MIÉRCOLES
3 DE ENERO
Juan 1,29-34
29Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él,
exclamó:
Este es el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo. 30Este es aquel de quien yo
dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía
antes que yo. 31Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con
agua, para que sea manifestado a Israel.
32Y Juan dio testimonio diciendo:
He contemplado al
Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. 33Yo
no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre
quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con
Espíritu Santo. 34Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este
es el Hijo de Dios.
1.
COMENTARIO
A
la luz del Prólogo Jn 1-18, el evangelista a través de la imagen del Cordero nos habla del éxodo y de la
pascua. Ese cordero liberó al pueblo de la muerte con su sangre. Ahora Jesús,
con su sangre nos redime y al morir entrega su Espíritu. Aquel cordero, con su
carne, fue alimento para comenzar el éxodo de la libertad. Ahora Jesús se nos
da a comer en la Eucaristía.
La
misión de este Cordero de Dios es quitar
el pecado del mundo. No se habla de pecados, sino de un pecado único, que
no es expiado, sino borrado, quitado.
Ese pecado existe antes de que Jesús comience su misión. Luego, no se
identifica con negar a Jesús. El pecado
es oponerse a la vida plena que Dios comunica, frustrando su proyecto creador.
El
pecado es singular y el artículo lo determina, lo hace único. Es la tiniebla. Es oponerse a la vida plena
que Dios comunica, oponerse a la creación, no reconocer que nosotros y el otro
es hijo de Dios. Jesús viene a
liberar de esto. Es el punto de partida de su éxodo.
Entre
las diversas acepciones que tiene el mundo
en Juan, aquí se refiere a la humanidad creada por Dios y con necesidad de
salvación. El medio para quitar el pecado será el bautismo en el Espíritu, una
acción sobre el individuo. La acción del Mesías no es acaudillar un combate
contra la tiniebla, sino dar al hombre la posibilidad de salir de su dominio,
salir del orden injusto. Jesús abre el camino que permite al ser humano el paso
de la muerte a la vida.
Recuerda
lo dicho anteriormente, Juan da
testimonio de él y grita diciendo: Este es de quien dije: El que viene detrás
de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo v.15, y añade
un hombre. No se trata de un varón
cualquiera, sino del Esposo de la Nueva Alianza. Por eso, pasa delante de mí.
A
continuación, el evangelista nos relata esta visión de Juan Bautista.
Juan
no menciona el Bautismo de Jesús. Queda en la sombra, no quiere insinuar la más
leve subordinación de Jesús a Juan Bautista.
El
Espíritu, a la luz del Prólogo, es la plenitud
de vida y amor Jn 1,14. Ha
tenido experiencia de que el amor pleno que no se desdice nunca, se ha dado en
Jesús.
Como una paloma… Simboliza el cariño
al nido. El Espíritu encuentra su nido, su lugar preferido en Jesús. Es símbolo
del amor del Padre que establece en Jesús su nido permanente.
Ese Espíritu se
queda, se posa, en alusión a David 1 Sam 16,13. Es el del único rey que se
afirma la permanencia estable del Espíritu. Los otros reyes y personajes son
ocasionalmente arrebatados por el Espíritu. Para Juan, Jesús es el nuevo David.
El bautismo de
Jesús será distinto, en el Espíritu. El de Juan es de agua, externo. Jesús
tiene la plenitud, por eso baja el
Espíritu. El Espíritu cuando se refiere a Jesús no lleva el apelativo de
“santo” porque santo significa separado, perteneciente a lo divino. Jesús nunca
ha estado separado de la esfera de lo divino. Ese apelativo solo se aplica a
los humanos.
Acaba el relato con
estas palabras solemnes de Juan.
Estas palabras
tienen su paralelo con el final del relato evangélico:
-
Juan Bautista, ha visto bajar sobre Jesús la
plenitud del Padre y anuncia que bautizará con el Espíritu.
-
Juan evangelista Jn 19,35 ve realizado ese amor
hasta el extremo. Ve la sangre que
libera de la muerte y el agua fuente
de vida. Es la consumación del bautismo anunciada al comienzo.
Ambos,
al principio y al final, representan el anuncio y el término de la misión de
Jesús.
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