lunes, 22 de abril de 2019

PASCUA I SEMANA

MIÉRCOLES, 25 DE ABRIL

Lucas 24,13-35
13Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; 14iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. 15Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. 16Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. 17El les dijo: ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Ellos se detuvieron con aire entristecido.
18Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?
19Él les dijo: ¿Qué? Ellos le contestaron: Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; 20cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. 21Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió.
22Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, 23y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. 24Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.

25Entonces él les dijo: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! 26¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? 27Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.

28Llegaron cerca de la aldea adónde iban y él simuló que iba a seguir caminando; 29pero ellos lo apremiaron, diciendo: Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída. Y entró para quedarse con ellos. 30Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
 31A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. 32Y se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? 33Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, 34que estaban diciendo: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. 35Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

COMENTARIO
Aparecen dos hombres con aire entristecido que se alejan del sitio donde está la luz, donde ha amanecido. Ellos van camino del atardecer. Dos hombres van camino de la tiniebla, con el semblante triste. Cuando el discípulo/ser humano no va a la Palabra, la Palabra viene a él y le llena de luz y des-anda el camino. En la nueva creación, en el mundo de la resurrección, no hay tiempo, todo sucede aquel mismo día, que se prolonga para siempre. Es el primer día, el único día, el día eterno.

Es curioso el nombre de la aldea a la que se dirigen Emaús, que quiere decir “pueblo repulsivo, feo, horroroso”. Todo el que abandona el lugar de la entrega, Jerusalén, porque no la entienden y han quedado frustrados en sus expectativas, comienza una cuesta abajo hacia un “pueblo horrible”.

Aquellos caminantes no creen que la salvación y la vida puedan venir por el camino de la entrega total hasta la muerte. La muerte del que creían su Salvador les resulta repulsivo. Les pasa a ellos y nos pasa a todos. Lucas está narrando su historia y la nuestra en tantos momentos de la vida. Expresa, gracias a un lenguaje simbólico-universal, la realidad por la que todos pasamos muchas veces en el camino de la vida. Nos muestra el modo con que podemos remontar el vuelo y tener otra visión, gracias al encuentro con el resucitado.

Su palabra no es armónica, no les calienta el corazón, sino que lo enfría. Discuten porque no lo tienen claro, y no lo tienen claro porque no “ven” y ¡eso que es de día! En cambio, después de cenar, en plena noche física, “ven” perfectamente y se vuelven a Jerusalén.
Van tan ciegos por dentro que no reconocen al Resucitado y eso que se pone a caminar con ellos.

Jesús está en todos los caminos del ser humano, también en los de la desilusión y la desesperanza. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo, eran incapaces de situarse a la altura de la Resurrección. Se requiere que Dios mismo intervenga, desde dentro, con su palabra y, desde fuera, con los signos (Eucaristía). De otro modo, se requiere, por una parte, el acercamiento de Dios, está asegurado, y, por otra, que el ser humano tenga ganas de ser iluminado y se deje iluminar

Jesús comienza preguntando, mostrando interés por la situación del otro. No es una pregunta interesada, sino adecuada, dando la oportunidad para que el otro se exprese, manifieste su estado, su situación, sus emociones.

Apenas les interroga Jesús/Palabra, ellos se detienen. Se acaba el deterioro, la cuesta abajo, la des-armonía. Todavía tienen el aire entristecido. Se les pasará cuando vomiten el veneno de la frustración y la desesperanza; cuando se dejen calentar el corazón acogiendo la nueva visión de todo lo que trae la palabra. No basta con echar lo malo, sino que también hay que llenarse de lo bueno. Fruto de esta palabra, que calienta, ilumina y arde por dentro, nace el reconocimiento de necesitar luz. La noche se vuelve día.

Apenas resuena la palabra, se detienen. El texto ya no habla que volvieran a dar más pasos hacia el “pueblo horrible, feo, repulsivo”. Por cierto, también el nombre del pueblo desaparece. Nunca más en todo el relato vuelve a aparecer Emaús, pierde su nombre y se convierte en el pueblo/la aldea. Cualquier pueblo y el camino que lleva a Jesús se convierten en sitio donde podemos encontrarnos con el Resucitado.

