sábado, 27 de marzo de 2021

 (VI) RELATOS Y ORACIONES PARA SEMANA SANTA... Y PARA SIEMPRE

Todas esas interpretaciones tenían una pregunta de fondo, aquella de la identidad del crucificado: ¿quién era aquel que murió en la cruz? y ¿por qué murió de aquel modo tan humillante y vergonzoso?.  Esta doble pregunta es de carácter cristológico, es decir, se centra en descubrir qué nos dice de la identidad de Cristo el acontecimiento de su muerte. Como hemos visto, las interpretaciones anteriores entran dentro de esta categoría.

 

Los seguidores de Jesús, especialmente los que se marcharon de Jerusalén tras la hostilidad referida en Hch 8,1 y recalaron en Antioquía y en otras ciudades de la diáspora, empezaron a plantearse muchos interrogantes y a sacar diversas consecuencias de la identidad de aquel crucificado. Por ejemplo:

1.     Si era cierto que la muerte de Jesús había tenido un sentido expiatorio, es decir, que suponía el perdón de los pecados de todos no solo de los judíos, como afirmaban las interpretaciones expiatorias, ¿qué papel tenía entonces el templo de Jerusalén, cuya función principal era reconciliar al pueblo con Dios a través de los sacrificios? Sólo en el templo de Jerusalén se podían ofrecer sacrificios a Yahvé para obtener el perdón de las transgresiones; de modo que, si éstas se habían perdonado en el acontecimiento de la muerte de Jesús, la pregunta inmediata era ¿para qué nos hace falta el templo?

Estas preguntas se empezaron a plantear, quizá comprensiblemente, entre los creyentes en Jesús de origen judío que vivían en la diáspora, aquellos que habían adecuado su vida religiosa como judíos sin acceso al templo. Aunque su relación con éste era, en general, de estima y apego, habían desarrollado una teología del perdón de los pecados al margen de los sacrificios, que no podían realizar. Probablemente esta preparación les resultó muy valiosa para dar este nuevo paso.

 

2.     Si la muerte en cruz de Jesús, además de perdonar los pecados, revelaba que la verdadera voluntad de Yahvé era salvar a todos mediante ese nuevo gesto, ¿qué objetivo tenía entonces la ley, la Torah? ¿Por qué era necesario recurrir a normas legales para cumplir la voluntad de Yahvé, si su voluntad de perdón y salvación se había manifestado, total y por encima de toda otra revelación, en la muerte de Jesús?

Esta nueva pregunta, igualmente consecuencia de la nueva identidad del crucificado, provocó una agitación y numerosas tensiones entre los primeros seguidores de Jesús porque planteaba la posibilidad (acaso necesidad) de una "nueva" alianza, puesto que la antigua estaba basada en el cumplimiento de la ley. Pablo, aunque no es totalmente consistente en este punto (compárese 2Cor 3,4-4,6 con Rom 9,1-5; 11,25-29), defendió la necesidad de una "nueva alianza" (1Cor 11,25; 2Cor 3,6) y le atrajo problemas sin cuento, especialmente de otros creyentes en Jesús de tendencia más judaizante (cf. Col 6,12-13).

 

3.     Como última consecuencia de esta reflexión se preguntaron por el sentido de la historia en general y del final de la misma en particular. Si una de las funciones de la muerte en cruz de Jesús y su posterior Resurrección era la inauguración del juicio escatológico en el que todo iba a quedar al descubierto y en el que a unos se les iba a premiar y a otros a castigar, esto quería decir que la historia estaba a punto de finalizar y que el único objetivo, al menos el primero, de los seguidores de Jesús era congregar en torno a sí al mayor número de creyentes para presentarse ante el Hijo del Hombre que iba a venir a juzgar. Esta visión escatológica imprimió a todos los seguidores una intensidad a su tarea difícilmente imaginable en otro contexto teológico.

 

Las consecuencias, por tanto, eran enormes y todas provenían de la interpretación cristológica, es decir, de la nueva identidad de Jesús que derivaba de la interpretación de su muerte y sus efectos.

Varios de los textos que Pablo recoge de la tradición previa lo subrayan; veamos dos.

1.     En 1 Cor 15,3, una de las interpretaciones más antiguas de la muerte de Jesús, se dice: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí:

que Cristo murió por nuestros pecados, según las escrituras,

que fue sepultado y que resucitó al tercer día según las escrituras".

Según este texto, es la muerte de Jesús, no su resurrección, la que se convierte en acontecimiento de perdón y de salvación. La muerte de  Jesús en la cruz alcanzará tal calado teológico que, si bien al inicio el primer y mayor impacto había sido el de la resurrección, en la experiencia de los helenistas de Damasco y Antioquía quedará prácticamente desplazado por el impacto de la cruz.

Esto no quiere decir que no les importara el acontecimiento de la resurrección ni que descuidaran las experiencias del Resucitado; ésas están detrás y, de algún modo, legitiman la pregunta por la cruz.

Lo más llamativo, sin embargo, es que, paradójicamente, todas las consecuencias las arrancan del acontecimiento de la muerte en cruz, del hecho de que Jesús muriera del modo más vergonzoso.

 


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