MARTES, 30 DE ABRIL
Juan 3,11-15
11En verdad, en verdad te digo:
Hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no
recibís nuestro testimonio. 12Si os hablo de las cosas terrenas y no
me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales?
13Nadie ha subido al cielo sino el
que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 14Lo mismo que Moisés elevó
la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, 15para
que todo el que cree en él tenga vida eterna.
COMENTARIO
Ayer dejábamos el evangelio en el
nuevo mensaje de Jesús: el nuevo nacimiento es obra de Dios, Nicodemo muestra su escepticismo, ¿cómo es posible...? Si ayer Jesús había
mostrado a Nicodemo que no creía en las posibilidades del hombre; ahora deja
ver que tampoco cree en el
amor de
Dios por el hombre. El diálogo es tenso.
11En verdad, en verdad te digo:
Hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no
recibís nuestro testimonio.
13Nadie ha subido al cielo sino el
que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 14Lo mismo que Moisés elevó
la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, 15para
que todo el que cree en él tenga vida eterna.
La cosa va muy en serio: en verdad….
Jesús habla en plural: hablamos de lo que
sabemos, damos testimonio,
amplían el sentido de la escena. Ya
no se trata sólo de la controversia de Jesús con
Nicodemo, incluye a la
comunidad del evangelista en su controversia con el fariseísmo de su tiempo. La
comunidad tiene experiencia inmediata de la acción del Espíritu y de
ella da testimonio.
Jesús vuelve al singular, si os hablo. Se dirige de nuevo a Nicodemo, representante del fariseísmo. Las
cosas terrenas son los contenidos
de la antigua Escritura, que
contenían ya la promesa de lo que Jesús anuncia: el cambio de la persona y la infusión
del Espíritu de Dios. Los fariseos, que escrutan
la Escritura, deberían estar al tanto de esas promesas, pero,
aferrados a la Ley, no las consideran. Lo del cielo es la nueva realidad
del Reino, explicada a continuación.
La entrevista acaba en un callejón
sin salida.
Jesús anuncia la verdadera
realidad del Mesías: es el Hijo del hombre y se
afirma que ha bajado del cielo. El evangelista
señala que la condición divina del Hijo del hombre no procede de su condición humana ni es resultado del desarrollo personal, sino que se
debe a
la plenitud del Espíritu
que ha recibido de lo alto (Jn 1,32: el Espíritu
que bajaba como paloma desde el
cielo).
El hombre no puede
alcanzar la plenitud si no
es en comunión con Dios, fuente de la vida.
Subir al cielo para quedarse será
la victoria, el
éxito de su misión.
Aparecen de este modo el punto inicial, bajar del cielo, y el final, subir al cielo, de la trayectoria del Hijo del hombre, del Hombre-Dios.
Se anuncia la exaltación
del Hijo del hombre, levantado en alto. El evangelista establece un paralelo
con Núm 21,8,
donde se cuenta que Moisés, ante una plaga de serpientes venenosas, fabricó
por indicación de Dios una serpiente de bronce y la levantó en un poste. Quien era mordido, al mirar a la serpiente alzada
quedaba curado o, según
la expresión hebrea, vivía, seguía vivo. Luego, ser levantado en altoindica una señal destinada a ser vista y mirada
(contemplada) y, al mismo tiempo, la localización de una fuerza salvadora, de
una fuente de vida. En el caso de la serpiente, se obtenía la vida física; en el
del Hijo del hombre, vida
eterna.
La expresión vida eterna, o definitiva, no significa solamente la salvación final, la vida después de la muerte,
sino al mismo tiempo una vida de calidad divina de que goza el hombre ya
durante su existencia mortal. Es la vida del Espíritu, nuevo principio vital que
se integra en el ser del hombre; por ser eterna, ni su existencia ni sus
frutos perecerán con la muerte.
Lo que salva a
los hombres de la muerte es fijar la mirada en el modelo de Hombre, es decir,
aspirar a la plenitud humana que resplandece en esa figura, que, levantada en alto, destacará sobre todos
y será atracción para la humanidad.
Por el momento,
el evangelista no menciona la muerte de
Jesús, sólo alude a ella en términos de
exaltación; prepara así al lector para que no vea en la cruz un suplicio
infamante, sino un hecho glorioso.
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