jueves, 11 de abril de 2019

SEMANA V DE CUARESMA

VIERNES, 11 DE ABRIL


Juan 10,31-42
31Los judíos agarraron de nuevo piedras para apedrearlo.
32Jesús les replicó: Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?
33Los judíos le contestaron: No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios.
34Jesús les replicó: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo os digo: Sois dioses? 35 Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, 36a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: ¡Blasfemas! Porque he dicho: Soy Hijo de Dios? 37Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, 38pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.
39 Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. 40Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí. 41Muchos acudieron a él y decían: Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad. 42Y muchos creyeron en él allí.

COMENTARIO
El relato comenzaba en la fiesta que celebraba la dedicación/ consagración del Templo construido por Herodes. La escena se desarrolla en la explanada del Templo. Jesús reivindica que ahora él es el verdadero templo. Se presenta como el buen Pastor (Jn 10). Jesús afirma su plena identificación con el Padre. Los judíos escandalizados, intentan apedrearlo.

Recurren a la violencia, con intención de matarlo, apedrearlo, son los mentirosos y homicidas (Jn 8,44).

Jesús les pregunta el motivo. Él no ha presentado más testimonio que sus obras; no tiene ninguna otra pretensión ni reclama ningún privilegio. Obras buenas son las que suprimen la indigencia, el dolor, la debilidad, las que hacen crecer al hombre llevándolo a ser adulto, libre y responsable.
Son obras que producen vida, según el designio creador.

Ya que no pueden impugnar las obras de Jesús, los dirigentes pretenden atacar la ortodoxia de sus palabras. Hablan de blasfemia. Para ellos, haber convertido la casa de Dios en un mercado explotar al pueblo y tenerlo moribundo, no importa, con tal de tener en los labios el nombre de Dios.
La expresión que ellos tachan de blasfemia describe exactamente el proyecto de Dios sobre el hombre, tú, siendo un hombre, te haces Dios. Este es el proyecto de Dios, justamente.

Jesús los rebate con su propia, vuestra, Ley. El término Ley designa a menudo el AT entero o cualquier parte de él y, de hecho, el pasaje que aduce Jesús pertenece al Sal 82,6: Yo declaro: Sois dioses e hijos del Altísimo todos». El apelativo dioses o seres divinos indica una particular semejanza con Dios; el salmo advierte a los príncipes que su condición los obligaba a ser como Dios en el impartir justicia (Proteged al desvalido y al huérfano, haced justicia al humilde y al necesitado; defended al pobre y al indigente, sacándolos de la mano del culpable»), Jesús, sin embargo, se distancia de nuevo de las instituciones de Israel porque la semejanza con
Dios no está en el ejercicio del poder, sino en la actividad del amor.

Al declarar Jes ser él el consagrado por el Padre está afirmando que toma el lugar del templo. El Mesías es, al mismo tiempo, el santuario donde brilla la gloria de Dios, su amor fiel.
La calidad del hombre se prueba por la de sus obras; Jesús demuestra ser enviado e Hijo de Dios con las obras que realiza. Ellos, en cambio, que son embusteros y asesinos no pueden de ningún modo representar a Dios.
De las obras de Jesús, ellos han de deducir la unidad entre Jesús y el Padre. Ambos tienen el mismo objetivo: dar vida en abundancia al hombre.

Al no poder responder a la argumentación de Jesús, intentan detenerlo. El poder no rectifica; al verse derrotado, apela a la violencia.
Jesús sale definitivamente del templo, el símbolo del sistema judío que rechaza al Mesías de forma irrevocable.

Se ha consumado la ruptura con esa institución (el paso al otro lado del Jordán, como Josué).
El evangelista sitúa a su comunidad fuera del país judío. Jesús realiza la segunda etapa de su éxodo.
El lugar donde Juan había estado bautizando al principio era Betania (1,28); que, por estar situado fuera del país judío, señalaba la ruptura con las instituciones de Israel. Jesús, a su vez, que ha dado fuerza, libertad y visión al pueblo, personificado en el inválido y el ciego, sitúa su comunidad, nueva tierra prometida, en ese lugar, fuera del país judío que lo rechaza.
La localización allí está en oposición a Jerusalén y al templo, donde han querido apedrearlo (v. 31) y prenderlo (v. 39). Para acoger a Jesús hay que pasar una frontera. Los que no salgan del territorio de Israel, es decir, los que no rompan con el sistema de injusticia, no creerán.

Muchos se asocian a su éxodo; son los que él ha hecho salir de la institución, los que han optado por él, frente a los que lo persiguen a muerte. Jesús va delante y ellos acuden adonde está él. La nueva comunidad empieza a existir.
Se insiste en el papel de Juan Bautista, precursor del Mesías. No hizo señales porque no era el realizador de la esperanza; sólo anunciaba a Jesús. Este ha cumplido enteramente lo que anunciaba Juan: está quitando el pecado del mundo, la sumisión a la tiniebla.
En Betania, fuera del territorio judío, muchos que han visto en la actividad de Jesús la manifestación del amor de Dios al hombre, reconocen por sus obras su calidad de Mesías y le dan su adhesión.
Crece la comunidad de Jesús y se insinúa su universalidad.

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