jueves, 11 de abril de 2019

SEMANA V DE CUARESMA

MARTES, 9 DE ABRIL


Juan 8,21-30
21De nuevo les dijo: Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros. 22Y los judíos comentaban: ¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: Donde yo voy no podéis venir vosotros? 23Y él les dijo: Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. 24Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados. 25Ellos le decían: ¿Quién eres tú?
Jesús les contestó: Lo que os estoy diciendo desde el principio. 26Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él.
27Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre.
28Y entonces dijo Jesús: Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. 29El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada.
30Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.

COMENTARIO
Los que tramaban y deseaban la muerte de Jesús reciben el aviso que son ellos los que están a punto de morir. El que permanece en el pecado (no reconocer a Jesús), morirá. En cambio, el que se entrega en su palabra, vivirá. Reconocer a Jesús es entregarse, darse, aceptar al Mesías que se entrega.
Vuestro pecado. Se refiere a todo lo que se opone a que le hombre viva en plenitud (Jn 1,29: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo). Es la falsa idea de Dios, de su Mesías.
Ellos al no aceptar al Mesáis crucificado, son incapaces de ir donde va Jesús. No están dispuestos a dar su vida por el pueblo, sino a quitársela. No pueden venir con Jesús porque no se deciden a dejar la posición y el prestigio del poder. Jesús propone un nuevo éxodo que obliga a salir de sí mismo y de los que son.

Su comentario es irónico. Ellos quieren matarlo, piensa que quizás Jesús quiera matarse. De un modo u otro no abandonan la idea de la muerte. Cuando creen que han descubierto que Jesús habla de su muerte, solo se les ocurre pensar en el suicidio. Para ellos aceptar la muerte equivale a suicidarse. No comprenden el don del apropia vida, solo buscan su interés. (Hay que advertir que la denominación los judíos equivale a las autoridades judías de la época)

Jesús les avisa por última vez. Solo si le reconoce como Mesías podrán librarse del pecado de la muerte.
Jesús les explica en qué consiste su pecado: no han nacido de arriba, del Espíritu, no han creído en él. Son de aquí abajo: de la muerte, de la mentira y de la ambición. Se siente esclavos de este orden. No se sienten con libertad y decidir por los valores del Reino.
Su pecado es oposición libre al proyecto creador: han decidido pertenecer a lo de abajo. La única manera de libarse del pecado es nacer de nuevo, de arriba, reconocer a Jesús como el Mesías.

¿Quién eres tú? Es la misma pregunta que le hicieron a Juan Bautista. Él contesta: no soy… (Jn 1,19). Jesús dice: yo soy… Jesús les responde que él es el enviado de Dios, el hombre acabado, pleno, es Dios (v. 28: Hijo del hombre).  Jesús evita el término Mesías porque se podría interpretar de manera equivocada, a la manera del poder y de la fuerza. Ni siquiera Juan Bautista le aplica el título de Mesías a Jesús, sino que lo llama el Esposo. Jesús no parte de un título cuyo contenido tenga que rectificar después. Parte de una realidad: su actuación a favor del hombre.

Ellos siguen sin entender. No ven ningún vínculo entre Jesús y Dios. Según su idea de Dios, Jesús no puede ser su enviado. El Dios de ellos somete al hombre, mientras que el de Jesús es el Padre, el que está a favor del hombre y lo libera.

Jesús les habla de el Hijo del hombre, dando a entender que el Mesías salvador es aquel que realiza en sí mismo la plenitud humana y cuya misión es capacitar a los hombres para alcanzarla.
El evangelista utiliza la expresión levantar en alto para presentar la muerte como exaltación. Para ellos, levantarlo en alto equivaldrá a destruirlo. Pero ese odio que llevará a Jesús a la muerte será para él la ocasión de mostrar patentemente lo que es.
Repite Jesús la frase enigmática yo soy, que subraya la presencia salvadora de Dios en su persona. Cuando crean haberlo eliminado, se darán cuenta de que surge con mayor fuerza. Apesar de la oposición que sufre y el peligro que corre, Jesús no se acobarda, porque el Padre lo acompaña y lo apoya. La prueba de esta presencia de Dios en él es que, a pesar de tanta hostilidad, no se desvía del designio del Padre (5,30; 6,38), que consiste en que todo hombre tenga vida. 
Termina el relato con una reacción favorable de muchos a sus palabras. La claridad de su denuncia ha hecho impresión.

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