martes, 9 de julio de 2019

SEMANA XV


LUNES 15 DE JULIO



Mateo 10,34-11,1
34No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada. 35He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; 36los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.
37El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; 38y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. 39El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. 40El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; 41el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo. 42El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa.
11, 1Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y proclamar en sus ciudades.

COMENTARIO
34No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada. 35He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; 36los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.  (Miq 7,6).
Jesús disipa un malentendido (Mt 5,17: No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud). La paz que Él trae no se basa precisamente sobre la riqueza, el prestigio y el poder, fundamento muchas veces de la justicia entre los hombres. La paz que Jesús trae es una paz por la que hay que trabajar, pero su propuesta suscita una tremenda oposición. El efecto de su misión se indica con el texto de Miq 7,6. El profeta describe la corrupción de la sociedad: las insidias, el soborno, la ambición de los poderosos. Estas son las razones de la división que produce el mensaje. Este no se propone en un mundo que lo desee, sino en una sociedad que niega la paz en todas sus acciones, os envío en medio de lobos.

37El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí;
Las palabras de Jesús, en sentido literal, suenan duras y extrañas. Parece como si para seguirle hubiera que comenzar por aborrecer a la familia, a los más cercanos.  Hay que contextualizar. Y si algo está claro, es que creer y seguir a Jesús provoca división a los más íntimos niveles. En este ambiente de división, la primera lealtad ha de ser para Jesús; no puede uno renunciar a ella por fidelidad a vínculos familiares. Lo mismo pasa respecto a la sociedad: quien desafía sus principios será considerado como un criminal digno de muerte.

38y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí.
La cruz que Jesús invita a soportar sin odio es aquella que es consecuencia de la lucha del discípulo por la justicia. Es consecuencia por haber colocado la lealtad a su Evangelio por encima de todas las lealtades y de los propios intereses: de la familia, de la buena fama, de la propia vida. Y, además, sin miedo a la muerte, pues la plenitud del discípulo es la cercanía del Padre que cambia el estilo de las relaciones.  

39El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
Expresa Jesús esta convicción con una paradoja basada en la oposición encontrar-perder. Hallar/ encontrar es lo mismo que apropiarse, hacer suya. Encontrar significa reservarse, tener para sí. El discípulo no debe tener un afecto a su persona de tal manera que le lleve a roñosear con su vida. La vida del discípulo es servicio y entrega.
El que se desentiende de la necesidad del otro y busca su comodidad o seguridad, ese se pierde, la perderá. El que se arriesga, ese se encuentra. Son nuevas expresiones de la salvación y del peligro de perderse por el miedo.
 
40El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; 41el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
La fidelidad de los discípulos los hace ser testigos de la presencia de Jesús y del Padre. La bendición que disfruta el que los acoge está en proporción con la acogida que les haga. Recibir/acoger significa compartir lo que se tiene con la persona a quien se acoge. Es la generosidad la que da valor a la persona.
Jesús se remite al Antiguo Testamento. El refrán quien recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta se refiere a los ejemplos de Elías y Eliseo (1 Re 17,9-24 y 2 Re 4,8-37). La recompensa de profeta consiste en el beneficio que se puede recibir de un profeta; paralelamente, la recompensa de justo. En cambio, la que se recibe por acoger a un discípulo no es una recompensa de discípulo, sino la presencia de Jesús y del Padre con la persona que acoge.

42El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa.
Esta afirmación de Jesús presenta una aparente incoherencia. Lo normal sería que dijese a uno de vosotros, que sois pequeños, pues ellos son los Doce discípulos de Jesús. Sin embargo,  dice a uno de estos pequeños...Con esto indica Mateo que los discípulos no son realmente Doce ni se limitan a los que vivían de hecho con Jesús, sino que esa categoría es más numerosa. Jesús habla de toda época. Los Doce mencionados por sus nombres representan a la comunidad entera de Jesús, pero no la agotan. Lo característico del discípulo es ser pequeño, alguien que no pretende la grandeza del mundo según el contenido de la primera Bienaventuranza Mt 5,3.
Dar un vaso de agua fresca, en el clima caliente y seco de Palestina, era una muestra de verdadera hospitalidad.

11,1Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y proclamar en sus ciudades.
Mateo cierra el discurso de Jesús con un epílogo semejante al que cerraba el discurso en el monte Mt 7,28. Vuelve a mencionar a los doce discípulos. Su misión no impide que Jesús continúe su actividad: enseñar y proclamar.

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