domingo, 17 de diciembre de 2017

SEMANA III DE ADVIENTO

JUEVES

21 DE DICIEMBRE


Lucas 1,39-56
39 Por aquellos días María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, a un pueblo de Judá; 40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Al oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo. 42 Y dijo a voz en grito:

¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 43 Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 44 Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi vientre. 45 ¡Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor!

 COMENTARIO
39 Por aquellos días María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, a un pueblo de Judá; 40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Lucas subraya su prontitud para el servicio. El Israel fiel que vive fuera del influjo de la capital (Nazaret de Galilea) va en ayuda del judaísmo oficial, Isabel, que vive en Judá, nombre de la tribu en cuyo territorio estaba Jerusalén.
Al igual que el ángel entró en su casa y la saludó con el saludo divino, María entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aquí habría sido más lógico dirigirle un saludo a Zacarías, el sacerdote dueño de la casa. Sin embargo, de modo desconcertante, ignora a Zacarías y dirige su saludo a Isabel. Zacarías queda excluido. Es sordo a la voz de Dios, desconfía del Espíritu. María, llena de Espíritu Santo, con la vida que rebosa dentro de ella, puede dirigir su saludo solamente a su pariente en la que palpita igualmente la vida. De mujer a mujer, de mujer embarazada a mujer embarazada, de la que va a ser Madre de Dios a la que será madre del Precursor.

41 Al oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo.
El saludo de María comunica el Espíritu a Isabel y al niño. Isabel se llenó de Espíritu Santo. Esta presencia del Espíritu se traduce en un grito poderoso y profético. La actividad de Jesús será definida precisamente por este niño, este personaje, Juan llamado el bautista.
María, estando llena de Espíritu Santo, transmite vida. Su saludo es más que una expresión verbal, representa una transmisión de energías vitales, con su saludo transmite el Espíritu a Isabel, e Isabel queda bautizada en el Espíritu, sensible a este amor de Dios, hasta tal punto que el niño salta de gozo en su seno.
Con María, comienza la serie de las mujeres profetisas. Estar llena de Espíritu Santo significa estar en plena sintonía con Dios. Para que se comprenda el clamor de esta afirmación, hay que recordar lo dicho anteriormente, que el mismo Dios que no se dirigía para nada a las mujeres, ahora, en cambio, les comunica su misma fuerza y las mujeres profetizan.

42 Y dijo a voz en grito:
¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 43 Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 44 Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi vientre. 45 ¡Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor!
Isabel habla como profetisa. Se siente pequeña e indigna ante la visita de la que lleva en su seno al  Señor del universo. Sobran las palabras y explicaciones cuando uno ha entrado en la sintonía del Espíritu. La que lleva en su seno al que va a ser el más grande de los nacidos de mujer declara bendita entre todas las mujeres a la que va a ser Madre del Hombre nuevo, nacido de Dios. 

La expresión Mira concentra, como siempre, la atención en el suceso principal. El saludo de María ha servido de vehículo para que Isabel se llenase de Espíritu Santo y saltase de alegría el niño que llevaba en su seno.
La sintonía que se ha establecido entre las dos mujeres ha puesto en comunicación al Precursor con el Mesías. La alegría del niño, fruto del Espíritu, señala el momento en que éste se ha llenado de Espíritu Santo, como había profetizado el ángel.
A diferencia de Zacarías, María ha creído en el mensaje del Señor y ha pasado a encabezar la amplia lista de los que serán objeto de bienaventuranza.
Aquí se alude por primera vez a la fe-adhesión de María al plan de Dios: porque has creído. Una fe no exenta de dificultades y oscuridades que necesitará una buena dosis de reflexión y maduración desde los primeros instantes de la vida de Jesús como leemos en el Evangelio: María por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior (2,19); su padre y su madre estaban sorprendidos por lo que se decía del niño (2,33); ellos no comprendieron lo que les había dicho (2,50); su madre conservaba todo aquello en la memoria (2,51).
Estos textos dan a entender que no todo debió ser tan clarividente para María. La anunciación  fue, más bien, el resultado de la reflexión de la primitiva comunidad cristiana acerca de los orígenes de Jesús y del papel de María. El camino de ésta hasta la adhesión plena al plan de Jesús pasa, desde los primeros años de la vida de Jesús, por la reflexión, meditación, sorpresa e incomprensión de lo que se dice sobre el niño o lo que éste hace"[1].

Lo que dice Isabel no es sólo un elogio hacia María, fruto de la admiración. Suena también como un reproche hacia su marido Zacarías porque, a diferencia de María, no ha creído en la palabra del Señor y, por esto, ha caído en desgracia. El evangelista presenta un doble contraste: María ha creído en algo que no había sucedido jamás en la historia de Israel y se ha fiado; Zacarías, en cambio, el sacerdote, no ha creído en algo que ya había sucedido con frecuencia en el pasado del pueblo.
La primera bienaventuranza que encontramos en el evangelio de Lucas va, pues, dirigida a María (“bendita la que ha creído que se cumpliría la palabra del Señor”). La última bienaventuranza que aparece en los evangelios, esta vez no en Lucas, sino en el evangelio de Juan, a mi juicio, puede ser atribuida también a María: bienaventurados los que creerán sin necesidad de ver”. Yo creo que en María ambas bienaventuranzas tienen pleno significado. “Bienaventurada la que ha creído en las palabras del Señor, con una fe que no le ha creado la necesidad de ver”[2].



[1]Ibidem
[2] A.Maggi, o.c., p. 38.

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