Como sucede en todo el evangelio, en toda la Biblia, los nombres tienen su importancia. Cleofás viene de “klaio-pas” que quiere decir “el totalmente cerrado”, “el que se desmorona”. El nombre indica el ser de la persona. Uno de ellos se llama “desmoronado, hundido” por todo lo sucedido; todo su montaje, sus expectativas, sus deseos y esperanzas se han venido abajo con la muerte en la cruz del Maestro. Y esto le sucede por estar “totalmente cerrado” a comprender y aceptar que el camino de la Vida es el camino de la entrega. Pues, el “totalmente cerrado”, ciego e ignorante Cleofás está sorprendido de la ignorancia y ceguera del forastero. ¡Qué ironía! Está tan ciego que quiere informar a Jesús sobre Jesús. Mayor ceguera y cerrazón es imposible. No se da cuenta que el forastero lo sabe todo y él, que cree saberlo todo, no sabe nada. No se acuerda de las palabras de Jesús, no resuenan en él porque no les ha dejado sitio. Solo resuenan sus palabras desesperanzadas, por eso Jesús le deja que las escupa todas. Si recordase sus palabras se daría cuenta que cuando dos o más se reúnen en mi nombre, y estos están hablando de él, allí estoy yo en medio de ellos. Luego, el que acaba de aparecer en la conversación no es un forastero, ¡es Jesús!

¿Y el otro quién era? Cuando en los evangelios aparece un personaje anónimo es para que el lector ponga su nombre, se ponga en su lugar, se personifique. No hay que olvidar que estamos en una catequesis, no es un relato histórico.

¿Qué es lo que os hace discutir, lo que no entendéis? Y en su respuesta va a quedar claro qué es lo que no logran conciliar: por un lado, el Mesías esperado, que salvaría con poder al pueblo; por otro, el Mesías entregado, que ha muerto en la cruz, rechazado por Dios.

Estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Hemos esperado tres días y nada ha sucedido. Llevar tres días muerto, para los judíos, significaba la muerte definitiva. Lo que ellos consideran muerte, derrota definitiva, no es tal. No se han enterado que el tercer día, la definitividad de la muerte, su triunfo, no ha llegado. Estamos en el primer día, en la nueva creación, en la creación definitiva. El día de la muerte física es el primer día de la vida definitiva, plena.
La muerte, cualquier muerte, todas las muertes, no tienen nada de definitivo. Realmente lo que llamamos muerte física es el primer día de la nueva creación, porque es el día de la resurrección, el día en que Dios crea el cuerpo espiritual.

Por otro lado, vemos en esta narración como se puede tener toda la información sobre la Pascua y no creer. Una cosa es tener información y otra prestar adhesión. Y por otro, la adhesión requiere un proceso, más o menos, lento al que uno por cerrazón o pereza, o por cualquier otra causa, se niega a comenzar. ¿No era más lógico andar 100/200 metros hasta el sepulcro e iniciar el proceso de iluminación y encuentro, que no irse a 11 o 30 km, y seguir entristecidos? Era lo lógico, pero los hombres, a veces, tomamos el rodeo más ilógico y el camino más largo. Pero Él no abandona.

Los caminantes hablan que otros habían visto, indicando que se trata de una visión interior, espiritual, y de una presencia y experiencia continua. En la medida que Dios por medio de sus ángeles/mensajeros, símbolos de la Palabra de Dios, ilumina la búsqueda y “hace ver” que él está vivo, entonces, resulta que su ser, su persona, su cuerpo, no está en el sepulcro. Por tanto, todos los sepulcros están vacíos, no hay más que “sarx”/carne.

Entre las mujeres que han visto y estos dos que ni siquiera se han molestado en ir a “ver” al sepulcro, están algunos de los nuestros que han iniciado el proceso, se han puesto en camino ante el mensaje de las mujeres, pero todavía no han llegado a la visión, no lo vieron. Así se describe los diversos momentos del proceso de encuentro con el Resucitado en diferentes miembros de la comunidad. Aunque al final todos llegan al encuentro, las mujeres ya han llegado, lo han visto, los de Emaús van a “ver, se les va abrir los ojos. Cuando vuelvan a Jerusalén se van a encontrar con que los Once y los demás, ya han visto

El reproche de Jesús es inmediato, necios y torpes. Caminan sin luz en la cabeza y con un corazón lento. Ahora, las cosas van quedando un poquito más claras. No reconocer a Jesús no es una deficiencia de la vista, de los ojos de la cara, sino una enajenación de la inteligencia. No es con los ojos de la cara como se ve o como hay que aspirar a verlo, sino con los de dentro, con la visión profunda, con “los ojos de la fe”, con la “inteligencia de la fe”. Esa es la verdadera inteligencia, accesible a todos y, muchas veces, lo logran los más sencillos.

