preciso instante en que van a presentar a Jesús; ambos son profundamente religiosos. A través de estos dos personajes, presentados como profetas, Lucas reúne en el momento de la presentación de Jesús en el templo las dos líneas que había trazado en los cánticos de Zacarías y de María.

A los 40 días si era un niño y a los 80 si era una niña, la madre debía presentarse en el templo para purificarse, tenía que ofrecer un cordero o, si no llegaba por ser pobre, dos tórtolas o dos pichones Lev 12, 1ss. La presencia del niño no era necesaria en la purificación de la madre. Para el rescate (resulta curioso que el que viene a rescatar es rescatado) del primogénito no había que llevarle al templo. Y de hecho nadie lo llevaba, bastaba con pagar 5 siclos de plata, moneda del santuario. Pero Lucas no dice nada de que María y José pagaran con monedas. ¿No será que el rescatado no necesita rescate?

José y María se dirigen al templo de Jerusalén para hacer la ofrenda al Señor. Es la idea de la religión: las personas tienen que ofrecer para ser gratas a Dios, es la idea que Jesús destruirá. En el evangelio de Juan, Jesús entra en el templo y expulsa a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas. Pero después dirige su ira solamente hacia los vendedores de palomas. Solo a ellos les dice que no conviertan la casa de su padre en un lugar de comercio, en un mercado. Jesús les increpa airadamente porque las palomas eran la ofrenda que los más pobres podían ofrecer al Señor, para obtener su beneplácito. De este modo, quedaba prostituido el amor de Dios: el amor de Dios se obtenía pagando, y Jesús esto no lo podía tolerar. No puede admitir que se venda el amor de Dios.
María y José tendrán que recorrer aun un largo camino para acoger plenamente la novedad de Jesús, porque son hijos de su tiempo, herederos de sus tradiciones religiosas. Sin embargo, mientras que la ley los empuja hacia el templo, otra fuerza los impulsa en la dirección opuesta: es el Espíritu Santo. El Espíritu y la ley no se pueden soportar, uno exige la eliminación del otro.

Pues bien, he aquí que en medio del rito, en medio del templo, de la triple mención a la Ley v.22.23.24 aparece la triple mención del Espíritu Santo v.25.26.27 en torno a un nuevo personaje, Simeón, cuyo nombre quiere decir “Dios escucha siempre”, y esto no es casualidad.
Este personaje, igual que su correspondiente femenino, Ana, son laicos y representan al pueblo que está en el atrio (en la entrada, no dentro del templo, el lugar de los sacerdotes), tienen esperanza y tienen Espíritu Santo.
Simeón, “Dios escucha siempre”, es un laico que haciendo honor a su nombre mantiene viva la esperanza y éticamente es justo con los hombres y piadoso con Dios. Quien es así, tiene el Espíritu de Dios, lo mueve el Espíritu y va al templo movido por él, con la esperanza viva y con su ética horizontal (justicia hacia los demás) y vertical (piedad hacia Dios) en perfecto ejercicio. Y todo aquel que acude con estos presupuestos al templo, descubre al niño, el nuevo Dios, como los pastores (representantes del pueblo que no tenía acceso al templo), lo descubren en casa. Simeón y los pastores son parejos y representan, respectivamente, al pueblo excluido y al pueblo no-excluido.

Es inevitable que entre el profeta Simeón, movido por el Espíritu Santo, y los padres observantes de ritos inútiles, se produzca un “choque”, expresado en gestos y palabras. Simeón les quita el niño de sus brazos y pronuncia unas palabras que les dejan pasmados, causan estupor porque este niño no ha venido solo para Israel, sino que será la Luz de todas las naciones.

29-32 "Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz;
30 porque mis ojos han visto a tu Salvador,
31 a quien has presentado ante todos los pueblos:
32 luz para alumbrar a las naciones,
y gloria de tu pueblo, Israel”.
El himno contenido en los vv.29-32 nos recuerda que el que vive en las actitudes de Simeón (esperanza inquebrantable en que Dios escucha, justicia para con los demás y piedad para con Dios) en el punto y seguido de su vida (la muerte) le espera un encuentro con su Señor. Un encuentro que supone que no es tanto que estoy en las manos de Dios, pues siempre estamos, cuanto “la experiencia de que él está en las nuestras”, en nuestras manos, es decir, descubrir que él está a nuestro alcance.

La salvación no es tanto que Dios me abraza cuanto que yo lo abrazo y ya no lo suelto. Pues de Simeón, el texto no dice que se lo devolvió a los brazos de María y de José, cosa que se hará históricamente, ya que como este es un texto catequético se silencia. Por esto, para un auténtico creyente, la muerte es dulce y amorosa, porque es llegar a la paz total a través de caer en la cuenta que tienes la salvación contigo, en tus brazos. El momento de la paz total y plena solo la viviremos en el punto y seguido de nuestra existencia terrena. La Iglesia nos pone este himno en la liturgia de Completas (oración de la noche), previa al sueño, que es una imagen de la muerte, como el sueño es dulce y la cama amorosa, la muerte también.

