MIÉRCOLES, 1 DE MAYO
Juan 3,16-21
16
Porque tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él
no perezca, sino que tenga vida eterna. 17Porque Dios no envió a su
Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
18El que cree en él no será juzgado;
el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito
de Dios.
19Este es el juicio: que la luz vino
al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran
malas. 20Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca
a la luz, para no verse acusado por sus obras.21En cambio, el que
obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas
según Dios.
COMENTARIO
La razón de todo el actuar de Jesús es el amor de Dios por la humanidad.
Subraya el texto hasta dónde ha llegado ese amor: Dios no se ha reservado para
sí a su Hijo único, sino que lo ha dado para que todo ser humano tenga plenitud de vida.
La expresión su Unigénito alude a la historia de Abrahán, que llegó a exponer a
la muerte a su hijo único o amado, Isaac (Gén 22,2).También Dios, por amor a la
humanidad, entrega al peligro de muerte a su Hijo único, para que todo ser
humano tenga plenitud de vida.
Creer en Jesús como a Hijo único o amado de Dios equivale a creer en las posibilidades del hombre,
viendo el horizonte que el amor de Dios abre al género
humano. Significa
aspirar a la plenitud que aparece en Jesús y ha sido hecha posible por él, modelo de los hijos
de Dios que nacen por su
medio.
La única condición tener éxito en la
vida es creer al Hijo, tener afecto a
lo más noble de la condición humana. Dios no quiere que los hombres perezcan, es decir, que acaben en la muerte, en fracaso. Dios no se
acerca al mundo en su Hijo para condenar
al mundo; no es
un Dios enfadado contra el género humano: es puro amor, pretende sólo salvar
mediante el Hijo, es decir, comunicar a los hombres plenitud de vida hasta
superar la muerte.
En consecuencia, no hay juicio por parte de Dios; él no juzga. Es el hombre mismo el
que, por su opción, determina su suerte. Quien opta por la vida que Dios ofrece en Jesús, tendrá
vida; quien rechaza la vida, firma su propia sentencia.
La Ley era norma de conducta. Ahora,
es el Hijo del hombre levantado en alto
el que expresa el amor hasta el fin. Él es la luz que penetra la tiniebla y
distingue actitudes. Su figura descubre la opción profunda del hombre; este
puede aceptar la luz-vida o rechazarla:
·
El que opta contra la vida-amor elige
la muerte. La
razón de la opción mala es que el que
obra el mal detesta la luz, es el modo de obrar de los opresores y
explotadores, de los causantes de muerte, de los que prefieren la tiniebla, que les
proporciona justificaciones ideológicas a su manera de proceder; detestan la luz, porque
no pueden soportar su denuncia. No son
doctrinas las que separan de Dios, sino conductas, sus obras.
·
El que obra la verdad se acerca a Jesús. No teme a la luz porque no
tiene nada de qué avergonzarse; aunque no lo supiera, su modo de obrar estaba
apoyado por Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario