ORAR DESDE EL FRACASO
Camino
de Jerusalén, del fracaso total,
se
encoge el alma y se hace preciso orar,
subir
a la montaña, entrar en la esfera de divino
para
sentir la bondad del Padre que acompaña,
engendra,
da vida, impulsa a la entrega.
Subes
con tres de tus discípulos,
pero
subes solo.
Suben
contigo, pero no te entienden.
Esperan
un Mesías todopoderoso.
Un
Mesías así no puede fracasar.
Además
lo afirma la Escritura, la tradición de nuestros padres,
nuestras
creencias y nuestras expectativas.
De
pronto aparecen Elías y Moisés.
Estáis
hablando de tu éxodo,
de
tu proceso y camino que conduce de la esclavitud a la libertad,
pasando
por el fracaso.
En
el horizonte aparece la cruz, la traición, la injusticia suprema,
también
la resurrección, pero no como gloriosa,
sino
como parte del proceso.
De
momento no hay gloria,
no
hay espectacularidad, no hay éxito.
Los
discípulos siguen sin enterarse.
No
entienden, pero tampoco abandonan.
No
comprenden, están obsesionados con el poder,
con
la omnipotencia, con el triunfo… por eso duermen,
y
cuando despiertan es para verse deslumbrados
por
lo que aparentemente suponía la gloria.
Nunca
se han interesado por tu suerte
pues
no coincidía con sus intereses.
Están
sordos…
No
se han enterado, ni ellos ni nosotros,
que
tú eres el único interprete de la Escritura.
Ni
Moisés, ni Elías, ni Pablo, ni Juan, ni Pedro…
solo
tú eres la Referencia fundamental del hombre y de Dios.
Al
final estabas solo. Presientes el
fracaso.
Humanamente
no hay solución,
divinamente
tampoco, pues podías haber actuado desde la omnipotencia de Dios,
y
no lo has hecho,
no
tienes fuerza ni poder para derrotar a los poderosos.
Tu
camino es estrecho,
no
es espectacular.
Es
un camino impresentable: el de la impotencia de Dios.
Por
eso, estás solo,
porque
has optado por el no-poder,
por
la debilidad.
¿Es
el fracaso el camino?
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