MIÉRCOLES
21 DE DICIEMBRE
Lucas 1,39-56
39 Por aquellos días María se puso en camino y fue
a toda prisa a la sierra, a un pueblo de Judá; 40 entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel. 41 Al oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto
en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo. 42 Y dijo a voz en grito:
¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto
de tu vientre! 43 Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 44
Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi
vientre. 45 ¡Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te
han dicho de parte del Señor!
COMENTARIO
El nexo temporal que une esta nueva escena con la anterior
es de los más estrechos, uniéndolas
íntimamente. María se olvida de sí misma y acude con presteza en ayuda
de su pariente, tomando el camino más breve, el que atravesaba los montes de
Samaría.
39 Por aquellos días María se puso en camino y fue
a toda prisa a la sierra, a un pueblo de Judá; 40 entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel.
Lucas subraya su prontitud para el servicio. El Israel
fiel que vive fuera del influjo de la capital (Nazaret de Galilea) va en ayuda
del judaísmo oficial, Isabel, que vive en Judá, nombre de la tribu en cuyo
territorio estaba Jerusalén.
Al igual que el ángel entró
en su casa y la saludó con el saludo
divino, María entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aquí habría sido más lógico dirigirle un saludo a
Zacarías, el sacerdote dueño de la casa. Sin embargo, de modo desconcertante,
ignora a Zacarías y dirige su saludo a Isabel. Zacarías queda excluido. Es
sordo a la voz de Dios, desconfía del Espíritu. María, llena de Espíritu Santo,
con la vida que rebosa dentro de ella, puede dirigir su saludo solamente a su
pariente en la que palpita igualmente la vida. De mujer a mujer, de
mujer embarazada a mujer embarazada, de la que va a ser Madre de Dios a la que
será madre del Precursor.
41 Al oír Isabel el saludo de María, la criatura
dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo.
El saludo de María
comunica el Espíritu a Isabel y al niño. Isabel
se llenó de Espíritu Santo. Esta presencia del Espíritu se traduce en un
grito poderoso y profético. La
actividad de Jesús será definida precisamente por este niño, este personaje,
Juan llamado el bautista.
María, estando llena de
Espíritu Santo, transmite vida. Su saludo es más que una expresión verbal, representa
una transmisión de energías vitales, con su saludo transmite el Espíritu a
Isabel, e Isabel queda bautizada en el Espíritu, sensible a este amor de Dios,
hasta tal punto que el niño salta de
gozo en su seno.
Con María, comienza la
serie de las mujeres profetisas. Estar llena de Espíritu Santo significa estar
en plena sintonía con Dios. Para que se comprenda el clamor de esta afirmación,
hay que recordar lo dicho anteriormente, que el mismo Dios que no se dirigía
para nada a las mujeres, ahora, en cambio, les comunica su misma fuerza y las
mujeres profetizan.
42 Y dijo a voz en grito:
¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto
de tu vientre! 43 Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 44
Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi
vientre. 45 ¡Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te
han dicho de parte del Señor!
Isabel habla como profetisa. Se siente pequeña e indigna
ante la visita de la que lleva en su seno al
Señor del universo. Sobran las palabras y explicaciones cuando uno ha
entrado en la sintonía del Espíritu. La que lleva en su seno al que va a ser el
más grande de los nacidos de mujer declara bendita entre todas las mujeres a la
que va a ser Madre del Hombre nuevo, nacido de Dios.
La expresión Mira
concentra, como siempre, la atención en el suceso principal. El saludo de María
ha servido de vehículo para que Isabel se llenase de Espíritu Santo y saltase
de alegría el niño que llevaba en su seno.
La sintonía que se ha establecido entre las dos mujeres ha
puesto en comunicación al Precursor con el Mesías. La alegría del niño, fruto del Espíritu, señala el momento en que éste
se ha llenado de Espíritu Santo, como había profetizado el ángel.
A diferencia de Zacarías, María ha creído en el mensaje
del Señor y ha pasado a encabezar la amplia lista de los que serán objeto de
bienaventuranza.
Aquí se
alude por primera vez a la fe-adhesión de María al plan de Dios: porque
has creído. Una fe no exenta de dificultades y oscuridades que necesitará
una buena dosis de reflexión y maduración desde los primeros instantes de la
vida de Jesús como leemos en el Evangelio: María por su parte, conservaba el
recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior (2,19); su padre y su
madre estaban sorprendidos por lo que se decía del niño (2,33); ellos no
comprendieron lo que les había dicho (2,50); su madre conservaba todo
aquello en la memoria (2,51).
Estos
textos dan a entender que no todo debió ser tan clarividente para María. La
anunciación fue, más bien, el resultado
de la reflexión de la primitiva comunidad cristiana acerca de los orígenes de
Jesús y del papel de María. El camino de ésta hasta la adhesión plena al plan
de Jesús pasa, desde los primeros años de la vida de Jesús, por la reflexión,
meditación, sorpresa e incomprensión de lo que se dice sobre el niño o lo que
éste hace"[1].
Lo que dice Isabel no es sólo
un elogio hacia María, fruto de la admiración. Suena también como un reproche hacia
su marido Zacarías porque, a diferencia de María, no ha creído en la palabra
del Señor y, por esto, ha caído en desgracia. El evangelista presenta un doble
contraste: María ha creído en algo que no había sucedido jamás en la historia
de Israel y se ha fiado; Zacarías, en cambio, el sacerdote, no ha creído en
algo que ya había sucedido con frecuencia en el pasado del pueblo.
La primera bienaventuranza
que encontramos en el evangelio de Lucas va, pues, dirigida a María (“bendita
la que ha creído que se cumpliría la palabra del Señor”). La última
bienaventuranza que aparece en los evangelios, esta vez no en Lucas, sino en el
evangelio de Juan, a mi juicio, puede ser atribuida también a María: “bienaventurados los que creerán sin necesidad de
ver”. Yo creo que
en María ambas bienaventuranzas tienen pleno significado. “Bienaventurada la
que ha creído en las palabras del Señor, con una fe que no le ha creado la
necesidad de ver”[2].
En el cántico de María, que
vamos a ver a continuación, resuena el clamor de los humillados y oprimidos de
todos los tiempos, de los sometidos y desheredados de la tierra, pero al mismo
tiempo se hace eco del cambio profundo que va a producirse en el seno de la
sociedad opresora y arrogante. Dios ha intervenido ya personalmente en la
historia del hombre y ha apostado a favor de los pobres.
En boca de María pone Lucas los
grandes temas de la teología liberadora que Dios ha llevado a cabo en Israel y
que se propone extender a toda la humanidad oprimida.
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