jueves, 11 de abril de 2019

SEMANA V DE CUARESMA

SÁBADO 13 DE ABRIL


Juan 11,45-46
45Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. 46 Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. 47Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: ¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. 48Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación.

Todo lo anterior a este versículo es la narración de la llamada “resurrección de Lázaro”.
La reacción natural ante el hecho era la fe en Jesús. La vida es la aspiración suprema del hombre.  Jesús
ha mostrado que él comunica la vida que vence a la misma muerte. De los que habían ido a ver a María, muchos se ponen de parte de Jesús, con quien ha amanecido la esperanza: la muerte no es la última palabra.

Por una parte, Jesús ha presentado a Lázaro vivo, haciendo ver el amor del Padre, pero, por otra, es la comunidad la que lo ha soltado y dejado marcharse; es decir, ha percibido la calidad de vida que ella misma posee y no se asusta ya ante la muerte.
Los incondicionales del orden injusto, los que no se rinden ante los hechos porque no desean la vida, dan la noticia a los fariseos, que controlan la situación. Que el hombre sea libre, sin miedo a la muerte, es para ellos un motivo de inquietud, pues esa actitud priva de eficacia a la violencia del sistema.

La muerte, concebida como extinción de la vida, es la expresión máxima de la debilidad humana, que incluye todas las demás debilidades y humillaciones. El miedo a la muerte como desaparición definitiva deja al hombre impotente ante la opresión y funda el poder de los opresores. Liberándolo de este miedo radical, Jesús hace al hombre radicalmente libre, dándole la capacidad de entrega generosa y total. Se aprecia en el episodio la dificultad que tienen los seres humanos para no concebir la muerte como destrucción. Incluso los que habían creído en Jesús se resisten a ver que es sólo el paso a la vida para siempre. No comprenden el alcance del amor de Dios: que ese amor no permite que el hombre caiga en el vacío, es decir, pierda la existencia ni por un momento, pues lo ha rescatado de la muerte al infundirle su propia vida, que es indestructible.

Estos versículos exponen la reacción de las autoridades, englobados en el Sanedrín. La supresión del miedo, la comunicación de vida y libertad al ser humano le resultan intolerable para el sistema de poder judío. Se convoca una reunión oficial en la que participan:
·         los sumos sacerdotes, poder religioso-político,
·         y los fariseos, representantes del influjo espiritual sobre el pueblo. Son los mismos dos grupos que ordenaron detener a Jesús en el templo (7,32.45).

Los reunidos comentan con pesimismo la situación. Nunca mencionan a Jesús por su nombre, este hombre. En la última controversia en el templo, cuando habían querido apedrear a Jesús porque, siendo un hombre, se hacía Dios, Jesús había apelado a sus obras (10,38); esas obras son las muchas señales a que ahora se refieren y que motivan su alarma.
Signo significa un hecho que apunta a una realidad superior, pero los que ostentan el poder se niegan a reconocer esa realidad. Se dan cuenta de que tales acciones no proceden de un hombre cualquiera, pero que puedan ser cosa de Dios no cuenta para ellos; lo que les importa es que las señales son liberadoras y ellos las ven como un peligro para su poder. Se preguntan que qué deben hacer. No será nada positivo; querrán contrarrestar la actividad de Jesús, impedir el plan creador de Dios.
Temen que, reconociendo las señales, el pueblo dé la adhesión a Jesús, adversario declarado del sistema que ellos representan. Esto significaría el fin de su propio dominio.


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