¿A quién se llama Simeón? A quien está firmemente anclado en que “Dios escucha siempre”, y Dios no le defrauda. A quien es como Simeón, descubrirá y tendrá en su vida muchos momentos. Ahora con los que comienza el himno, será intemporal. Ahora Simeón no puede hacer otra cosa que cantar al entrar en contacto con el niño, porque llegado el momento de su muerte, descubre que esta no existe porque en ese momento descubre al que es la Vida entre sus brazos y, por eso, le inunda la paz en ese momento que es cuando ve y palpa la luz, la salvación, por tanto al Salvador.  
Todo esto se conseguirá al final de la catequesis del evangelio, con la entrega total (pasión, muerte y resurrección) pero ya está presente desde el principio, porque en Dios no hay tiempo. Lucas, que es exponente de la maduración que experimentó el primitivo pensamiento cristiano, es el que ha llegado a comprender que los efectos del acontecimiento de Cristo no son fruto del desenlace final (la cruz), sino que ya están presentes en los mismos comienzos de su existencia terrena. En definitiva, menos cruz y más gozo, o, al menos, tanto gozo como cruz.

A María y José todo esto les viene del revés de lo que les habían enseñado de pequeños en las catequesis en sus sinagogas. Les habían dicho que la luz del Señor brillaría sobre Jerusalén y que las naciones tendrían que ir a su luz, hacerse judíos, someterse al judaísmo. Y ahora Simeón dice que las naciones, no solo no van a ser arrasadas sino iluminadas, y que, al contrario, es en Israel donde esto va a ser piedra de tropiezo y ruina para algunos está puesto en Israel para que unos caigan y otros se levanten 2,34.
José y María no entienden, pero no hay tiempo ni siquiera para no-entender. La fe no consiste en confiar a pesar de no comprender, sino en acoger, aceptar incondicionalmente, es decir, no entiendo pero no rechazo, confío y espero que al final del proceso (como Simeón que está al final de su vida) vea y comprenderé. Como tantas veces nos sucede con las personas, con nosotros mismos, también ocurre en el camino de la fe.        

El himno de Simeón es interrumpido por el asombro/admiración de María y José, seguido de una profecía concretada en María que es un añadido al himno propiamente dicho.
Esta profecía hace referencia a una espada, veamos una traducción alternativa a la anterior: “Y a ti, tus anhelos personales, te los truncará una espada”. Siempre se ha interpretado esa espada como una figuración de la Madre dolorosa traspasada por el dolor de ver a su hijo crucificado y traspasado por la lanza…Pero no es ese el sentido de la espada en Lucas.
Para empezar, la presencia de María junto a la cruz no aparece en Lucas, es exclusiva de Juan, así como lo de la lanzada, también es exclusiva de Juan. Por el uso y contexto que se hace del término espada en el NT, se puede decir que la espada a la que aquí hace referencia el anciano Simeón es figura e imagen de la palabra de Dios y de lo incisiva que es esta palabra. En la carta a los Hebreos 4,12 se dice que la palabra de Dios es viva y eficaz, espada de dos filos que penetra hasta la unión del alma y espíritu, de órganos y médula que juzga sentimientos y pensamientos. Luego, esta espada que atraviesa a María es la palabra de Dios que no dejará de llevarla de sobresalto en sobresalto. El Dios auténtico siempre es sorpresivo.
Por tanto, la imagen de la espada que atraviesa a María nos habla de las angustiosas dificultades que ella misma va a experimentar para comprender la palabra de Dios y obedecerla aun cuando no coincide con lo aprendido hasta ahora. Es la palabra de Jesús la que constantemente le va atravesar el alma y la vida, invitándole a hacer una elección radical aún sin comprender (ese es el modelo de fe).
Las primeras palabras que pronuncie su hijo, Lc 2,50, son motivo de disgusto e incomprensión. Cuando Jesús por primera vez abre la boca Lc 2,49 es para reprocharle su ignorancia, la espada continúa atravesándole. No comprende, pero no rechaza. La palabra tiene que seguir traspasándola hasta convertirla de madre en discípula. Y la espada seguirá traspasándola cuando oye, que por su mensaje y actividad, la gente deja de ir con él Lc 7,5, que los escribas lo tachan de blasfemo y endemoniado, que entre sus seguidores van pecadores y prostitutas, come con recaudadores y descreídos. Y cuando la familia va a por él porque creen que ha perdido el juicio, María escucha aquello de mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra y la cumplen Lc 3,33-34. María ha de elegir y comprender que la intimidad con Jesús no está garantizada por ser su madre sino por convertirse en discípula.

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