domingo, 3 de marzo de 2019

SEMANA VIII. TIEMPO ORDINARIO

LUNES, 4 DE MARZO

Marcos 10,17-27
17Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante Él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? 18Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. 19Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. 20Él replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud. 21Jesús se lo quedó mirando, lo amó y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme. 22A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico. 23Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil les será entrar en el Reino de Dios a los que tienen riquezas! 24Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió: Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! 25Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios. 26Ellos se espantaron y comentaban: Entonces, ¿quién puede salvarse? 27Jesús se les quedó mirando y les dijo: Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.

COMENTARIO
17Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante Él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? 18Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios.
Un hombre angustiado, se arrodilló ante Él, busca solución para un problema crucial: cómo evitar que la muerte sea el final de todo, qué hacer para tener vida después de la muerte. Reconoce en Jesús un saber superior, maestro bueno, y cree que no puede resolver su problema y calmar su angustia. Jesús le responde que no es necesario consultarle a él, pues en esta cuestión, los judíos han tenido los mejores maestros: Dios.

19Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
De los diez mandamientos, Jesús omite los tres primeros, que se refieren a Dios; le recuerda solamente los éticos, los que se refieren al prójimo, que son independientes de todo contexto religioso. Marcos añade no estafarás, es decir, no privar a otro de lo que se le debe. Son mandamientos negativos, prohíben cometer ciertas injusticias con el prójimo. En último lugar, invirtiendo el orden, menciona el cuarto mandamiento, honra a tu padre y a tu madre, insinuando con ello que la obligación para con la familia no es  pretexto para eximirse de la obli­gación para con la humanidad. La condición mínima para superar la muerte es, pues, no ser personalmente injusto con los demás.

20Él replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud.
Él declara que siempre ha sido fiel a esos mandamientos. Esto hace ver que Marcos describe aquí una figura ideal, el perfecto judío, para crear el contraste con las exigencias del mensaje de Jesús. Él, no tiene nombre. Puede ser cualquier hombre o mujer de cualquier tiempo. 

 21Jesús se lo quedó mirando, lo amó y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme.
Jesús mostró su amor invitándolo a seguirlo, incorporándose al grupo de discípulos, y le expone otra manera de ver la vida: una cosa te falta; la persona está preocupada por el más allá. Esto no basta para su desarrollo como persona. El seguimiento de Jesús no se puede plantear en términos de ‘cumplimientos de mínimos’ o de ‘proyectos morales’. Jesús da un paso más adelante, que no pide la Ley: ponte en camino, sígueme.  Jesús no pide “cosas”, sino la entrega total, haciéndose último y servidor de todos (Mc 9,35), y para ello tiene que abandonar sus riquezas, porque era muy rico. Así contribuirá a crear en este mundo una sociedad nueva, el Reino de Dios, donde reine la justicia y el ser humano encuentre su plenitud.
Aunque personalmente no es injusto, este hombre está implicado, por su riqueza, en la injusticia de la sociedad. La ética pro­puesta en los mandamientos de Moisés no elimina la desigualdad ni lleva a una sociedad verdaderamente justa. Para todo seguidor de Cristo es preciso tomar la decisión de eli­minar, en cuanto esté de su parte, la injusticia. Para ello ha de renunciar a la acumulación de bienes, lo que tienes, que crea la pobreza de otros, la desigualdad y la dependencia humillante; dáselo a los a los pobres, repa­ra a nivel personal esa injusticia.
Por otra parte, la acumulación de bienes proporciona una seguridad en el plano material, pero, al ser injusta, impide el desarrollo humano; la verdadera riqueza y la seguridad definitiva se encuentran solo en Dios, así tendrás un tesoro en el cielo, que actúa a través de la solidaridad y el amor mutuo de la comunidad de Jesús, y garantiza el desarrollo personal.

22A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
El hombre, por su apego a la riqueza, no acoge la invitación de Jesús. Su amor a los demás es relativo, no llega al nivel necesario para un cristiano. No está dispuesto a trabajar por un cambio social, por una sociedad justa; la antigua le basta. Prefiere el dinero al bien del hombre.

23Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil les será entrar en el Reino de Dios a los que tienen riquezas!
Jesús resume lo sucedido con el rico y resalta el obstáculo que consti­tuye la riqueza para formar parte del Reino, es decir, de la sociedad nueva. Aquí aparece la diferencia entre la vida eterna/vida definitiva, a la que aspira­ba el rico y que puede alcanzar si evita la injusticia, y el Reino de Dios, en el cual no entra. En concreto, es la comunidad de Jesús.

24Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió: Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! 25Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios.
Las palabras de Jesús siembran la sorpresa entre los discípulos: ellos piensan que en el Reino de Dios continúan exis­tiendo la riqueza individual y la dependencia que esta crea. Jesús no se retracta, sino que insiste en la misma idea, a los que tienen riquezas/ a los que confían en la riqueza. Jesús se refiere al rico no solo por tener riquezas, sino que, además, confía en ellas, cree que son el único medio de asegurar la propia existencia.
Con una frase exagerada, más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja (de las de coser), acentúa la práctica imposibilidad de que un rico renuncie a la seguridad que le da su rique­za para contribuir a la creación de una sociedad nueva, el Reino de Dios. O se cambia la mentalidad o no hay Reino.

26Ellos se espantaron y comentaban: Entonces, ¿quién puede salvarse?
Los discípulos no se explican la propuesta de Jesús. Se preguntan si es posible la subsistencia del grupo sin el apoyo de la riqueza material de algunos de sus miembros (Salvarse, quiere decir subsistir, sobrevivir). 

27Jesús se les quedó mirando y les dijo: Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.
Jesús les da la respuesta. Los discípulos miran la cuestión desde el punto de vista puramente humano y la juzgan según la experiencia de su sociedad: en ese planteamiento no hay más solución que la riqueza para el problema de la subsistencia. Pero esta es también posible de otro modo alternativo: con la solidaridad que produce el Reinado de Dios.




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