(VI) RELATOS Y ORACIONES PARA SEMANA SANTA... Y PARA SIEMPRE
Todas
esas interpretaciones tenían una pregunta de fondo, aquella de la identidad del
crucificado: ¿quién era aquel que murió
en la cruz? y ¿por qué murió de aquel modo tan humillante y vergonzoso?. Esta doble pregunta es de carácter
cristológico, es decir, se centra en descubrir qué nos dice de la identidad de
Cristo el acontecimiento de su muerte. Como hemos visto, las interpretaciones anteriores
entran dentro de esta categoría.
Los
seguidores de Jesús, especialmente los que se marcharon de Jerusalén tras la
hostilidad referida en Hch 8,1 y recalaron en Antioquía y en otras ciudades de
la diáspora, empezaron a plantearse muchos interrogantes y a sacar diversas consecuencias de la identidad de aquel crucificado.
Por ejemplo:
1. Si era cierto que la
muerte de Jesús había tenido un sentido expiatorio, es decir, que suponía el
perdón de los pecados de todos no solo de los judíos, como afirmaban las
interpretaciones expiatorias, ¿qué papel
tenía entonces el templo de Jerusalén, cuya función principal era reconciliar al
pueblo con Dios a través de los sacrificios? Sólo en el templo de Jerusalén
se podían ofrecer sacrificios a Yahvé para obtener el perdón de las
transgresiones; de modo que, si éstas se habían perdonado en el acontecimiento
de la muerte de Jesús, la pregunta inmediata era ¿para qué nos hace falta el templo?
Estas preguntas se
empezaron a plantear, quizá comprensiblemente, entre los creyentes en Jesús de origen
judío que vivían en la diáspora, aquellos que habían adecuado su vida religiosa
como judíos sin acceso al templo. Aunque su relación con éste era, en general,
de estima y apego, habían desarrollado una teología del perdón de los pecados
al margen de los sacrificios, que no podían realizar. Probablemente esta
preparación les resultó muy valiosa para dar este nuevo paso.
2. Si la muerte en cruz
de Jesús, además de perdonar los pecados, revelaba que la verdadera voluntad de
Yahvé era salvar a todos mediante ese nuevo gesto, ¿qué objetivo tenía entonces la ley, la Torah? ¿Por qué era necesario
recurrir a normas legales para cumplir la voluntad de Yahvé, si su voluntad de
perdón y salvación se había manifestado, total y por encima de toda otra
revelación, en la muerte de Jesús?
Esta nueva pregunta,
igualmente consecuencia de la nueva identidad del crucificado, provocó una
agitación y numerosas tensiones entre los primeros seguidores de Jesús porque
planteaba la posibilidad (acaso necesidad) de una "nueva" alianza, puesto que la antigua estaba basada en el
cumplimiento de la ley. Pablo, aunque no es totalmente consistente en este
punto (compárese 2Cor 3,4-4,6 con Rom 9,1-5; 11,25-29), defendió la necesidad
de una "nueva alianza" (1Cor 11,25; 2Cor 3,6) y le atrajo problemas
sin cuento, especialmente de otros creyentes en Jesús de tendencia más
judaizante (cf. Col 6,12-13).
3. Como última
consecuencia de esta reflexión se
preguntaron por el sentido de la historia en general y del final de la misma en
particular. Si una de las funciones de la muerte en cruz de Jesús y su
posterior Resurrección era la inauguración del juicio escatológico en el que
todo iba a quedar al descubierto y en el que a unos se les iba a premiar y a
otros a castigar, esto quería decir que la historia estaba a punto de finalizar
y que el único objetivo, al menos el primero, de los seguidores de Jesús era
congregar en torno a sí al mayor número de creyentes para presentarse ante el
Hijo del Hombre que iba a venir a juzgar. Esta visión escatológica imprimió a
todos los seguidores una intensidad a su tarea difícilmente imaginable en otro
contexto teológico.
Las
consecuencias, por tanto, eran enormes y
todas provenían de la interpretación cristológica, es decir, de la nueva
identidad de Jesús que derivaba de la interpretación de su muerte y sus efectos.
Varios
de los textos que Pablo recoge de la tradición previa lo subrayan; veamos dos.
1. En 1 Cor 15,3, una de
las interpretaciones más antiguas de la muerte de Jesús, se dice: "Porque os transmití, en primer lugar, lo
que a mi vez recibí:
que Cristo murió por nuestros pecados, según las
escrituras,
que fue sepultado y que resucitó al tercer día según las escrituras".
Según este texto, es
la muerte de Jesús, no su resurrección, la que se convierte en acontecimiento
de perdón y de salvación. La muerte de Jesús
en la cruz alcanzará tal calado teológico que, si bien al inicio el primer y
mayor impacto había sido el de la resurrección, en la experiencia de los
helenistas de Damasco y Antioquía quedará prácticamente desplazado por el
impacto de la cruz.
Esto no quiere decir
que no les importara el acontecimiento de la resurrección ni que descuidaran
las experiencias del Resucitado; ésas están detrás y, de algún modo, legitiman
la pregunta por la cruz.
Lo más llamativo, sin
embargo, es que, paradójicamente, todas las consecuencias las arrancan del
acontecimiento de la muerte en cruz, del hecho de que Jesús muriera del modo
más vergonzoso.
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