JUEVES, 11 DE ABRIL
Juan 8,51-59
51En verdad, en verdad os digo: Quien guarda mi palabra no
verá la muerte para siempre. 52Los judíos le dijeron: Ahora vemos
claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices:
Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre? 53¿Eres
tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron,
¿por quién te tienes? 54Jesús contestó: Si yo me glorificara a mí
mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien
vosotros decís: Es nuestro Dios, 55aunque no lo conocéis. Yo sí lo
conozco, y si dijera No lo conozco sería, como vosotros, un embustero; pero yo
lo conozco y guardo su palabra. 56Abrahán, vuestro padre, saltaba de
gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría.
57Los judíos le dijeron: No tienes todavía cincuenta años,
¿y has visto a Abrahán? 58Jesús les dijo: En verdad, en verdad os
digo: Antes de que Abrahán existiera, yo soy. 59Entonces cogieron
piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.
COMENTARIO
Los
dirigentes llaman a Jesús samaritano
(excomulgado) loco, endemoniado.
Jesús
afirma que él no está loco. Está destruyendo la imagen
falsa de Dios, mostrando su verdadero rostro, reivindicando su buen nombre. No
le importa el concepto que tengan de él mismo, no busca su prestigio personal. Al contrario, a los que quieren matarlo quiere atraerlos a la
vida. Su pecado los lleva a la muerte. Jesús
les señala la manera de escapar de ella, quien guarda mi palabra, es decir, quien
actúa en favor del hombre, empujado por la fuerza del Espíritu. Esta es la
fuente de vida hasta el punto de excluir la muerte. La muerte física no interrumpe la vida ni es
destrucción.
Ellos no responden a la invitación, continúan
oponiéndose a Jesús. Piensan haber encontrado la prueba final de su locura. Han
muerto hasta los hombres más cercanos a Dios, Abrahán y los profetas, y
Jesús afirma que su mensaje dispensa de la muerte. Ellos, en cambio, la ven como una experiencia amarga, probar/gustar.
Sospechan que Jesús se pone por encima de Abrahán,
al que llaman de nuevo nuestro padre. Pero
recuerdan sólo su muerte, que murió, no que Abrahán fue el custodio de
una promesa. Para ellos es sólo un
pasado, no una esperanza.
También los profetas murieron. Los que anunciaban la
restauración, sobre cuyos escritos se había construido la esperanza mesiánica,
también murieron. Ni por parte de Abrahán ni de los profetas esperan nada para
el futuro.
Le preguntan de nuevo por su identidad, ahora con
tono escéptico. No llegan nunca a una conclusión propia (8,19.25), porque se
niegan a examinar los hechos.
Jesús no pretende demostrar sus títulos. Basta el amor/gloria del Padre que resplandece en
él. El Padre que
honra a Jesús es aquel al que ellos llaman su Dios,
y al oponerse a Jesús se oponen a él. Vuelve a mostrar que no tienen a Dios por Padre y que ni siquiera lo
conocen. Conocer a Dios significa practicar la justicia y el derecho (Jr
22,16; Os 4,1-2), y ellos nunca los han practicado. Imitan al padre asesino y mentiroso.
Se distancia de nuevo de los israelitas, Abrahán,
vuestro padre, no quiere exclusividad. No reconoce más Padre que Dios. Se
pensaba que, cuando Dios hizo alianza con Abrahán, le había revelado el lejano
futuro, que podía incluir los días del Mesías. Jesús es superior a Abrahán por ser el cumplimiento de la promesa que
Dios le hizo. Abrahán se alegró al ver este futuro, miraba con alegría el día
en que la bendición prometida se haría realidad. Ellos no, al contrario, se
enfurecen con Jesús; muestran de nuevo no ser hijos de Abrahán.
No entienden la alusión mesiánica y responden con
la ironía. A los cincuenta años
terminaba la vida activa. Cambian la perspectiva: Jesús les había dicho que
Abrahán había visto su día; ellos le preguntan si él había visto a
Abrahán.
Jesús responde con una declaración solemne, en verdad… No se detiene en la cuestión
que ellos plantean; su afirmación es más genérica y, como antes, toma pie de
las opiniones del tiempo sobre el Mesías. Se afirmaba que, desde antes de la creación
del mundo, Dios había concebido el proyecto de varias realidades futuras, entre
ellas Israel, la Ley y el Mesías. Jesús, el Mesías, fue desde siempre un
determinante de la historia, pues en él había de brillar la gloria/amor de Dios
y realizarse su proyecto.
No pueden tolerar aquella afirmación de Jesús, que
se hace superior a Abrahán. Los que buscaban su muerte se dan prisa en
ejecutarla: son hijos legítimos del asesino. Jesús vuelve a la
clandestinidad. Al salir Jesús, es la
misma gloria de Dios la que se aleja del templo, dejándolo vacío (Ez
10,18).
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