ORACIÓN EN
LA XXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.
Estamos a
primeros de Septiembre.
Se acaba el mes
de agosto. Comienza septiembre.
Cambiamos hoy de
evangelista: de san Mateo pasamos a San Lucas.
Otros pasan una
entrevista de trabajo. Hay cambios, novedades, nuevas posibilidades...
Algunos cambiamos de Parroquia: de San Francisco Javier a Budia y
sus alrededores, pasando por la recuperación del talón de Aquiles (¡Estoy de
este señor!)...
Hay cambios, traslados, mudanzas,
despedidas y bienvenidas,
lágrimas y sonrisas,
memoria por lo vivido y expectativas por lo que está por venir,
agradecimiento y perdón,
besos, abrazos, lugares, lenguaje, mentalidad, creencias,
hay fe, comunidad, entrega de símbolos,
mesa compartida y Evangelio...
Es una mezcla de sentimientos y emociones, sorpresas y palabras,
gestos y silencios, recuerdos.
Algo tiene que terminar,
para que algo nuevo pueda comenzar.
Parece que esta frase fuera haciendo realidad las vivencias de
estos días.
Lo que termina se convierte en agónico,
en el poco a poco,
en los despacios de la memoria:
caras, personas, historias, saludos, posturas, presencias...
Escribió el poeta y después susurró el cantante.
Es cierto que todo queda pero también que todo pasa en un continuo movimiento vital de ir muriendo y resucitando, como meter el grano de trigo en la tierra para que muriendo pueda
dar fruto, pero, ¿es preciso que esta vivencia se convierta en ley?
¿No hay otra manera, Señor?
¿Es que no hay Resurrección sin Cruz? ¿No es posible?
Ser en la vida romero... romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Pasar por la vida sin que hagan callo las
personas.
Si ya lo decías tú el domingo pasado: si alguno quiere venirse con-migo, que coja su cruz y me siga...
Y la cruz lleva a cruzar caminos nuevos,
o inventar los ya transitados,
o recorrer los caminos pisoteados donde ya no
queda más tierra para otras huellas...
¡Y yo Jesús que quería hablar de San Lucas!
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