domingo, 5 de mayo de 2019

TIEMPO DE PASCUA. III SEMANA

SÁBADO, 11 DE MAYO


Juan 6,60-69
60Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?
61Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: ¿Esto os escandaliza?, 62¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? 63El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. 64Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. 65Y dijo: Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede. 66Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
67Entonces Jesús les dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos?
68Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; 69nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

COMENTARIO
Según las condiciones propuestas por Jesús, el Mesías y los suyos forman una comunidad dedicada sin reservas al bien de los hombres. Esta dedicación implica la donación no sólo del pan, sino la de la persona en el pan; requiere no sólo dar bienes, sino darse a sí mismo. Semejante entrega resulta insoportable para los discípulos, pero es la condición indispensable para poder estar con Jesús.
Los discípulos han comprendido el sentido de las palabras de Jesús sobre comer su carne y beber su sangre. Jesús no busca gloria humana ni la promete a los suyos. No propone un mesianismo triunfal ni nacionalista, como lo esperaban sus contemporáneos.
Seguir a Jesús no significa no sólo renunciar a toda ambición de poder, sino estar dispuesto a dar la propia vida por los demás.
Muchos de sus discípulos protestan contra estas exigencias de Jesús; las consideran excesivas. Interpretan su anunciada muerte como una debilidad y un fracaso y, en consecuencia, se niegan a seguido en esa entrega.

Jesús se da cuenta de lo que sucede y afronta la situación:
·         Los discípulos lo esperan todo de un triunfo terreno, no aceptan la muerte de Jesús. Para ellos significaría la derrota. Consideran demasiado duro tener que asimilarse a él.
·         Jesús quiere hacerles comprender que una muerte como la suya no significa un final, no es un fracaso ni signo de debilidad, sino la máxima expresión del amor, única fuerza y creadora de vida.  La bajada a la muerte incluye la vuelta a la vida, subir adonde estaba antes.
·         Jesús contrapone su idea mesiánica a la de los discípulos que no aceptan sus exigencias. Los términos carne y espíritu reflejan dos concepciones del hombre y, en consecuencia, de Jesús y de su misión.
o   La carne sola, sin fuerza ni amor, el hombre no acabado, es débil y sus iniciativas no llegan a término ni tienen permanencia.
o   El Espíritu es la fuerza del amor del Padre. Es vida y la comunica. Todos los que se asimilan vitalmente al Hijo del hombre reciben el Espíritu. Son éstos los únicos capaces de crear un mundo nuevo.

Jesús no se hace ilusiones acerca de su grupo. Hay resistencias y seguimiento solamente externo. Al llegar esta crisis, va a manifestarse quiénes son los verdaderos seguidores. Jesús sabía incluso que uno de ellos lo iba a entregar. Veía ya en Judas un hombre que, por profesar los valores del mundo, no asimilaba su mensaje. Sabía esto desde el principio, es decir, contaba ya con la traición, porque contaba con la libertad de los individuos. Su
elección no la elimina ni pretende evitar los riesgos.

El Padre concede el encuentro con Jesús a los que han aprendido de él. Y se han dejado impulsar por él hacia Jesús. El encuentro con Jesús se identifica con la acogida del Espíritu. Los discípulos disidentes habían limitado su visión al horizonte de la carne, es decir, al hombre sin Espíritu; no pueden aceptar la propuesta de Jesús, que consideran excesiva para las fuerzas humanas.

A pesar de la explicación, la mayor parte abandona a Jesús definitivamente.
La propuesta de renunciar a la ambición personal y estar dispuesto, en cambio, a un servicio sin reservas, provoca en ellos absoluto rechazo, ¿también vosotros queréis marcharos?»
En esta situación difícil, Jesús se dirige a los Doce. Este número aparece aquí por primera vez referido a los discípulos. Jesús les pregunta cuál es su opción. No valen los términos medios ni las equidistancias. Jesús está dispuesto a quedarse sin discípulos antes que renunciar a su línea. Para él no existe salvación para la humanidad fuera de la entrega por amor. Todo otro proyecto, por brillante que parezca, deja al hombre en la mediocridad y, por lo mismo, termina en el fracaso.

La grave pregunta de Jesús suscita una reacción en el grupo de los Doce. En representación de todos (en plural) ¿a quién vamos acudir?, responde Simón Pedro. Los Doce comprenden que fuera de Jesús no hay vida. No hay otro que pueda tomar su puesto. Las exigencias de Jesús no son una doctrina que pueda separarse de su persona, pues en ellas expresa él su propia actitud. Ellas remiten a la plenitud que él posee, de la que los suyos pueden participar asimilándose a él.

Simón Pedro sigue hablando como portavoz del grupo. Reconoce a Jesús como el Santo de Dios por Dios. Esta santidad/consagración se identifica con la plenitud del Espíritu con el que el Padre selló a Jesús. Reconoce, pues, a Jesús como Mesías, Ungido por el Espíritu.

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