LUNES 15 DE JULIO
Mateo 10,34-11,1
34No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no
he venido a sembrar paz, sino espada. 35He venido a enemistar al
hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; 36los
enemigos de cada uno serán los de su propia casa.
37El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no
es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno
de mí; 38y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de
mí. 39El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida
por mí, la encontrará. 40El que os recibe a vosotros, me recibe a
mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; 41el que recibe
a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a
un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo. 42El que dé a
beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños,
solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa.
11, 1Cuando Jesús acabó de dar instrucciones
a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y proclamar en sus ciudades.
COMENTARIO
34No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no
he venido a sembrar paz, sino espada. 35He venido a enemistar al
hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; 36los
enemigos de cada uno serán los de su propia casa. (Miq 7,6).
Jesús disipa un malentendido (Mt 5,17: No creáis que
he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar
plenitud). La paz que Él
trae no se basa precisamente sobre la riqueza, el prestigio y el poder,
fundamento muchas veces de la justicia entre los hombres. La paz que Jesús trae es una paz por la que hay que trabajar, pero
su propuesta suscita una tremenda oposición. El efecto de su misión se indica
con el texto de Miq 7,6. El profeta describe la corrupción de la sociedad: las
insidias, el soborno, la ambición de los poderosos. Estas son las razones de la
división que produce el mensaje. Este no se propone en un mundo que lo desee,
sino en una sociedad que niega la paz en todas sus acciones, os envío en medio de lobos.
37El que quiere
a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su
hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí;
Las
palabras de Jesús, en sentido literal, suenan duras y extrañas. Parece como si
para seguirle hubiera que comenzar por aborrecer a la familia, a los más
cercanos. Hay que contextualizar. Y si
algo está claro, es que creer y seguir a Jesús provoca división a los más
íntimos niveles. En este ambiente de división, la primera lealtad ha de ser
para Jesús; no puede uno renunciar a ella por fidelidad a vínculos familiares.
Lo mismo pasa respecto a la sociedad: quien desafía sus principios será
considerado como un criminal digno de muerte.
38y el que no
carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí.
La
cruz que Jesús invita a soportar sin odio es aquella que es consecuencia de la
lucha del discípulo por la justicia. Es consecuencia por haber colocado la
lealtad a su Evangelio por encima de todas las lealtades y de los propios
intereses: de la familia, de la buena fama, de la propia vida. Y, además, sin
miedo a la muerte, pues la plenitud del discípulo es la cercanía del Padre que
cambia el estilo de las relaciones.
39El que
encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
Expresa
Jesús esta convicción con una paradoja basada en la oposición encontrar-perder. Hallar/ encontrar es lo mismo que apropiarse,
hacer suya. Encontrar significa
reservarse, tener para sí. El discípulo no debe tener un afecto a su persona de
tal manera que le lleve a roñosear con su vida. La vida del discípulo es
servicio y entrega.
El
que se desentiende de la necesidad del otro y busca su comodidad o seguridad,
ese se pierde, la perderá. El que se
arriesga, ese se encuentra. Son
nuevas expresiones de la salvación y del peligro de perderse por el miedo.
40El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que
me recibe, recibe al que me ha enviado; 41el que recibe a un profeta
porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo
porque es justo, tendrá recompensa de justo.
La
fidelidad de los discípulos los hace ser testigos de la presencia de Jesús y
del Padre. La bendición que disfruta el que los acoge está en proporción con la
acogida que les haga. Recibir/acoger
significa compartir lo que se tiene con la persona a quien se acoge. Es la
generosidad la que da valor a la persona.
Jesús
se remite al Antiguo Testamento. El refrán quien
recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta se
refiere a los ejemplos de Elías y Eliseo (1 Re 17,9-24 y 2 Re 4,8-37). La recompensa de profeta consiste en el
beneficio que se puede recibir de un profeta; paralelamente, la recompensa de justo. En cambio, la
que se recibe por acoger a un discípulo no es una recompensa de discípulo, sino la presencia de Jesús y del Padre con
la persona que acoge.
42El que dé a
beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños,
solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa.
Esta
afirmación de Jesús presenta una aparente incoherencia. Lo normal sería que
dijese a uno de vosotros, que sois
pequeños, pues ellos son los Doce discípulos de Jesús. Sin embargo, dice a
uno de estos pequeños...Con esto indica Mateo que los discípulos no son
realmente Doce ni se limitan a los que vivían de hecho con Jesús, sino que esa
categoría es más numerosa. Jesús habla de toda época. Los Doce mencionados por
sus nombres representan a la comunidad entera de Jesús, pero no la agotan. Lo
característico del discípulo es ser pequeño,
alguien que no pretende la grandeza del mundo según el contenido de la primera
Bienaventuranza Mt 5,3.
Dar un vaso de agua fresca, en el clima caliente y seco de Palestina, era una
muestra de verdadera hospitalidad.
11,1Cuando Jesús acabó de dar instrucciones
a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y proclamar en sus ciudades.
Mateo cierra el discurso de Jesús con un
epílogo semejante al que cerraba el discurso en el monte Mt 7,28. Vuelve a
mencionar a los doce discípulos. Su misión no impide que Jesús continúe su
actividad: enseñar y proclamar.
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