En el centro de esta escena, se encuentra la Escritura iluminándolos, creer lo que anunciaron los profetas. En el centro está la Sagrada Escritura, es decir, el Resucitado, la Palabra viva que hace mención a los profetas, resumen de la Escritura, dando una nueva Luz.  Se centra en la dificultad que los discípulos de todos los tiempos tenemos, ¿no era necesario que el Mesías padeciera esto y entrar así en su gloria?”. Nos es muy difícil conciliar que a la gloria se llegue por el fracaso, a la vida plena se llegue por la muerte física, la plenitud es consecuencia de la entrega.
Como los de Emaús, no sabemos conciliar esto y nos es muy difícil de comprender. Nuestra naturaleza, el corazón nos inclina a pensar y buscar exactamente lo contrario. Por eso creyendo que somos sabios, en realidad somos unos necios, como Cleofás. Por naturaleza, somos torpes y lentos de corazón, queremos guardarnos en vez de entregarnos. Sin embargo, lo real y natural, lo humano, es lo contrario. Lo inteligente es entregarse y hacerlo con rapidez de corazón, acostumbrando nuestra naturaleza e interioridad a eso. 

La Escritura requiere discernimiento y desarrollo de sentido, es texto vivo, no letra muerta. Es texto simbólico para que sea universal. Es catequesis que ilumina mi vida. Es teología que ilumina nuestra fe. La Escritura no se resume jamás, ni principalmente, en su sentido obvio y literal. Es un diamante con infinitos sentidos según sea el lector, el momento de su vida, las circunstancias concretas, el período de la historia en el que viva, etc.

Es el sentido y la explicación de la Palabra la que prepara el terreno para la manifestación del Resucitado. Así, mientras cae la tarde, mientras viene la tiniebla, la Sagrada Escritura empieza a iluminarlo todo. En la nueva Jerusalén ya no habrá noche con el Resucitado, con su resurrección comienza la nueva creación. Para el que se ha encontrado con el Resucitado siempre es de día, siempre hay luz, comprensión, fe.

El contacto con la Palabra les ha caldeado, les ha disuelto la amargura, la desesperanza y la cerrazón. Ahora, van a invitar a Jesús, se abren. Y entonces, desaparece el nombre del pueblo. Ya no se menciona, no hay “pueblo feo”, no hay destino horroroso cuando comienzan a descubrir que Él va con ellos. No hay una identificación clara, pero el corazón comienza a arder.
Los peregrinos apremian, insisten. No es conveniente seguir el camino de noche. La insistencia no es por Él, sino por ellos. El compañero de camino ha dado luz, pero quieren más. Les ha abierto un camino que plenifica, llena de sentido. Están en línea y coinciden plenamente con ese forastero al que curiosamente ni le preguntan el nombre, ni quien es, ni de dónde viene, ni a dónde va, cosa bastante inexplicable si el texto se entiende en sentido literal.

Para que la invitación sea válida y merezca tal nombre, en los usos orientales, ha de ser propiedad del que invita, van a su casa, no hay ninguna posada como la tradición nos ha canonizado a lo largo de la historia. Ya no vale que el compañero camine con ellos, quieren que entre en su casa, en ellos, y eso se cumplirá plenamente cuando en la fracción del pan lo “comulguen”. En ese momento será cuando desaparecerá, deja de ser visible el pan. Y ya no saldrá de allí más que dentro de ellos. El proceso es descubrirlo junto a nosotros, invitarlo a entrar en casa, salir de casa con él dentro.

Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.Que se trata de la Eucaristía es elemental, por el paralelo con la multiplicación de los panes (Lc 9, 12-17). En ambos relatos el día va de caída, Jesús realiza los mismos gestos: tomó pan, dio gracias, partió, dio. Y por el paralelo con la última cena (Lc 22, 7-13): allí, comenzaba la hora; aquí, llega a plenitud; allí, serán solo los Doce; aquí, son los de fuera; allí, seguían sin entender; aquí se les abren los ojos.
Una vez expulsada la amargura y llenos de la Palabra explicada, los que iban de camino comprenden el signo, la entrega. Lo que al principio parecía absurdo, horroroso, repugnante, ahora se dan cuenta que en el reverso de la entrega está la vida plena, la Resurrección.

Los ojos que se les abren, evidentemente, no son los de la cara. Esos han estado permanentemente abiertos, nadie ha dicho que fueran ciegos. Que se trata de un conocimiento interno y no de oftalmología externa, nos lo demuestra el verbo que viene lo reconocieron, lo entendieron, cayeron en la cuenta.
Cuando no le ven espiritualmente, Él está y camina con ellos. Cuando le descubren desde la fe, desaparece, ya no está junto a ellos sino dentro de ellos. Cuando no le percibimos, él está andando junto a nosotros. Cuando le percibimos y experimentamos con nosotros, sabemos que su compañía es espiritual, no se ve.

El Resucitado desparece exactamente cuándo “lo comulgan”. Se traslada al pan partido, dentro de nosotros y deja de ser visible. La presencia del Resucitado no es, ni fue, ni podemos esperar que sea, una aparición externa física, fuera de nosotros. Se trata de una presencia interna, espiritual, de fe, interna. De aquí la simultaneidad entre reconocimiento y desaparición. Al reconocer al Resucitado, interior y espiritualmente, entonces desaparece toda expectativa que esperábamos de lo externo. A su vez, quien espera lo externo tardará mucho más en descubrirlo de verdad porque en lo externo ni está ni puede estar. No se accede al Resucitado sin la renuncia a verlo y tocarlo en su materialidad corpórea, que no su Cuerpo Resucitado, transformado, espiritual. 

Del aire entristecido, al corazón ardiente. Este es el cambio que vive el discípulo que experimenta a Cristo resucitado. Cuando, por el camino de la vida, la Palabra ilumina el sentido de la entrega, o descubrimos que entrega y gloria van juntas, o que el totalmente entregado/crucificado, vive glorioso, en plenitud de vida y resucitado, entonces, solo entonces, el corazón queda liberado y ardiendo.

Levantándose, es decir, resucitando. El contacto con el Resucitado, los resucita. El verbo que pone Lucas es el verbo utilizado para describir al resucitado. El resucitado que acaba de desaparecer porque le han “comulgado” los convierte a ellos en testigos y portadores del Resucitado. Cristo resucitado y acogido es fuente de resurrección, de testimonio y de misión.
Ahora, han comprendido que no hay contradicción entre entrega total y recibir la gloria. Más aún, que el camino para llegar a la plenitud es la entrega. La única manera de no morir es entregarse. Por eso, cuando no tienen miedo a nada, ni a la noche/tiniebla, suben a Jerusalén. Solo se entrega totalmente quien descubre que la vida es indestructible, quien se encuentra con el Resucitado.

Se volvieron/regresaron a Jerusalén. Es el verbo de la conversión en Lucas. Regresan a la comunidad, comparten con ella y a Jesús ya le llaman Señor, título del Resucitado. Es interesante notar como a lo largo de este texto, Jesús va cambiando de nombre según avanza el texto: primero, Jesús Nazareno; después, profeta poderoso en obras y palabras; posteriormente, Cristo-Mesías sufriente; para terminar en la confesión de fe, Señor. Si después de la última cena hubo un camino hacia la entrega de Getsemaní, ahora, después de la cena, hay un camino hacia la gloria.

La señal es el gesto, al partir el pan, símbolo de la entrega.
El relato es una catequesis que habla del proceso de fe en Cristo Resucitado, del reconocimiento del Resucitado en el camino de la vida por medio de la Palabra, buen anuncio, y de la Eucaristía, donde se realiza la entrega.
Jesús no se ve físicamente. Vive en la dimensión de Dios, de vida plena, de Resurrección. Sin embargo, está siempre con nosotros, junto a nosotros o en nosotros, en todos los caminos. Que su presencia sea invisible físicamente no quiere decir que su ausencia física sea irremediable. Está en el semejante, en la Palabra, en el Pan. Estos tres lugares son visibles, sin la visibilidad posible del Resucitado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario